¿Cúal es el problema?. No, de verdad, seamos sinceros, ¿cúal es el problema?. ¿Qué hagan trampas?, ¿qué nos sintamos decepcionados?, ¿qué no compitan en igualdad?. Creo que en este tema hay mucho cinismo, porque estos monstruos los hemos creado nosotros, con las grandes carreras inhumanas, con la exigencia draconiana, con la competitividad extenhuante. Por mi que se dopen hasta la muerte, que se lleven la sangre a la luna y luego se la enchufen en la etapa reina. ¿Voy a exigirles yo desde el sofá o desde la barra del bar que no hagan lo que sea para lograr lo que todos esperamos?. Que hagan dos Tour, uno el de los dopados y otro el de los no dopados. Veremos cual tiene más audiencia, si el de las carreras de apenas ciento cincuenta kilómetros y puertecitos o el de las etapas reina con monañones enormes. Ese es el problema, que queremos conchino grande que pese poco. Eso es como el tema de los programas del corazón y la audiencia, bua, menuda mierda de tele, todo el día con los famosos. Luego la Dos, trece mil espectadores, Dónde estás corazón un par de millones. Cinismo, eso es lo que hay, mucho cinismo. Si ahora descubrieran que Induráin se dopó, ¿desaparecerían como por arte de magia las muchas horas que pasé apretando los dientes frente al televisor?. No soy tan bueno, tan puro y tan íntegro como para rasgarme las vestiduras con todo esto. Es cierto que el mensaje que da a la juventud es equívoco y peligroso (superación y trampa en el mismo lote) y, sobre todo eso, están minando su salud de forma peligrosa. Pero hay que ver este tema desde dentro, reflexionando sobre lo que se les exige y se espera de ellos. Sobre hacer trampas, además, habría mucho que reflexionar, porque igualdad no va a haberla desde el momento en el que uno lleva entrenando desde los quince años con bicicletas y medios de élite y el otro correteaba por las montañas de su pueblo porque no tenía dinero para ir en coche a trabajar. ¿Trampas?, sí, puede que sí, pero encontrar el límite, la barrera del bien y del mal es tan complicado que tampoco deberíamos endemoniar tan a la ligera a aquellos que nos dicen la han sobrepasado. No me gusta el doping, tampoco tengo claro por qué, pero no me gusta para mí, para mi familia, pero el que se quiera dopar creo que a estas alturas sabe lo que hace, así que no me rasgaré las vestiduras. No, mi cinismo no llega tan lejos.
27 de julio de 2007
EL CULTURETA
Hoy el cultureta va a recomendar algo que puede que os sorprenda. Un hombre como él, curtido en la cultura, empapado del concimiento y la sapiencia, rezumando creación, esencia y arte recomienda...¡ una buena siesta !. Y no lo hace llevado por la desidia o la canícula veraniega, sino fruto de una profunda reflexión (por su puesto de tres a cinco) y en pos de una mayor capacidad creativa. Vamos, por vuestro bien. Que preciado tesoro es la siesta, según el cultureta muy por encima en nivel de aportación esapañola a la historia que el Quijote, al que cree sobrevalorado. El problema, dice él, es la mala prensa que ha tenido hasta ahora. Pero resulta que los países del norte de Europa, los que eran eficientes máquinas, están cayendo en la tentación y, claro, ahora la siesta ya no es la modorra del español medio, sino la herramienta de regeneración de la máquita. Sea como fuere sus beneficios a nivel mental y por lo tanto creativos, son innegables. Así que el que pueda, que se acune en los brazos de morfeo...es verdad que el Tour ya no es lo que era, pero su capacidad somnífera, y que me lo niegue el que se atreva, sigue intachable. Con o sin doping. Buena siesta, pues.
26 de julio de 2007
LA CUSTODIA
He leído estos días una carta al director (sí, otra vez) que me ha hecho reflexionar. Soy muy engreído, así que también me ha frustrado por no haberlo pensado antes. Soy así, me pasa en casi todos los órdenes de la creación, cuando alguien que no está en el universo de los genios (vamos, un tipo normal) va y se le ocurre algo antes que a mí y considero que es bueno y que bien debiera habérseme ocurrido antes, admiro y me frustro con la misma firmeza. Evidentemente que Jose Luis Sampedro escriba una novela que me hubiera gustado escribir a mí o que piense lo mismo de la última de Medem no me frustra, apañados íbamos a ir entonces. Pero si a un amigo o a un desconocido que no se gana la vida con ello, que no tiene la bula de su genialidad previa, hace, crea algo muy bueno, acorde con mis gustos, chis, eso me genera una sensación extraña que ya digo es mezcla de admiración sincera y frustración sibilina.
Volviendo a la carta, en síntesis hablaba del caso de padre al que le han quitado la custodia (que compartía con la madre de la critatura-separados-) por llevar a su hijo a los Sanfermines (tontería tal que lo mismo la penitencia se quedó corta, si no fuera porque hay un segundo condenado, el hijo, sin culpa alguna). Abría la carta una línea de cuestión (que a la sazón es el fruto de mi frustración) ¿qué hubiera ocurrido si ese padre no estuviera separado?, ¿se le hubiera cuestinado, tan siquiera en lo más mínimo, a cualquier otro padre su relación o el tiempo a compartir con su hijo en caso de no ser separados?. Me parece de una clarividencia tal que creo que si el juez que dictó esa sentencia leyera la carta bien debiera anularla y hacerlo con carácter retroactivo a todos los padres y madres separados del mundo. El agravio comparativo es increible e invita a pensar a aquellos que hacen las leyes. Lo malo, me da, es que la cosa iría siempre a más, es decir, que lo mismo les empieza a dar por cuestinarnos a los padres no divorciados...madre, que miedo, virgencita, virgencita que me quede como estoy.
Volviendo a la carta, en síntesis hablaba del caso de padre al que le han quitado la custodia (que compartía con la madre de la critatura-separados-) por llevar a su hijo a los Sanfermines (tontería tal que lo mismo la penitencia se quedó corta, si no fuera porque hay un segundo condenado, el hijo, sin culpa alguna). Abría la carta una línea de cuestión (que a la sazón es el fruto de mi frustración) ¿qué hubiera ocurrido si ese padre no estuviera separado?, ¿se le hubiera cuestinado, tan siquiera en lo más mínimo, a cualquier otro padre su relación o el tiempo a compartir con su hijo en caso de no ser separados?. Me parece de una clarividencia tal que creo que si el juez que dictó esa sentencia leyera la carta bien debiera anularla y hacerlo con carácter retroactivo a todos los padres y madres separados del mundo. El agravio comparativo es increible e invita a pensar a aquellos que hacen las leyes. Lo malo, me da, es que la cosa iría siempre a más, es decir, que lo mismo les empieza a dar por cuestinarnos a los padres no divorciados...madre, que miedo, virgencita, virgencita que me quede como estoy.
EL EXTRANJERO
Seguimos con nuestro ya amigo íntimo Emilio...
La vi. Llorar lágrimas de hielo, fría como un iceberg sin rostro, Llorosa tal la marisma que pena por alcanzar la orilla del mar, Inerte como loba que sobrevive en la estepa, El consuelo, es el llanto y el canto a la pena viva, El alivio es descubrir que la muerte deja más vida que la alegoría del morir, La añoranza, Silencio adornando a los que vienen, se van. No llores mas, quiero ver lucir tu cándida sonrisa.
La vi. Llorar lágrimas de hielo, fría como un iceberg sin rostro, Llorosa tal la marisma que pena por alcanzar la orilla del mar, Inerte como loba que sobrevive en la estepa, El consuelo, es el llanto y el canto a la pena viva, El alivio es descubrir que la muerte deja más vida que la alegoría del morir, La añoranza, Silencio adornando a los que vienen, se van. No llores mas, quiero ver lucir tu cándida sonrisa.
25 de julio de 2007
APAGA LA LUZ
ADRIAN: ¿Cómo era aquello que hacíamos antes de que naciera el peque?.
ADRIANA: ¿Salir?
ADRIAN: No, mujer, lo que hacíamos solos
ADRIANA: ¿Ir a cenar?.
ADRIAN: No, hombre, lo hacíamos bastante a menudo.
ADRIANA: ¿Ir al gimnasio?.
ADRIAN: Que no, que era en casa...
ADRIANA: ¿Hacer el amor?
ADRIAN: ¡ Eso, follar!, que no me salía.
ADRIANA: Anda, ven aquí y apaga la luz que verás como te refresco la memoria rápido.
ADRIANA: ¿Salir?
ADRIAN: No, mujer, lo que hacíamos solos
ADRIANA: ¿Ir a cenar?.
ADRIAN: No, hombre, lo hacíamos bastante a menudo.
ADRIANA: ¿Ir al gimnasio?.
ADRIAN: Que no, que era en casa...
ADRIANA: ¿Hacer el amor?
ADRIAN: ¡ Eso, follar!, que no me salía.
ADRIANA: Anda, ven aquí y apaga la luz que verás como te refresco la memoria rápido.
24 de julio de 2007
INVENTADAS
EL CANCIONERO
No es fácil contar una historia en una canción. Eso lo sabe muy bien el maestro Don Joaquín. Por eso he elegido esta de Mecano. Porque lo que no podemos negar es su sitio en la historia, como el grupo más relevante del pop español. Cruz de navajas es una tierna (y algo simplona) historia de amor dramático e incompleto.
a las cinco se cierra la barra del 33
pero Mario no sale hasta las seis
y si encima le toca hacer caja despidete
casi siempre se le hace de dia
mientras Maria ya se ha puesto en pie
ha hecho la casa ha hecho hasta el cafe
y le espera medio desnuda
Mario llega cansado y saluda sin mucho afan
quiere cama pero otra variedad
y Maria se moja las ganas en el cafe
magdalenas del sexo convexo
luego al trabajo en un gran almacen
cuando regresa no hay mas que un somier
taciturno que usar por turnos
cruz de navajas por una mujer
brillos mortales despuntan al alba
sangres que tiñen de malva el amanecer
pero hoy como ha no habido redada en el 33
Mario vuelve a las cinco menos diez
por su calle vacia a lo lejos solo se ve
a unos novios comiendose a besos
y el pobre Mario se quiere morir
cuando se acerca para descubrir
que es Maria con compañia
cruz de navajas por una mujer
brillos mortales despuntan al alba
sangres que tiñen de malva el amanecer
sobre Mario de bruces tres cruces
una en la frente la que mas dolio
otra en el pecho la que le mato
y otra miente en el noticiero
dos drogadictos en plena ansiedad
roban y matan a Mario Postigo
mientras su esposa es testigo desde el portal
en vez de cruz de navajas por una mujer
brillos mortales despuntan al alba
pero Mario no sale hasta las seis
y si encima le toca hacer caja despidete
casi siempre se le hace de dia
mientras Maria ya se ha puesto en pie
ha hecho la casa ha hecho hasta el cafe
y le espera medio desnuda
Mario llega cansado y saluda sin mucho afan
quiere cama pero otra variedad
y Maria se moja las ganas en el cafe
magdalenas del sexo convexo
luego al trabajo en un gran almacen
cuando regresa no hay mas que un somier
taciturno que usar por turnos
cruz de navajas por una mujer
brillos mortales despuntan al alba
sangres que tiñen de malva el amanecer
pero hoy como ha no habido redada en el 33
Mario vuelve a las cinco menos diez
por su calle vacia a lo lejos solo se ve
a unos novios comiendose a besos
y el pobre Mario se quiere morir
cuando se acerca para descubrir
que es Maria con compañia
cruz de navajas por una mujer
brillos mortales despuntan al alba
sangres que tiñen de malva el amanecer
sobre Mario de bruces tres cruces
una en la frente la que mas dolio
otra en el pecho la que le mato
y otra miente en el noticiero
dos drogadictos en plena ansiedad
roban y matan a Mario Postigo
mientras su esposa es testigo desde el portal
en vez de cruz de navajas por una mujer
brillos mortales despuntan al alba
23 de julio de 2007
POLANCO
Entiendo perfectamente que la muerte de una de las figuras más relevantes en la historia de los medios de comunicación sea portada y forme parte del grueso de la actualidad en los medios, sobre todo en aquellos vinculados con la persona que ha fallecido. Entiendo incluso que desaparezca una de las secciones para mí más significativas de su periódico, el País, la sección de "cartas del director". Todo eso lo entiendo, no me gusta, pero lo entiendo perfectamente. Lo que no entiendo es que 36 horas después todas las cartas que los lectores hayan mandado al periódico tengan que ver con la muerte de Polanco. No me lo creo, por tanto he de pensar en la acción activa de la selección. Está bien que se nutran las noticias, que se decida la posición y el grosor de los titulares en función de los intereses del grupo, pero de ahí a manipular el conjunto de las cartas, el vehículo de expresión (teórico, siempre teórico, de los lectores) va un avismo. Estoy seguro de que los lectores con inquitudes por mostrar sus opiniones al director tienen otras muchas preocupaciones que ensalrzar la figura de Polanco. Les ha faltado un poquito de mesura, o al menos un poquito de cordura y dejar que fuera la sección del lector la que ofreciera una visión de la realidad diaria cercana a la ciudadanía de a pie, que no estuvo en el entierro y que no fue invitada al funeral. Sentimos mucho la muerte de cualquier persona, puede incluso que admiráramos a Polanco, pero de ahí a ser esa nuestra única preocupación...un poco de mesura ¿no?.
