Los aniversarios tienen algo de catarsis. Sirven igual para cerrar heridas como para perder la vigencia de la celebración. Hoy hace un año que fuimos campeones del mundo, y esa tercera persona del plural es intencionada y el motivo de este artículo. Aquella mágica noche nos sacudimos el polvo del derrotismo, en cierta medida vengamos al quijote que todos llevamos dentro, porque con el gol de Iniesta nos follamos por fin a la esquiva Dulcinea. Ese día tuve que explicarle a mi hijo por qué saltaba abrazado a mi viejo amigo Toni, los ojos llorosos (como Casillas) o por qué corrí a poner a todo volumen una canción de Manolo Escobar y ningún vecino se quejó, todo lo contrario, coreaban locos con nosotros el "que viva España". Como si hubiera sido escrito por el guionista más afamado, la película del partido tuvo los ingredientes que convierte en mágicos 120 minutos. Tensión, miedo al otra vez será, las patadas de kárate, la indolencia arbitral, las estiradas de gimnasta de Iker y el gol de un tipo bajito, amable y tímido que devolvió el gusto por la amistad con el gesto de la camiseta pintada a rotulador. En fin, es fútbol, un juego, lo sé. Yo, que entre mis amigos del barrio tenía fama de cultureta, y que entre los amigos universitarios de todo lo contrario, demasiado futbolero para ser escritor, me rindo ante la evidencia: veo el gol de Iniesta y todavía me emociono. Sí, lo reconozco. Ver.
11 de julio de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario