28 de diciembre de 2009

LA MARSTER CARD

Levantar la mano mientras siente las embestidas brutales, que hacen que tiemble la cama contra el cabecero en una maravillosa melodía de gemidos y metal. Llevarla a esa parte de la pelvis imberbe, dura, que se mece contra sus piernas. Está tumbada y mueve el culo respondiendo a los pollazos que la están partiendo por dentro. Siente la potencia de la musculatura. No hay grasa, solo la piel tersa cubriendo los músculos, tensos y perfectos. Esa especie de acantilado maravilloso que va desde la parte alta de la pelvis en transversal. El músculo del nadador. Esa parte de la fisionomía masculina es la que le hace perder el control. Otras mujeres, en esta postura, abiertas las piernas y la vida, en escorzo la espalda, la mirada perdida en algún punto del techo infinito, otras mujeres se aferrarían al culo de su amante. Clavarían las uñas en esos glúteos para dar más y más potencia al bombeo, buscando, quien sabe, si perder definitivamente la consciencia a pollazos. O quizá buscarían los pechos, los pezones como mandos de una sexystation, calibrando, dirigiendo, conteniendo o impulsando según las necesidades de su clítoris y sus labios, mayores y menores. Pero no, ella se centra con obsesión en esa parte, esa musculatura única, reservada para cuerpos especialmente cuidados, hermosos, tocados por la esquiva barita de la perfección. Mueve el culo en círculos, buscando que su clítoris entre en juego, mientras la polla entra y sale a un ritmo frenético, quizá excesivo, así que intenta retomar el control con esos movimientos circulares. Su amante le dice algo sobre correrse, su boca, las tetas y palabras subidas de tono que no puede escuchar. Su cuerpo y su mente están centrados en esos dos acantilados de locura, van de arriba abajo, de abajo a arriba, certificando la perfección. Una perfección tan perfecta que son la llave de entrada al ansiado orgasmo. Primero se instala entre las piernas. Justo en ese mítico espacio entre el coño y el culo. Un lugar poco transitado por los amantes principiantes, pero que le ha proporcionado momentos inolvidables con otros más expertos. Después la descarga eléctrica ataca a la espalda, arqueándola más aun, llegando hasta el cuello y para terminar, curiosamente, en los pies, donde los dedos parecen adquirir vida propia y se mueven de un lado para otro con inusitado nervio y capacidad. Cuando el orgasmo finaliza las embestidas todavía están ahí, porque su amante no se ha corrido. ¿Quieres que me corra en tu cara? No, no, no hace falta, hemos terminado. En el contrato verbal no estaba incluido el orgasmo del profesional, así que le extiende un cheque con la cantidad acordada y le da un tierno beso, mientras ambos se visten. Cuando el amante con contrato temporal abandona la casa mira con una sonrisa su cartera. Al sacar la chequera se han quedado sobre la mesa las tarjetas de crédito. Y viendo una de ellas no puede evitar un acceso de humor y canturrea, donde no llegarán otros hombres ahí estará tu master card.

1 comentario:

dafne dijo...

Master card????
Quieres decir que la master card completa????
No me lo puedo creer!
besos