19 de febrero de 2009

EN LA NOCHE


Ocurre en el silencio de la noche. Estás acunado por Morfeo, sintiendo su esponjoso ronroneo, te vas despojando poco a poco de los lastres de la consciencia, ligeros fogonazos inconexos luchan por retenerte, pero Morfeo es bueno en su trabajo. Entonces se escucha a lo lejos un pequeño sonido, y Morfeo sube el ritmo de su ronroneo, no quiere perderte. Pero el sonido va creciendo, asciende por la escalera del sueño y te golpea directamente en el centro de la cabeza. Y los lastres de la realidad que se habían ido perdiendo retornan a su lugar y Morfeo deja de acunar a un pequeño ser dispuesto a entregarse y se planta frente a un padre en alerta. La tos es ya constante. Y Morfeo te mira, te reclama, te busca, extiende sus manos. La tos pasa a ser un sonido gutural cercano al llanto, es el pre-llando, la barrera justa, ahí está la clave. Y Morfeo, que se va diluyendo entre las nubes del sueño, te tiende la mano todavía esperanzado. Pero la barrera se cruza, y llega el llanto, con ganas, y piensas en el hermano, que no se despierte, en tu pareja, que sigue plácidamente dormida y de un manotazo te despojas del sueño. Si estás atento puedes escuchar la caída de Morfeo, derrotado una noche más. Y te levantas. A oscuras, para no importunar a nadie. Como el llanto es cada vez más alto, piensas hasta en los vecinos, y no quisieras que declaran a tu hijo persona non grata, así que intentas ser eficiente y rápido. Pero has dejado a Morfeo colgado tan rápido que estás desorientado, y tardas en darte cuenta de que hacia donde intentas avanzar no está la habitación, sino el muro que te separa de los vecinos, a los que en un instante de celos, imaginas felizmente dormidos. Te reorientas y avanzas con lentitud hasta que sientes un golpe certero en la espinilla y maldices la costumbre de hacerle caso a tu pareja en todo, que sí, que estas camas al estilo japones son preciosas, pero tienen unas esquinas que a las tres de la mañana son cuchillos. Te repones porque el pequeño sigue llorando, aguantas el llanto mientras sientes caer una gota de sangre hacia tu tobillo. No hay dolor, te dices mientras con la mano, para mayor seguridad, te vas guiando por la pared, sin recordar que ahí hay una cuadro que el mayor pintó a su madre. Y lo golpeas con el hombro. No ha habido bajas en el golpeo, salvo el propio cuadro, que se ha salido de una de sus alcayatas y espera a que lo sueltes para golpear el suelo con estruendo. Intentas recolocarlo mientras el niño llora, pero el ruido que haces te parece excesivo, por lo que lo dejas con mucha delicadeza sobre la alcayata que todavía sobrevive con la esperanza de que resista. Avanzas hacia la parte central de la habitación. La cama y el cuadro quedan atrás y suspiras aliviado, sin recordar que alguien, probablemente tú mismo, dejó una banqueta en medio sobre la que el pie que logró salvarse a la katana japonesa golpea con fuerza, justo con la puta de uno de tus dedos. Ahora maldices en arameo, sin tener ni idea, para no llorar, lo cual es todavía más patético porque lo haces a pata coja. Este baile hace que te vuelvas a desorientar, pero no lo sabes, y te acercas a la puerta, cuando avanzas y te tropiezas con tu cazadora vaquera te das cuenta de que no, que esa es la puerta del armario. Giras e intentas reorientarte, sin demasiada suerte porque te golpeas en la cintura con el lavabo. Vale, estoy en el baño y ese que llora no es el hijo de satán, sino el mío. Vas por la pared hasta toparte con la puerta del baño. Estás orientado, no así el filo de la puerta, que no estaba ni cerrada ni abierta, y como vas con las dos manos medio abiertas para tentar lo que no ves, ese filo se cuela por entre ellas y eres consciente de su presencia cuando golpea tu entrecejo. Lo cual tiene dos cosas buenas, ya sabes donde estás y te has olvidado por completo de la sangre de la cama y el golpe de la banqueta. Como el pequeño sigue llorando, no te paras a valorar si la sangre que te gotea por la nariz justifica encender la luz y quien sabe si acudir a un hospital al tema de los puntos. Eres un padre coraje, así que avanzas, como puedes, herido y llegas a la cuna. El niño está dado la vuelta, sigue llorando, no encuentras el chupete, sí, por fin lo haces, y cuando lo metes en su boca, como por arte de magia, se queda callado y profundamente dormido al instante. De repente hay tanto silencio que escuchas tus propios latidos bombeando sangre a las heridas. La frente ha dejado de sangrar, así que ni enciendes la luz, prefieres una cicatriz de por vida que perder diez minutos de sueño. Desandas el camino andado con más certeza y fortuna, esquivando muebles, banquetas, cuadros y camas y retornas a las sábanas, donde esperas que Morfeo te acoja con la mayor celeridad posible. Pero no es así, das vueltas y vueltas, y lo llamas pero no acude ¿o sí?, sí, por fin estás otra vez camino del sueño, sereno y tranquilo, cuando se escucha un tremendo estruendo. El cuadro, la alcayata, la puta alcayata. Entonces tu pareja se despierta y te pregunta ¿llora el niño?¿me toca a mí?
Todo esto ha ocurrido en apenas un minuto, pero a ti te ha parecido toda una vida...

2 comentarios:

Elena dijo...

ja,ja,ja,ja,....¡que risas, si hasta estoy llorando, ja,ja,....!!

ay Larrey!! que buena es esa luz que tengo en el pasillo que hace que todos veamos desde nuestras habitaciones .... póntela!!

Tío, es que te imagino todo y me parto, me río contigo que no de tí...y luego la churri que si la toca a ella...ja,ja,ja.... ni de coña le pasaría eso al Tir.

Besos y betadine para las heridas, ja,ja,ja....¡con lo que duele a esas horas un golpe en un dedo del pié, la puerta en la cara, o el pico de la cama en la espinilla!!

Dudu dijo...

Falta la segunda parte. Cuando, después del chupete del peque, encuentras a Morfeo, le abrazas pero os interrumpe una voz infantil... "¡papá agua!", y piensas "pedazo mamón llama a tu madre". Le das agua, vuelves a la cama, te espera Morfeo impaciente, pero al pequeño se le vuelve a caer el chupete...te acuerdas de Rambo... "esto sí es un infierno". Y la noche se convierte en un "deja vu" o como coño se escriba en francés, hasta que suena el despertador...

RECOMENDACION: una vez experimenté en mis espinillas esta situación, con lo que decidí comprarme una linterna. Mi vida cambió radicalmente desde entonces.