Pues vamos a empezar la semana con otro cuento...
MI
PADRE NO LEÍA…
Me encantaba ver a mi padre leer.
Porque mi padre no leía, procrastinaba. Si la novela era mala, era como ir al Burguer,
una Bigmac, por favor, gracias, adiós. Pero si era buena trataba de no
perder detalle, tarde o temprano mi padre alzaría la vista. Daba igual el
lugar, porque el horizonte en el que fijaba su mirada sólo estaba a su alcance.
Frente a sus ojos bien pudiera estar el mismísimo Caribe o una de esas
horrendas fotografías de platos combinados; daba igual, lo que veía solo podía
verlo él. Si hubiera tenido superpoderes hubiera podido escudriñar a los
personajes dentro de su cabeza mientras se peleaban, se recolocaban y braceaban
en busca del mejor sitio en la historia. Me quedaba embelesado observando como
apretaba la mandíbula, verdadero árbol de levas de su creación. Luego,
regresaba a la novela, como quien regresa de las américas, rico o pobre, pero
lleno de historias. Y sonreía porque se me hacían los dedos teclas, que es como
mi padre había decidido, en su versión literaria, adaptar el refrán de los
huéspedes. Sobre todo, trataba de no despegarme del móvil porque sabía, siempre
era así, que tarde o temprano llegaría, al grupo que compartíamos con mamá, el
mensaje con el ¿os apetece leer mi último cuento? Y, claro, siempre
apetecía.
Basado
en miradas reales…
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