No sabe que escribir. En la pantalla en blanco tintinea el puntero. Pone sus pies a los lados del teclado, estirando ligeramente las piernas. Arquea la cabeza, como si tras ella estuviera la inspiración agazapada, jugando al escondite. Si es un juego, ha perdido, cruci, porque la musa sigue en paradero desconocido. El ventilador arruina cualquier atisbo de magia. La ciudad se agazapa en una siesta tórrida más. El sudor empieza a perlar su cuerpo. Lleva una camiseta interior blanca y unas braguitas también blancas, calcetines de invierno en lugar de sandalias. Justo como le volvía loco a él. El simple recuerdo hace que un suspiro eléctrico recorra su cuerpo. La piel se eriza, y ante su propia sorpresa observa como los pezones se erectan hasta parecer auténticas ballestas bajo su camiseta, lanza misiles tensando el algodón. Con la palma de la mano los acaricia, no hay una intención clara en ello, más que la simple curiosidad. Pero su sexo ha malinterpretado el gesto y se ha abierto como una flor al rocío primaveral. Una de sus manos se adentra en a él, explorando y evidenciando la excitación. Sonríe. Desde que él se fuera el sexo ha sido algo más bien secundario, apenas dos encuentros tristes y algún intento de masturbación fallido. En cambio ahora se siente realmente excitada. Y saltan las alarmas. Los recuerdos vuelven, esos censurados momentos, esos arrebatos, esos encuentros que han sido condenados al hangar de los olvidos forzosos, se arremolinan en su cabeza mientras los dedos se adentran en su cuerpo. Se muerde el labio, en un inconfundible gesto de rendición. Lo imagina entrando por la puerta, ese cuerpo esculpido por un dios insensible, tal vez una toalla en la mano, secándose la melena, recién salido de la ducha, el sexo semierecto, las piernas imberbes de futbolista acercándose a ella, abrazándola por detrás, una mano en el pecho izquierdo, su favorito, y la otra directa al coño. Primero por encima de las braguitas, nunca tenía prisa, parecía mentira que un hombre con su pasión por la velocidad fuera tan mágicamente pausado en el sexo. Los besos en el cuello, ritual en el que era un maestro, con algún mordisco certero. Si en este momento hubiera algún batallón de la cordura intentando negarse al encuentro era cuando el centro de mando ordenaba retirada total y se entregaba en cuerpo y deseo. Simplemente irresistible. Era capaz de regatear a la desgana sexual con la misma habilidad que lo hacía con los defensas en el campo. Una finta aquí, un beso allá, un amago por aquí, un dedo por allá y la portería a su disposición. Si él estuviera ahora detrás de ella, acariciando su pecho y su coño, no tardaría en darle la vuelta a la silla, en besarla, primero con ternura, labio con labio, latigazos de la lengua, adentrándose en la boca osada y valiente; después con pasión, con violencia, apretando su cuerpo contra ella para que la polla roce sus muslos, sus manos, sus hombros. Ella no resistiría la tentación, la agarraría con fuerza, por la parte de abajo, y comenzaría a moverla ligeramente. Después se la metería en la boca. Hasta que lo conoció el sexo oral era poco menos que un compromiso, con él pasó a ser la parte más explosiva del juego, no pocas veces era incapaz de parar y acababa con la boca llena de semen, entre risas y excitación incontenible. Sabía que después ella abría las piernas y el mejor besador del mundo se adentraría en su coño, así que el premio era siempre seguro. En su fantasía hoy, en cambio, no quiere que se corra en su boca, sino que lo empuja contra la cama, llevando el control. Una vez allí se sienta sobre su polla, metiéndosela con enorme facilidad. Empezaría a moverse. Delante y atrás, sin sacarla de la cueva, frotando su clítoris. Él, seguramente, humedecería su dedo y se lo metería en el culo. Ese juego también fue una novedad inconfesable a la que se descubrió adicta, jamás nadie le había hecho cambiar de idea sobre las posibilidades de ese punto tan oscuro. Con él todo era fácil, sencillo, natural, un día, sin más, sintió su polla en el culo y pensó cuanto había perdido el tiempo hasta entonces. En esa postura sabe que no tardaría en sentir un orgasmo, normalmente ella primero, si el dedo en el culo sabe cómo tiene que moverse. Y no hay problema, porque después ella se la mete en la boca y recibe su premio caliente. Pero hoy no, hoy se corre con contenida violencia, y vuelve a la realidad, él no está, no hay polla que saciar, no hay orgasmo que agradecer. Respira, recupera el aliento, vuelve al teclado y empieza su cuento de hoy: “No sabe que escribir…”.
21 de septiembre de 2009
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