LA DESPEDIDA:
El otro día, por vergüenza torera, no participé en La Ser, aunque logré contactar con ellos, por eso de que no digan ya está el pesado de Boadilla.
Así que el pensamiento lo dejo aquí. Pedían historias sobre despedidas, las especiales. Evidentemente las que han marcado mi vida son las que he tenido con mi pareja. Cuando éramos jóvenes era doloroso separarse (sin la tecnología actual para dulcificar la distancia) y las despedidas eran muy intensas. Con la edad aprendes que la distancia forma parte de la vida. Pero si de verdad rasco en la memoria hay una despedida cíclica que era especial, y quizá la mayor prueba de amor (que me perdone mi morena) que hemos recibido en la vida. Como muchos hijos de emigrantes del campo, con madre ama de casa, pasábamos largas temporadas (entre dos y tres meses) en el pueblo, en casa de la abuela. Imaginad, diez nietos, más agregados, en la enorme casa que llamaban (tardé en entenderlo) la de la cama caliente. El caso es que después de ese periplo nuestra abuela nos despedía, lágrima en ristre, cuando volvíamos a la capital, subida en el escalón, moviendo una mano y con la otra, pañuelo mediante, secando las lágrimas. Sus tres nietos, a bordo de un Dyane 6 de color naranja le devolvíamos el gesto hasta que el giro en una calle nos la robaba por unos meses. Pensar en la guerra que podíamos haberle dado, lavadoras, comida, camas, idas, venidas, malos modos, y que allí estuviera, echándonos de menos cuando todavía no nos habíamos ido...si esa no es una prueba de amor infinita, es que yo no entiendo nada.
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