MICROS
22 de julio de 2007
MÁS PAPISTAS QUE EL PAPA
Mi espíritu republicano descansa tranquilo. Ni tan siquiera se inquieta ante la más mínima posibilidad porque, como dice el título, en este páis somos más papistas que el papa. Bueno, mejor dicho más reyes que el rey. Eso de España, mañana, será republicana no es más que una utopía que canturrear en la intimidad. Pero de ahí a que pasemos la barrera de la cordura democrática y la libertad, va un avismo. La justicia española es una vieja máquina, un entramado burocráitco y lento, un laberinto de tiempo y dinero. Pero resulta que no, que de vez en cuando se pone en marcha y funciona ligera como una pluma. ¿Cómo es eso posible?. Que el Juez del Olmo haya decidido secuestrar (que palabra más adecuada) la edición del jueves no es más que un despropósito de un divo que pareciera buscara más que el equilibrio de la balanza la foto, la imagen y el titular. No voy a decir que la portada me gusta, pero el ofendido que actúe y que la justicia espere. Actuar de oficio es un precedente muy peligroso. Menuda tarea le queda al juez divo, ahora tendrá que revisar una a una todas las revistas del mundo en busca de la ofensa monárquica. Vamos, les ha puesto en bandeja a todos la campaña de márketing barata. ¿Qué quieres salir a la luz y no tienes presupuesto para fiestas con famosos?, nada como un futuro rey sodomizando a una ex presentadora anoréxica y listo, calixto, en el candelabro.
Querido juez, hace tiempo que la libertad de expresión está por encima del gusto. No es una portada acertada y los interfectos bien pudieran haber puesto una nota de prensa oficial mostrando su indignación y la revista pasaría a ser la mala. Así la monarquía no sale reforzada ni usted ha hecho su trabajo, ha hecho el ridículo. Claro, que lo mismo era eso lo que buscaba, porque la verdad, hacía meses que no salía su nombre en los periódicos y eso, para usted, debe de ser muy, pero que muy duro, ¿no?.
Querido juez, hace tiempo que la libertad de expresión está por encima del gusto. No es una portada acertada y los interfectos bien pudieran haber puesto una nota de prensa oficial mostrando su indignación y la revista pasaría a ser la mala. Así la monarquía no sale reforzada ni usted ha hecho su trabajo, ha hecho el ridículo. Claro, que lo mismo era eso lo que buscaba, porque la verdad, hacía meses que no salía su nombre en los periódicos y eso, para usted, debe de ser muy, pero que muy duro, ¿no?.
21 de julio de 2007
GIGOLO; Capítulo octavo: tum, tum
Así es imposible que me centre. Maldice junto a la moto, en cierto modo su casa. Todavía inquieto. Excitado. Está mujer es la hostia, joder, puto casco, parece más pequeño, me voy a tener que cortar el pelo. Ruge al fin el motor y ese ruido consigue serenarlo. La hace rugir varias veces, porque necesita algo así. Recuperado el pulso y la respiración se monta. Se siente más seguro, más Adrián, como si su yo firme se hubiera quedado junto a la moto y no hubiera subido a casa de María. Pero él sí. Esta mujer me desconcierta, me supera, me alucina, me engancha. Es inquietante, intentaba explicarle a Eduardo. No le miente, pero tampoco le cuenta toda la verdad. Es la primera vez en la que una parte de su vida permanece oculta deliberadamente. Le comenta que sí, tiene detalles con él, pero no que cada jueves, desde hace tiempo, acude a su cita, entre excitado y asustado, y que ella, además de someterlo al placer, le paga cantidades cada vez más interesantes. No está preparado para enfrentarse a la verdad. Tampoco le habla de las nuevas clientas, aquella mujer, por ejemplo, que acudió a la agencia porque quería que cuatro hombres llenaran su rostro de semen, como en las películas, les explicó Luz. Tampoco le habla de Rocío, tan tierna y sensual. Rocío le gusta, le encanta pasar el tiempo a su lado. Es inteligente, como María, pero de una forma menos agresiva y rencorosa con el mundo. Con ella habla y eso es desconcertante y placentero, puede que el desconcierto venga precisamente de ahí. Trabajo y placer unidos desconciertan. También le da miedo que las cosas se compliquen, que ella se enamore o se encapriche, o que él mismo pueda caer en cierta dependencia anímica, como le ocurre con María y su forma posesiva de vivir y sentir, que es a un tiempo alimento y veneno. Hay más clientas, pero rara vez repiten. Para muchas no es más que un capricho. Con cada una ha de reinventarse a sí mismo para recrear su fantasía. La de quien no quiso encender la luz porque odiaba su propio cuerpo, aquella obsesionada con los multiorgasmos, parejas que buscan un tercero, maridos que miran, la sorprendente Teresa, minusválida y entregada como ninguna. Pero solo con María tiene miedo de no estar a la altura, de no responder a sus exigencias. Es algo más que orgullo, hay cierto miedo que no tiene el valor de asumir. A veces se detiene, en la indefensión absoluta de una felación, la mira a los ojos y la imagina cometiendo una barbaridad. Lucha por alejar esos pensamientos, porque son intuiciones que inhiben su deseo. Todo esto es lo que no le cuenta a Eduardo. Ni que sigue acudiendo a las fiestas de Luz, fiestas en las que ha conocido a mujeres maduras y poderosas que buscan algo más que sexo, que incluso ni sexo buscan, sino aprobación, cariño, respeto, afecto y figurar. Acudir a fiestas con un jovencito apuesto del brazo es para muchas un pellizco de felicidad que no tiene precio. Prestigio. Que te miren. Que hablen de ti a tus espaldas. Oculta ese mundo del que ya forma parte a su mejor amigo y realmente no sabe la razón. Quizá le falten fuerzas para explicarle como ha llegado hasta ahí o para contestar a un ¿qué diría tu padre de esto?. En cambio le habla de Sofía, la enfermera. Para mí que estás enamorado, lo cual sería más que comprensible, porque está como un queso, o como dos, o como toda la quesería si me apuras. En el fondo, le encantaría que su amigo se enamorara, sería como un órdago del destino, una forma de igualarlos a todos, muy bien, tú ligas más que quieres ¿no?, pues toma, fidelidad impuesta por el corazón. Y Adrián, no solo jamás reconocería estar enamorado, sino que realmente no se siente así. Es cierto que a su lado encuentra una felicidad muy especial. Una sensación de paz parecida a la que se instala en su alma después de hacer el amor con Rocío, como si estuviera en una cápsula y el resto del mundo, con sus problemas, sus prisas, sus maldades, quedara fuera. Pero ¿así es el amor?.
