La gestión mediática del trágico accidente ferroviario que nos ha descolocado esta semana ha sido nefasta. Vomitiva en algunos casos como en el de La Razón, panfleto que sacó en su edición una foto de la vivienda del maquinista, en la que se podía ver el número de portal con una leyenda del tipo "la calle del maquinista amanecía tranquila". ¿Qué esperaban?¿o es que era una invitación? Los intereses económicos que circulan en torno a la Alta Velocidad, un producto tan exportable, el paradigma de la españolidad moderna, hace que los medios afines al gobierno naveguen por la ponzoña con una impunidad vergonzante. Retuercen la realidad, la fraccionan, la esconden y la muestran como tahures al servicio de la voz de su amo marianín, con una serenidad que sonroja a muchos, entre los que me encuentro. La única forma en la que se podía haber gestionado una titular en las primeras horas era un tren descarrila, el juez y la investigación determinará la velocidad, los culpables y su grado de implicación en el trágico accidente. Mencionar a los pocos minutos la velocidad, el maquinista, su puto twitter y la madre que lo fundó, no es más que echar mierda para que no corra peligro la inversión. Que la niña no se manche, que la niña no se manche, gritaban por las redacciones, buscando entre la basura. Asco me da. Mucho. Menos mal que, para consuelo de muchos, nos queda el ciudadano medio y su ejemplar solidaridad, su entereza, y la de los funcionarios públicos (sanitarios, bomberos, policía) que lo dieron todo para minimiza la tragedia sin preocuparse de los titulares. Menos mal.
31 de julio de 2013
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