LOS ACÓLITOS:
Creo que los primeros en sufrir este mal, el del súbdito sonriente, fueron (y son) los reyes. Pero en los tiempos modernos les afecta a muchos, futbolistas, artistas y hasta a los políticos. Desde muy pequeño (mi cojera republicana viene de los tiempos en que los magos dejaron de ser magos, que si ellos no tenían magia ¿qué iban a tener los demás reyes?) tenía la impresión de que los reyes vivían en un mundo paralelo. En un mundo donde todos eran felices, porque allá donde fueran había vítores, aplausos, sonrisas. ¿Quién le dice a un rey que se ha dejado la tapa levantada, que no ha cerrado la puerta del armario, que no ha limpiado la encimera de la cocina o que esa camisa le queda fatal? Todo lo hace bien, nunca se equivoca, y el mundo entero está a su disposición. De eso se encargan los acólitos con sus alabanzas. Me da la impresión de que lo mismo le ocurre a Puigdemont. Debe pensarse que Cataluña entera es un clamor. De no ser así, no se entiende el esperpento de ayer, que lo único que ha conseguido es dejar en ridículo a un cuerpo policial que él sueña dirigir. Es un problema de altura, quizá, de miras, digo, que no soy yo quien para criticar la genética, porque le hubiera bastado con alzar la vista (real y metafóricamente) y ver que allí no había cientos de miles de catalanes arropando su arrogancia. No. Ni mucho menos. Alguien con criterio, que le tenga aprecio, debería explicarle a este señor que Cataluña, para bien o para mal, ha pasado página. Que no lo digo yo, que lo dijeron las urnas. Es como el niño que pierde el partido y quiere llevarse la pelota. Lo malo es que él ya no tiene ni pelota, y va camino de ser una caricatura de sí mismo, arrastrando a no pocos en el camino. Si nadie quiere darle este consejo, que le recomienden Onoda. Aquí no hubo guerra, no sé lo que hubo, pero fuera lo que fuera, ya terminó...
No hay comentarios:
Publicar un comentario