Se volvieron a ver una tarde, cuando su prima salió del hospital. Estaba muy guapa de calle, nada ajustado ni espectacular, más bien discreto, como si quisiera esconder su belleza y, encima, le saliera mal. Hablaron con cordialidad. Ella estaba asustada, pero él no se dio cuenta. Para Sofía esa cita, disimulada con la necesidad de coordinar una plan de ayuda para Susana, era algo muy importante. Cristina, le confesó a su amiga, estoy muy nerviosa, voy a volver a ver al primo de Susana. ¿El macizo?, joder, mira que tienes suerte, si te gusta, olvida por una vez tus prejuicios, tus moralinas y toda esa mierda y lázate, por favor, seguro que el chico lo merece, no estarías así de nerviosa de no ser así. Le hubiera dicho que no, que ella no es de esas. Pero no pudo. Toda la noche estuvo dándole vueltas. Seguía en su memoria el turbador recuerdo de esa primera mañana que no tuvo el valor de confesar a nadie, ni tan siquiera al cura de toda la vida. Era demasiado íntimo, Dios debía entenderlo sin intermediarios. Además, no le parecía pecado, o peor, le daba rabia que un momento tan especial, tan lleno de sensaciones, tan maravilloso, fuera algo malo, una falta, una ofensa a nadie. No quiere pensar que su Dios, el que ha querido toda la vida, la condene a no poder gozar. ¿No te masturbas nunca?, le ha preguntado alguna vez Cristina, sorprendida, ansiosa por ver despertar los sentidos en ella. Pero Sofía jamás habla de eso. Tal vez ahora ya no tenga tanto miedo y, como dice su amiga, se lance. Intentaba hablar con Adrián, aquella tarde, de lo que había venido a comentar, pero entre palabra y palabra, entre frase y frase, una parte de su cerebro se descolgaba, como si el fragmento de una nave quedara suspendida en el espacio y no perdiera de vista las facciones masculinas de quien la escucha, los ojos claros, la barbilla poderosa y masculina, el cuello, la barba perfectamente olvidada. Esa parte del cerebro descolgada mandaba un mensaje claro, aquí cerebro, aquí cerebro llamando a tierra, este es el hombre más atractivo e interesante que te has encontrado nunca. Alarma, alarma, diría la parte no descolgada, la que permanecía fiel al cuerpo. Lo malo, o lo bueno, era que le fallaban las fuerzas. Sobre todo cuando se sinceraron. Porque Adrián lanzó el anzuelo, como siempre. Tal vez no estuviera enamorado de ésta mujer, pero no dejaba de ser una persona, femenina y atractiva susceptible de caer. No te voy a decir, comenzó el ligero asedio, que no me interese el futuro de mi prima, aunque crea que lo tiene más que escrito, pero hay más razones por las que he venido a comer contigo. ¿Los menús del V.I.P.S?, bromeó para sacudirse su nerviosismo, poco acostumbrada a ese tipo de juegos. Total, su relación con el sexo opuesto se limitaba, por un lado, a las constantes negativas a todo aquel que le propusiera algo, con mayor o menor sequedad en función del momento, y a la que mantuvo con el único novio en su casillero, el de toda la vida, el que le encantaba a su madre y a su padre. Sí, la verdad es que lo que realmente me apetecía era volver a verte. Gracias, le dijo con los ojos y una tímida sonrisa. ¿Sabes lo que nos ha pasado a Eduardo y a mí?, mi amigo, el que vino con la moto, pues que no nos acordábamos de tu nombre. Mintió, deliberadamente. Y hemos decidido llamarte la enfermera preciosa. Sofía estaba abrumada y encantada ¿por qué negarlo?. Fue una comida muy especial que le dejó muy clara una cosa. Cristina, le comentó por la noche, tómate esto con cautela, lo que te voy a decir, vamos, pero...estoy enamorada. Pareciera como si a su amiga le hubiera tocado la lotería. ¡Ya era hora!, ¡me cago en la leche!, ya era hora. Vale, vale. Estaban dando un espectáculo, pero encantadas. Adrián, a su modo, también salió confuso de aquella comida. Está como un tren. En este caso eran una terraza, la de siempre, un porro y su amigo los interlocutores. ¿Sabes lo preocupante?, te juro que en toda la comida no he pensado en follármela. Ay, que mi niño se enamora, que mi niño se enamora. Desde entonces han estado en contacto prácticamente todos los días, o una llamada, o una cita, o un correo electrónico. Ella, además de enamorada, se siente en desventaja, pues imagina a Adrián como un don Juan lleno de experiencia. Lo que no sabe es que todo esto, los mensajes al móvil, los textos cariñosos por e-mail, las citas para no tener sexo, hasta una película en versión original, son mayor novedad para él, porque chocan frontalmente con el concepto que de sí mismo tenía en relación con el sexo opuesto. Sofía, a fin de cuentas, lleva toda la vida esperándolo.
