Situación: Ave Madrid- Córdoba, nueve y media de la mañana. El tren ha salido con cinco minutos de retraso. Coche Ocho, últimos asientos, de los que tienen una mesa central y están dos frente a dos. En uno de ellos estamos mi pareja y yo y una mamá joven con su niña de apenas tres años. Al otro lado del pasillo un hombre corpulento y el resto ocupado por una familia compuesta por una mujer de mediana edad (unos 50 calculamos) muy cuidada, su marido (hemos de suponer) algo más desmejorado y quizá mayor que ella, y el hijo (hemos de suponer igualmente) de unos treinta y pocos. Para ser tópicos y que nos entendamos, esta familia podía estar perfectamente en cualquiera de las manifestaciones en defensa de la familia. El hombre corpulento no para de hablar por teléfono y se adivina perfectamente que está en el tren por motivos de trabajo. No habla especialmente alto, ni si tono es intimidatorio. Habla y toma notas, sin más. Frente a él se ha sentado la mater de familia, que comenta a su hijo lo insoportable que puede ser todo el viaje en esta situación. Todavía se adivinaban las estructuras de Atocha cuando la mujer protestaba. No te preocupes, yo estuve la semana pasada y por megafonía anunciaron que se respetara el tema de los teléfonos móviles. Y es cierto, hay una recomendación de bajar el volumen de los teléfonos pero nada sobre prohibir. La mujer, que no paraba de protestar, decidió cambiarse a otro asiento atrasado al canto de "esto no hay quien lo aguante". Nosotros observábamos la escena con indisumulado interés. Mientras tanto la pequeña que se sentaba frente a nosotros nos mostraba su buen hacer con los villancicos y tanto su madre como nosotros temíamos que tras los móviles serían estos los focos de la ira de la señora. En menos de dos minutos la señora iracunda se levantó y le dijo al revisor, y cito textualmente, o hace usted algo o entro en histeria. Porque al parecer el ocupante del asiento delante del que se había reubicado también hablaba por telénofo. Al final la cosa quedó en una charla con el revisor del hijo que de buenas maneras pero muy imperativo, exigía al trabajador el cumplimiento de la norma que, según él, obligaba a la gente a salirse a las plataformas a hablar por teléfono. El pobre revisor, que seguro pensó que era una broma, dio todo tipo de explicaciones entre las que incluyó un convincente esto no es una guardería y no puedo perseguir a la gente para que no hable. A los cinco minutos se escuchó una voz que por megafonía sugirió que las personas usaran las plataformas para hablar por teléfono. Instante en el que el hijo, igual de educado pero de imperativo, le sugirió al hombre corpulento de la agenda y el móvil que se saliera a la plataforma. Nos miró a todos como asombrado, pidió perdón con un, lo siento, no sabía, y se salió.
No digo yo que no sea molesto tener frete a tí a una persona hablando por teléfono todo un viaje. Pero como te pueden molestar los villancicos de la niña, las risas de una pareja de adolescentes, la conversación de dos amigos que viajan a casa de un tercero, la música de los cascos, el chasquido de las páginas del periódico al pasar...en fin, la vidad, que es muy molesta. Lo mejor de todo es que en lo que duró el trayecto hasta Córdoba la mujer almodovariana se lo pasó en la cafetería, con lo que el hombre tuvo que salirse a hablar fuera para nada. Ver para creer.
No digo yo que no sea molesto tener frete a tí a una persona hablando por teléfono todo un viaje. Pero como te pueden molestar los villancicos de la niña, las risas de una pareja de adolescentes, la conversación de dos amigos que viajan a casa de un tercero, la música de los cascos, el chasquido de las páginas del periódico al pasar...en fin, la vidad, que es muy molesta. Lo mejor de todo es que en lo que duró el trayecto hasta Córdoba la mujer almodovariana se lo pasó en la cafetería, con lo que el hombre tuvo que salirse a hablar fuera para nada. Ver para creer.
A todo esto el AVE llegó puntual y la señora volvió a su asiento sin el rostro desencajado ni nada que se le pareciera.