Por mucho que se empeñe Rouco y sus secuaces manifestantes de la gaviota y el azul cielo: somos una familia. Y no lo digo yo. Ni tan siquiera la lógica, lo dice el registro civil. Tenemos libro de familia, y si lo tenemos, es porque lo somos. Para unas cuestiones burocráticas ha salido a la palestra y he visto la letra. Recuerdo que me impresionó, pleno siglo XXI y aquel trámite tan perenne iba a hacerse a mano. La funcionaria que nos tocó, de sonrisa tímida y gesto afable, tenía un ordenador junto a la mesa, incluso una impresora, pero tomó el librito negro y se puso a caligrafiar nuestros datos. Es una letra elegante, que parece escrita con ganas, como si la susodicha todavía no hubiera perdido el gusto por el trabajo bien hecho. Puso mi nombre y apellidos, los de mi pareja y después los de nuestro recién nacido. No pude evitar la tentación. Cuando tomé el que ya era nuestro registro familiar con las manos se lo hice notar: ¿eres consciente de que tu letra nos va a acompañar para el resto de nuestras vidas? Ella nos miró con los ojos como platos, quizá nadie le había hecho ver ese detalle hasta entonces. Creí ver como se sonrojaban de cierta timidez sus mejillas y nos regalaba una última sonrisa. Me hubiera gustado preguntarle como se llamaba, porque ahora no sé a quien dedicarle este pequeño artículo.
14 de junio de 2011
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1 comentario:
Al igual que vosotros, yo también me sentí familia sin la bendición de Rouco cuando me dieron mi libro de familia al nacer Pau.... pues le dejarías a la muchacha un lindo recuerdo de su día laboral, .. seguro. Un beso.
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