Así están, los dos, metidos en esta vorágine parecida al amor, cada uno a su modo, cada uno con sus miedos. No ha habido sexo, pero sí deseo contenido, lo que a los ojos de Eduardo es una prueba irrefutable de lo que le está pasando al corazón de su amigo. Solo un beso, la última vez, cuando la dejó en el taxi. Un beso tierno. Y fue ella quien lo abrazó y lanzó sus labios. Y en medio de todo este huracán de sensaciones está su doble vida, por llamarla de algún modo. Y María, sobre todo María. Es como si en una esquina de una especie de balanza se hubiera puesto Sofía, la serenidad, el futuro, la tranquilidad, y al otro María, sus desplantes, su despotismo, su cuerpo generoso, su dinero y la indudable atracción que ejerce sobre él. Con otra mujer, con o sin dinero, hubiera puesto tierra de por medio meses atrás. ¿El resultado?, equilibrio, entre esos dos polos tan opuestos hay un perfecto equilibrio, como si dos poderosas fuerzas tiraran cada una de un brazo y lo mantuvieran en el aire, sometido y tenso. En este juego de medias verdades María sería el demonio bueno, o el ángel malo. Quien bien te quiere te hará llorar, reza el dicho popular, y él con María ha decidido transformarlo quien bien te haga daño te hará gozar. Se siente especialmente viva sometiendo, e igualmente siendo sometida. Situaciones de riesgo, ser descubierta, o simplemente sentirse observada. Un jueves quedaron a la hora de siempre. Al entrar en casa había un hombre, más bien bajito, con poco pelo y aspecto de no haber gozado demasiado de la carne fuera de una parrilla. ¿Qué coño hace este tío aquí?, preguntó, muy ufano. No te pago para que hagas preguntas. Entra. Así es María. Tal vez me quiera poner celoso, con semejante personaje, por Dios. El hombre estaba nervioso, se le notaba en el pulso y en el sudor que hacía brillar su calva. Siéntate, mi vida. Lo trataba con cariño, algo sorprendente. Ven, le decía a él, imperativa y directa, como siempre. Se desnudó sin mediar palabra alguna. El hombre se acomodó y sonrió por primera vez. Miró a Adrián, que asistía estupefacto al espectáculo, y se bajó los pantalones. Era patético verlo ahí, expectante, con los ojos como platos, esperando, con los pantalones por los tobillos y los calzoncillos enormes y blancos por las rodillas. Tú también tienes que desnudarte. Adrián se lo pensó. Hasta entonces había accedido a todas sus excentricidades, por morbo y por dinero, pero entrar en ese juego era otra cosa. María recurrió al argumento de siempre. Habrá un premio especial para ti, tómate esta noche como horas extras. Tal vez me arrepienta, se dijo, justo antes de dejar su ropa sobre el sofá. María no se anduvo con rodeos, se arrodilló, sin dejar de mirar al hombre calvo, que había comenzado a masturbarse, y se metió la polla de Adrián en la boca gesticulando y gimiendo como si de una actriz del género se tratara. Mira como me gusta comerme esta polla. Pero se lo decía al calvo, que sudaba y sudaba mientras agitaba su poco agraciado miembro. Adrián no gozaba de la situación, lo superaba, su excitación no era la adecuada y su pene se resentía. María y el calvo, en cambio, seguían a lo suyo. ¿Ves como me la como?, me cabe entera, mira. Aprovechando la no plena erección intentaba llevarla entera a su boca. Se sentía ridículo, como un mono de feria. Además, María, en su afán de espectacularidad, no estaba haciendo las cosas bien. Por eso decidió tomar el control. Así que quieres ver como me follo a esta zorrita. El calvo sonrió entusiasmado y María se apartó, primero sorprendida, todavía con la polla en la boca y después encantada. No sólo él lo quiere. Se tumbó en el sofá y abrió las piernas, dejando una sobre la mesa baja y otra sobre el respaldo del propio sofá. Se acariciaba en espera del sexo de Adrián, que recuperado el control de la situación tampoco tenía tanta prisa, por fin su propia erección aumentó su seguridad. Mira, se la meto sin necesidad de tocarla. En una alarde, con las manos en la cintura, dirigió su polla hacia el sexo que esperaba, en una pose muy torera. Hubo un ligero contoneo de ambos y el tenaz roce de sus sexos hasta que se produjo el acoplamiento. María, muy en su papel, gemía efusivamente. Adrián no pensaba en ella. Era extraño, hasta divertido. Al sentirse observado por el hombre calvo que gemía igual que María, con descaro y exageración, no pensaba en el placer del sexo que penetraba, ni del cuerpo que se convulsionaba. Pensaba en la escena, en lo que ese espectador observaba. Por eso no se abrazó, como haría naturalmente, a María, ni la besó, ni se ciñió a su cuerpo buscando el roce. Se separó por completo, incluso saliéndose del sexo, para volver a entrar, una y otra vez, con cierta brusquedad. Así, el clítoris quedaba marginado, no había contacto, pero el cerebro de María, sorbido por el morbo, compensó con creces esa ausencia y estaba tan excitada como siempre, presa de su propio juego. Se agarraba a los antebrazos de Adrián, que se empeñados estos en la ardua tarea de mantener el equilibrio. Quizá a ella este movimiento, fuera del impulso psicológico del morbo, no la estimulara en exceso, pero a él, sorprendentemente, le estaba gustando mucho. Tanto que no tardó en sentir los primeros arrebatos del orgasmo. Normalmente trata de controlarse, de buscar el momento adecuado para descargar el placer, pero aquel día no, aquel día fue uno más, otro amante egoísta que solo piensa en su placer. Cuando creyó que iba a llegar el momento justo, cuando ya no aguantaba más, se desembarazó de María, al menos entre las piernas, y le ofreció su polla. Miró hacia arriba, al techo, y esperó, tal vez a empapar su rostro, como otras veces hizo con sus pechos, o su espalda, o tal vez, como comprobó al instante, María quería llenarse la boca con su leche. Apenas se movía. Él tampoco. La polla en la boca, y la lengua ligeramente juguetona bastó para que el semen se desparramara en la garganta, en la lengua, entre los dientes. Aguantó los empellones sin gesticular, manteniendo el líquido en la boca. Sonrío a Adrián y se puso en pie. Mientras se acercaba, el hombre calvo, que lo había presenciado todo a dos metros, también se corría. Dos gotas tristes, blancuzcas, se deslizaban por su mano, perezosas. Un gemido animal, y el silencio. María llegó hasta él, todavía con el semen en la boca, y le dio un beso. Todo el caldo de su boca pasó