Durante los años que vivió sola, después de su divorcio, fue su única amiga.. Una azafata jubilada y madura, muy atractiva, divorciada igualmente, ella de un piloto demasiado mujeriego, al que le siguen gustando las azafatas más jóvenes. Empezaron siendo como vecinas que por empatía, ambas acaban de romper con sus parejas y aquel piso significaba su nueva vida, terminaron siendo íntimas amigas. Para ella era impagable contar con una amiga jubilada para cualquier contingencia. Y la vieja azafata veía en su joven amiga una forma de revivir sus años dorados. No tardaron en llegar las confidencias. ¿Te puedes creer- le decía la azafata- que tardamos años en probar el sexo anal? chica, es que a mí me parecía un poco guarrada, en el fondo, por ahí ¿qué sale? pues eso, que lo lógico es que algo se encontrara en el camino ¿no te parece? y luego mira lo que me gustaba, oye, no te lo voy a negar. Estaba encantada de la falta de timidez de su amiga, y de su experiencia. La primera vez que se la chupé a mi piloto (nunca lo llamaba ex marido) casi me atraganto, que pensaba que me la tenía que meter hasta el fondo, y otra cosa no, pero mi piloto tiene un cacharro que parece un Airbus; menos mal que él me fue explicando y claro, como nos gustaba tanto a los dos, que no te lo niego, chica, que me gustaba y mucho, pues al final toda una experta. ¿Y nunca has estado con otro hombre? No, nunca, y ahora lo digo con mucha pena. Lo conocí cuando tenía 18 años y aquellos eran otros tiempos, me he masturbado mucho y he fantaseado con otros hombres, pero jamás he estado físicamente con otro…bueno, hasta ahora ¿no? Después llegó aquel joven atractivo y educado que las enamoró a ambas. Este chico que has conocido, le decía la vieja azafata, ¿lo quieres solo para ti? Y las confidencias continuaron, y vivieron el noviazgo y el futuro incipiente ambas con la misma ilusión. Hasta que un día llegó el momento no deseado. Nos vamos. Lo sabía, esto tenía que ocurrir, sonreía no sin cierto esfuerzo la azafata, era demasiado bonito teneros tan cerca, la juventud ha de volar.
De esto han pasado más de dos años y ha habido un daño colateral que, hasta la crisis, no habían previsto: el pisito. Vacío, solo visitado por la azafata de vez en cuando para mantenerlo saludable. Tenían que ponerlo en venta; así que volvieron a Madrid para poner el cartel y la azafata se ofreció a enseñarlo. Que sí, mujer, de verdad, lo hago encantada, no solo por ti sino porque este es un apartamento pequeño, vendrá algún zagal soltero y me alegrará la vista ¿no?. Y así fue. Pusieron el cartel y aunque tardó en llegar esa primera visita lo hizo una tarde. Su voz era tan varonil que hacía suspirar. A las cinco estará bien. La vieja azafata se acicaló como si acudiera a su primera visita. Bonito piso. En la voz había un falso entusiasmo que a ella le puso triste. Aquel joven era verdaderamente atractivo, poderosa mandíbula, manos grandes, musculatura imponente, si no le gustaba el piso poco duraría la visita y el disfrute de estar empalizando con alguien tan joven y atractivo. ¿Puedo decirle una cosa? cuando hablé con usted por teléfono pensé que era una persona mayor. ¿Temblarle las piernas?¿a estas alturas de vida? Pues sí, le temblaban las piernas. Pero es usted mucho más joven y guapa de lo que esperaba. Se hubiera tirado a su brazos en ese momento, le hubiera dicho fóllame y haz después lo que quieras con este piso, el de abajo y con mi vida. Pero mantuvo la calma en la medida de lo posible. Eres una mujer muy atractiva. Le apartó un mechón de pelo un segundo antes de besarla. Ella se dejó hacer completamente fascinada, con tal excitación que temió su corazón no resistiera. Claro, que bien merecía la pena el riesgo de infarto. La cogió en brazos y la llevó a la mesa del salón. La sentó y la desnudó al completo. La besó y apretó sus carnes con paciencia y tensión mientras ella era incapaz de entender la fisionomía tan musculada del cuerpo que la estaba haciendo enloquecer. En un momento dado la puso en el suelo, separó sus piernas, la invitó a recostarse sobre la mesa y la penetró por el culo. Lo hizo con suavidad primero, después con embestidas tensas y profundas, hasta terminar con un salvaje baile que arrastró la mesa, culminados los ruidosos orgasmos, unos centímetros hacia la ventana. Después se rieron, mucho, y bromearon, porque el joven era especialmente jovial, sobre todo cuando reconoció que el piso, lo que era el piso, le había gustado más bien poco. Después se abrazaron. Fue un abrazo más tierno que apasionado que serenó los corazones y generó una curvatura enorme en los labios de la vieja azafata. Después cogió su móvil y escribió un mensaje a su amiga: el piso no le ha gustado nada, pero gracias, amiga, muchas gracias.