28 de abril de 2008

EL COMPAÑERO DE VAGÓN

Nunca se había sentido tan excitada. Escucha su propia respiración entrecortada, los latidos del corazón golpeando las sienes. El aire quema en los pulmones y abrasa su garganta antes de morir en un gemido sordo. Hace unos segundos que cerró los ojos, vencida, hincando la rodilla ante el deseo, para dejarse llevar. Siente casi con dolor la presencia del cuerpo desconocido, su aliento en la nuca es abrasador. Una mano, tan ajena como ardiente, rodea su cintura. La senda que dibujan los dedos parece lava sobre su piel. Arquea el cuello ligeramente. La presencia de los demás pasajeros se está difuminando, diluyéndose en el aire entre los suspiros. Ahora son dos las manos en llamas que incendian su cintura, marcando una senda que termina entre sus piernas. Su sexo ha recibido la llegada con una humedad que se ha deslizado por sus muslos. Exploradores sabios que se adentran en su cuerpo, juguetones armas que disparan salvas atronadoras al centro de sus sentidos. Ella también quiere asir, tiene la necesidad de agarrarse a la vida y busca en la bragueta un punto en el que mantenerse viva, consciente entre tanto delirio. Abraza el sexo como haría un naúfrago con su salvavidas, lo zarandea suavemente mientras sus dedos lo comprimen. El gemido que ha sentido en su nuca la invita a seguir, rítmica y firme. El ligero traqueteo del tren, amargo testigo de su locura, favorece el contacto, y la presencia del resto de pasajeros no es más que un recuerdo. Ya están solos en el universo, y sus dedos, sus almas y sus gemidos, aunque silenciosos, se funden en el aire como un aullido desesperado. En un instante, en el que el mundo entero pareciera detenerse, en el que los dedos que horadaban sus entrañas han frenado su locura, su mano se inunda de un calor lechoso y maravilloso pero que, curiosamente, la devuelve a la realidad de golpe. Ya no hay gemidos, ni latidos, ni armonía, sino un desconocido a su espaldo y una parada de metro, que aunque no es la suya, la invita a salir. Lo hace atropelladamente, empujando a otros pasajeros que también buscaban la salida. Y lo hace pensando por primera vez en él, su marido, en qué pensaría si supiera lo que acababa de hacer su mujer en un vagón de metro. Y lo hace mientras corre escaleras arriba sin saber que su marido ya sabe, mientras sigue, húmedo, en el vagón que pronto llegará a la siguiente estación.

4 comentarios:

ralero dijo...

En estos casos -¿ocurren cosas así?- creo que lo mejor es dejarse llevar, disfrutar y tratar de no tener remordimientos. Un día es un día. Es curioso como "lo" desconocido, puede excitarnos más que lo conocido. Eso sí, el marido fue un poco salvaje, jugó con ventaja y eso, creo, no debe hacerse. Le faltó sinceridad y podía estar obligándola a ella a debatirse entre ser sincera o ocultar lo sucedido.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Que atractivo tiene lo prohibido...
Buen relato.
Un saludo Larrey.

almena dijo...

Sugerente e intenso.
:)

Saludos!

Adnamarrr dijo...

Muy bueno también, que fuerte, el marido, no se deben hacer esas jugadas o te encuentras con la sorpresa de ver esa reacción. Un beso.