a la boca del calvo, que la saboreó, extrañado de su propia valentía. El beso fue largo, y Adrián se dejó caer, todavía erecto, en el sofá, sin fuerzas para hacer absolutamente nada, ni si quiera sorprenderse. El hombre, cuando se había tragado todo lo que ella le había regalado en el beso, se puso en pie apresurado. Parecía nervioso. Se subió los calzoncillos, los pantalones, buscó la cartera y le dio tres billetes a María. Gracias, ha sido genial. Es todo lo que Adrián y ella le escucharon decir. Toma, le dijo cuando volvió de despedir al aturdido, que había escapado como si no quisiera que su imagen se relacionara con semejante espectáculo. Parecía arrepentido. Esto es para ti, es tu paga extra. ¿Te ha pagado por esto?. Claro, ¿qué te creías?. No entiendo nada. En verdad no entendía nada, dinero era, precisamente, lo que María menos necesitaba, ¿qué significaba ese absurdo juego?. Pues es sencillo, estaba ojeando el periódico y vi el anuncio, se busca pareja a la que le guste ser observada mientras hace el amor, se asegura discreción. Y ahí lo tienes, este era el hombre del anuncio. Adrián hizo intención de ponerse en marcha, vestirse y salir lo antes posible. Una vez que el sexo termina, la proximidad de María se vuelve extrañamente incómoda. Eh, eh, eh, ¿dónde crees que vas?. Adrián esperó lo peor, una sorpresa de última hora. ¿Me has escuchado gritar?. No, la verdad es que no. Y se dio cuenta de cuan alejado había estado de sí mismo, del tipo atento y generoso que busca siempre correrse después que sus amantes. Pero estaba cansado. María no. ¿No pensarás que hoy has venido para eso, para correrte en mi boca mientras un tipejo se hace una triste paja?. No lo sé. Estaba harto de tanto misterio, de tanto juego. Nunca sé para lo que vengo. Parecía un niño pidiendo explicaciones. Bueno, pues te lo digo yo, has venido para que yo me corra, así de sencillo, no lo olvides, tu polla, le dio un toquecito cariñoso, tu cuerpo y todo lo demás, estáis hechos para hacerme gozar, ¿todavía no te has dado cuenta?. Esto no son más que juegos, continúo, juegos para que no nos aburramos, para darnos morbo, para que todo siga siendo fascinante. Pero tú solo debes vivir para follarme, esa es tu meta en la vida. Volvió a tumbarse María entonces y lo miró con ojos retadores. ¿Serás capaz de follarme otra vez?. Lo conocía muy bien, y eso a él le fastidiaba, sabía que con ese tipo de retos, el Adrián orgulloso de su sexualidad, iba a poner a trabajar a su polla al instante. La postura era muy parecida, ella recostada, él ligeramente de pie, a los pies del sillón. Pero el roce nada tenía que ver. Ya no había espectacularidad, ni imágenes para terceros. Los cuerpos se fusionaban al completo, los sexos nacían y morían el uno en el otro, en una baile donde siempre había contacto, donde los pasos se daban por dentro. María arqueaba su espalda, como siempre, ayudando a la pelvis de Adrián, que se afanaba una y otra vez en poner a prueba la resistencia del sofá. No iba a correrse otra vez, era una cuestión de orgullo profesional. Y eso era una ventaja para el desempeño de su papel, porque se concentró por completo en las necesidades de María, en las demandas de su cuerpo, en las plegarias de sus gemidos, que como un eficaz marcapasos le indicaban la velocidad de las embestidas. María tuvo un orgasmo especialmente discreto, tal vez para contrarrestar tanta bestialidad forzada de minutos atrás. Después pagó, religiosamente, porque lo de antes era un extra, le dijo con una sonrisa, y se fue a la ducha, como siempre, en silencio.
Así ocurre cada noche con María, una sorpresa, un miedo, una pérdida de control, un desconcierto. Hoy no podía ser de otro modo. Le sigue dando vueltas, aunque según avanza por la ciudad, surcando la autopista sobre el río a toda velocidad, la noche madrileña sola para él, piensa de vez en cuando en Sofía, la tierna Sofía, la dulce Sofía, y sonríe, olvidando el desconcierto. Son pensamientos fugaces que se cruzan, como trenes que circulan por vías diferentes, paralelas un instante, formando parte de una misma realidad reconocible, hasta que se disocian, una a la izquierda y otra a la derecha, y aun manteniendo el contacto visual se va evidenciando el paulatino alejamiento, que no es total, porque las vías vuelven a ponerse paralelas, y a repetirse una y otra vez esta situación. Así le ocurre mientras conduce la moto. Va en el tren del recuerdo cercano, el de la casa de María, pero de vez en cuando se acerca el de Sofía, que siempre parece tan sereno, y no sabe en qué pensar. Vence María, como casi siempre. El recuerdo sigue muy reciente. Hoy ha llegado a su casa puntual, no quiere malas caras y ningún juego rencoroso por el simple hecho de llegar tarde. Además, tenía una cita con la enfermera pasada la media noche, así que cuanto antes llegara, antes se iría. Sofía tiene algo importante que comentarle y quiere decírselo en persona. Le asusta, no debe ponerse en lo peor, pero tal vez aparezcan, piensa, entre ellos expresiones como amor, complicándolo todo y, conociéndose, tal vez estropeándolo de forma definitiva. María lo recibió desnuda. No es una novedad en sí misma, de no ser por un pequeño detalle. Ah, aquí está mi butanero favorito ¿viene con la bombona bien llena?, pasa, anda, pasa, que tienes una labia. Lo filmaba todo como una diminuta cámara digital. Vamos, pasa, no te quedes ahí. No hay día donde no ocurra algo, así que debería estar preparado para estas sorpresas, pero siempre lo pillan en fuera de juego. No sabía que fuéramos a filmar una película. Sí, se llama el butanero que las tenía a todas locas y que acabó con la más loca de todas. En ese momento dejó caer el brazo con la cámara y pudo ver su rostro, y sus ojos, y tuvo la misma sensación de miedo que algunas veces lo embargan, como si temiera que María perdiera el control. Pasa, anda, pasa. Solo lo hizo cuando la cámara estuvo otra vez sobre el ojo y los miedos se alejaron. En realidad, continuaba divertida, estoy haciendo un documental, creo que lo voy a titular las ventajas de tener al mejor amante del mundo, ¿qué te parece?. Que me halagas. La verdad es que no lograba sentirse a gusto. Ella lo notó. ¿Te molesta que te grabe?. ¿Perdona?. Era tan raro verla así, preguntando, esperando opinión, que su cerebro no fue capaz de traducir la escena. ¿Qué si te molesta lo dejo?. No, no, perdona, se