15 de octubre de 2010

CONFESIONES DE UN EX CULTURETA


Era un habitual de las versiones originales. De embutacarme (como enclaustrarse pero con butacas) en los cinexín Princesa a ver una película de un director turco del que Daniel Monzón tenía buenas referencias. Sabía quien era Kent Loach antes de que mis amigos del barrio supieran que la Gran Bretaña no era un insulto. Me miraban raro en la universidad cuando decía que iba a ver las Vías cruzadas de un enano. Ahora el restaurante, que por cierto, está en casa, parece más un Cine King o un Macmovie, pero en mis tiempos fui el rey del delicatessen cinematográfico y la rareza del celuloide. En cambio siempre tuve mi debilidad. He de reconocer que me gustaban, y me siguen gustando, un tipo de películas que son malas sin medias tintas, sin paliativos y sin discuión: las de artes marciales. Me fascinan. No voy a negar que gracias a la autonomía que da el cine en casa, las veo un poco como las películas porno, donde el argumento es un mal ¿necesario? No me interesa por qué el chino de turno está cabreado o por qué dos docenas de secuaces del malo malísimo lo tienen atrapado en un callejón. Me gusta como con más generosidad que un cura de pueblo reparte las ostias sin consagrar. Me gustan las fantásticas cabriolas y los cuerpos sucumbiendo a sus horas de entrenamiento. Son coreografías que me fascinan. Se me ocurre una imagen, la de ArzaK, escondido tras la última mesa de su cocina, degustando una hamburguesa para llevar...así era yo y Bruce Lee era mi cheese burguer.

1 comentario:

Xana dijo...

Mi teoría es que la películas sirven para evadirte. Si ver como hacen molinillos y se contracturan don hombres te gusta, objetivo cumplido.