Como cada verano, y hace ya más de 20, descanso en una tierra donde el castellano es lengua secundaria. Una lengua que conocen todos, pero que no utilizan a no ser que sea necesario. En estos, ya digo, más de 20 años, me he encontrado con apenas dos personas que no han hecho el más mínimo esfuerzo por hacerse entender. Yo, recién llegado, perdía el interés por su conversación cuando les hacía ver que no les entendía y ellos seguían en sus trece. Desde muy pequeñito soy de los que piensan que el que no quiere hacerse entender no merece el esfuerzo de ser entendido. Pasaron los años y la gente me hablaba en un saltinvanqui castellano-valenciano que solía tener como nexo de unión un "uy perdona". Ahora, que todo el mundo más o menos me conoce y sabe que qué pie cojeo, me hablan directamente o en valenciano o en catalán, o en castellano, según les salga, y, como mucho me miran y confirman "pero tu nos entiendes ¿no?". Así que nuestras conversaciones son así de curiosas, ellos hablan y me hablan en su idioma que yo entiendo y yo les respondo en el mío, que también entienden. Y ahí paz y después unas cervecitas que el frontón nos hace sudar. Ni malicias, ni suspicacias, ni guerras lingüísticas ni mandangas varias. Gente con gente. Y cuando alguien se quiere hacer entender, se hará entender. Y cuando alguien quiere entender, hará todo lo que pueda para que su interlocutor use un idioma común. Después vienen los políticos, y si te pones a su nivel, si te metes en su mundo, y preguntas a los mismos que se hacen entender entre almendras y coronitas, volveremos al conflicto. Así, cada verano, vuelvo a Madrid con la misma idea, que los políticos son como las multinacionales farmacéuticas, aunque ellos no nos quieren enfermos, sino que quieren que haya problemas, conflictos. No tengo claro si es para hacernos creer, que como las píldoras, nos son necesarios, o es que de inútiles que son necesitan cortinas de humo que no nos permitan ver lo innecesarios que son.
28 de agosto de 2013
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