apresuró a corregir, estoy un poco cansado, nada más. Muy bien, volvió al objetivo, en ese caso sigamos con el documental. Él estaba en medio del salón, de pie, y ella giraba a su alrededor sin dejar de filmar. Entonces está usted considerado el mejor amante del mundo. Era complicado responder, no solo por la pregunta, por la peculiaridad de quien la hacía, sino porque quien esto preguntaba estaba desnuda y grabando con una cámara. Pues, bueno, yo creo que son rumores. Entonces María se detuvo y giró la cámara hasta ser ella el objeto filmado. Tenemos con nosotros a su amante, a su única amante, porque el resto son juegos, lo dejó bien claro con el tono de voz, ¿qué opina de esos rumores que sitúan a Adrián como uno de los mejores amantes de la historia?, estoy convencida, se respondió a sí misma, de que de a esa frase tarde o temprano le quitará usted, a poco que sea sincera, las palabras uno de los, para dejar tan sólo el mejor. Volvió entonces a centrar el objetivo en él. Quizá deberíamos empezar por conocer cuales son esas cualidades, visualmente hablando, para poder iniciar un juicio serio. Se quedó en silencio, esperando. Que te desnudes, coño, soltó entre risas. Adrián le hizo caso, cada vez más tranquilo e implicado. Por eso se demoró y la ropa tardó en desaparecer de su cuerpo. Ahí lo tienen, se acercó más una vez que estaba desnudo, sobre todo a aquellas partes que considero dignas de un buen zoom. Un pectoral de deportista, cuidadosamente depilado. Pasaba la mano por la zona mencionada. Un cuello poderoso, el rostro de un dios griego, las espaldas de una nadador. El culo, dios mío, ese culo debería de estar protegido por el gobierno, como La dama de Elche, esto sí que debería ser patrimonio de la humanidad, y no las cuatro piedras para el agua de Segovia. No suele ser tan divertida, y mucho menos tan aduladora, así que Adrián pensó que sería cosa de la cámara, que en cierta medida la estaba transformando en otra María más cercana y menos violenta. Los pies también cuidados, continuó, y las piernas de quién ha cuidado su imagen con horas de pesas y carreras. Pero, señoras y señores, sobre todo señoras, que van a poder valorar con más objetividad de lo que hablo, la verdadera virtud de nuestro amigo, la verdadera arma que lo ha convertido en el ganador imbatido del concurso al mejor follador del año durante la última década, está aquí, justo donde ahora se centra mi cámara. Y se arrodilló para enfocar la polla, hasta ahora tranquila, crecida ya por el recién adquirido protagonismo. Miren señoras, que de esto entenderán y comprenderán, la maravilla que tengo entre las manos. No es solo su tamaño, que crecerá según la estimulemos hasta una dureza que puede parecer arrogancia, sino su sabor, su piel suave, y sobre todo, señoras, me entenderán en mi entusiasmo, este pedazo maravilloso de carne es tan tozudo y considerado que jamás se rendirá y escupirá antes de tiempo, permanecerá ahí, impertérrito, esperando su momento estelar. ¿No me creen?. Nada mejor que un caso práctico, ¿verdad?. Entonces, todavía de rodillas, con el pene en la mano, suavemente, como si fuera una ofrenda posada sobre sus dedos, le entregó la cámara. Él hizo intención de dejarla en la mesa. No, no, filma, quiero que lo grabes todo, que no pierdas el más mínimo detalle de lo que te haga. Como siempre accedió a sus peticiones, e intentó mantener la cámara más o menos estable mientras ella se ponía, no solo manos, sino boca y labios a la obra. Primero la humedeció con mucha calma, lo que le indicaba a Adrián que estaba ante algo nuevo, pues ella suele tratar este tema con bastante violencia, con cierta ansiedad, como si fuera un trámite apresurado, metiéndosela en la boca a toda velocidad. Hoy en cambio ha tenido mucha paciencia, como a él verdaderamente le gusta. Sin olvidar ningún punto, como los genitales, tan denostados en este tipo de juegos. María, así, parecía tenerlo todo realmente controlado. Con la mano izquierda mantenía toda la piel del pene en la base, dejando el prepucio, reluciente por sus lametazos, como un ariete de barco al sol. Con la mano derecha acariciaba suavemente la piel inferior de los genitales, estirando de ella, pellizcándola. Después, la boca, cansada de las alturas, sustituyó a la mano con esa piel, a la que mordisqueó y chupeteó como si necesitara de su sustancia para alimentarse. La mano izquierda nunca perdía el control, presionando la piel hacia abajo, con fuerza, levantando ligeramente esa presión y volviéndola a ejercer. Tal vez la cámara, que seguía en las temblorosas manos de Adrián, fuera incapaz de captar ese movimiento, pero él sí, él notaba esa presión, que iba y venía como las olas del mar. Cuando María, siempre sin prisas, se cansó de mordisquear los genitales, volvió al pene. Sacaba la lengua, tanto que sobrepasaba su propia barbilla, y después la deslizaba desde la base hasta el final. La mano izquierda, la que hasta entonces había mantenido el prepucio al aire, ahora se colocaba en la parte superior, para ejercer de contrapeso y la derecha volvía a los genitales. Una y otra vez, con lentitud, repetía el juego, la lengua que sale como una ofrenda, después se desliza y vuelve a su guarida, a su ermita, dejando en el camino un rastro húmedo de placer. La cámara le temblaba cada vez más en las manos y le costaba mantener el enfoque. Cada lametazo aumentaba los temblores, los jadeos y el placer. María entendió perfectamente que iba a llegar el orgasmo. Por eso se detuvo. Adrián estaba preparado para llenarlo todo y se sintió desconcertado. Ella le sonrió. Todavía no, le dijo en silencio, todavía no. Y volvieron los lametazos, más intensos, más profundos, pero igual de sosegados, uno tras otro. Volvió a predecir el orgasmo y volvió a detenerse, con una pericia que lo estaba dejando sin aliento, era como si ella tuviera un acceso especial a sus centros sensitivos. Repitió ese proceso varias veces hasta que consideró que había llegado el momento. Entonces desaparecieron los lametazos, y la lengua se concentró solo debajo del prepucio, justo donde la piel estaba más tensa, sometiendo al frenillo a un juego de presión que despertó la definitiva tormenta de sensaciones. Apenas se movía la lengua, presionaba, se ladeaba, sin más. Con la mano izquierda María abrazó de nuevo el pene por la base, para tirar de la piel con fuerza, dejando así el prepucio otra vez al viento, como si un arrogante misil a punto de ser disparado. No había más movimiento que el de las respiraciones y la lengua, hasta que Adrián sintió el orgasmo. Fue largo y seco, muy largo, eterno, y durante todo él fue incapaz de respirar, solo pudo hacerlo un instante después de terminar, justo cuando llegaba la eyaculación, que por la pericia y paciencia de María se había disociado del propio orgasmo. Fue un golpe intenso de semen que le cruzó el rostro de lado a lado, llegando hasta el pelo. Después un instante de calma mecido por las respiraciones y los gemidos. Tras esta ficticia serenidad otra dentellada blanca, y una tercera, que se quedó en el labio. Las últimas gotas, que María esperó con deleite, cayeron en la boca y ella las llevó con la lengua junto al resto. Estaba sonriente, y Adrián desconcertado, con el corazón botando como un potro desbocado en su pecho. Sigue filmando, sigue filmando, por favor, y ven, ven conmigo. Seguía la respiración entrecortada, le costaba andar y filmar a un tiempo, con esfuerzo intentaba no perder la estela de María, más bien la de sus nalgas, un culo especialmente hermoso al otro lado del objetivo. Fueron hasta el salón. María seguía con el rostro empapado de semen y cada vez que se cruzaban Adrián sentía la tentación de limpiarlo. Pero ella estaba feliz, así, impregnada de la victoria de otro orgasmo del que ya considera su hombre. Ahora dame la cámara y vete al sofá. María conectó un par de cables y por la televisión se vio su propia imagen, con el rostro todavía virgen de semen. Ahora, decía a la cámara inmóvil, llamará Adrián, que es el hombre más guapo y el mejor amante del mundo. Y suena el timbre, después la cámara que pasa a las manos de María y él, en la puerta, sorprendido. Ah, aquí está mi butanero favorito ¿viene con la bombona bien llena?...María entonces se acercó a él, lo recostó en el sofá, justo frente a la televisión. Se dio la vuelta, ofreciéndole la espalda y se colocó con una pierna a cada lado, justo sobre sus rodillas. Adrián se dejó caer un poco más para que su polla quedara así justo debajo del sexo. Tuvo que sujetarla desde la base, porque la erección no era lo suficientemente potente como para que entrara sin ayuda. El coño de María se iba acercando, sin prisa, ayudado por unas rodillas que se flexionaban. Era una postura incómoda. Él tenía que dejarse caer del todo y ella recostarse contra su pecho. Una vez logrado el objetivo, la polla de Adrián surcando las profundidades de María, se quedaron en silencio, viendo la grabación, ...hasta una dureza que puede parecer arrogancia, sino...Adrián esperaba, tal y como estaba apenas si podía ejercer fuerza sobre el cuerpo de ella. Tampoco era preciso, María no necesitaba de movimientos bruscos. Acaríciame con las dos manos, le dijo cuando inició un ligero vaivén. Humedeció, solícito, sus dedos y comenzó a surcar a ciegas el sexo cálido. Primero el clítoris, donde dejó de avanzadilla dos dedos bailando circularmente, y con la otra mano los labios que abrazaban su polla, asegurando así que, pese a la erección no plena, todo funcionara como tenía que funcionar. Mientras tanto, en la televisión, María jugueteaba entregada con el sexo erecto, el mismo que se afanaba por mantener el tipo dentro de su cuerpo. Llevaba todavía la eyaculación en su rostro, y esa sensación le resultaba excitante, como un juego del tiempo en la noria del sexo y el futuro, saber lo que va a ocurrir y tener al tiempo la evidencia reseca en su propia carne. Los movimientos eran lentos y poco pronunciados. Ella se elevaba ligeramente sobre los tobillos, él jugaba con los dedos y ayudaba a que el sexo volviera a entrar por completo. María no necesitaba más, no quería más, cualquier otra cosa la hubiera molestado, que él acariciara sus pechos, o cualquier otra parte de su cuerpo, o simplemente que desaparecieran los dedos del verdadero y único campo de batalla en esta noche. Su propia imagen hacia el resto, verse excitada, excitando, juguetona, experta, diosa, le gustaba mucho. Quería esforzarse, sentir el orgasmo justo cuando en la televisión el semen de Adrián se esparciera sobre su rostro, ese semen que todavía caldeaba sus mejillas. Y lo logró. Aceleró en el momento justo, cuando la cámara más zigzagueaba en las manos de Adrián, cuando más fuerte se escuchaba su respiración a través de los altavoces, y gimió, esta vez con discreción, cuando el semen era lanzado al tiempo dentro su coño y sobre su alter ego televisivo. En contra de lo que era costumbre hasta hoy, con el orgasmo no llegó la separación. Adrián permanecía expectante, esperaba su salida, el sonido de la ducha y el silencio como un hasta el jueves que viene más. Pero no, María siguió moviéndose, mientras en la pantalla todavía quedaba imagen por ver. Después, de golpe, casi de un salto, salió disparada hacia la televisión y dejó en pause su rostro, un primer plano con las dentelladas de semen. Miró a Adrián, que estaba como hipnotizado con la imagen, sonrió y entonces, sí, entonces repitió el ritual. Con el sonido de la ducha como fondo. Fue cuando Adrián, con la imagen de ese rostro clavada como una saeta en la retina, bajó al fin a la calle, a hacer rugir su yamaha.
Todavía ahora, más cerca de la cafetería donde ha quedado con Sofía, no lejos del hospital, intenta alejar esa imagen de su cabeza. No acaba de entender a María. Unas veces parece como si los hombres, en este caso él, no fueran más que la parte necesaria para mantener erecto un pene y activa una lengua, y otras, en cambio, parece condicionar su comportamiento a las supuestas necesidades y a los supuestos gustos masculinos. ¿A qué sino tanta afición a los orgasmos en cualquier parte del cuerpo?, tan masculinos, tan de película porno. Pareciera todo fachada, como si quisiera agradarlo a él, para lograr algo, porque tras cualquier gesto o acto intuye que siempre hay un segundo objetivo. Nada parece gratuito con ella. Y como apenas hablan, como no hay comunicación, no hay momento en el que poder poner sobre la mesa estas cuitas. Con Rocío, en cambio, con la que mantiene igualmente una relación basada en el sexo y el dinero, siempre hay una flujo constante de impresiones, no es un monólogo de empujones, lengüetazos y orgasmos. Me gusta mucho acariciar tu cosita. Así la llama, con buscado y morboso aire infantil. Me gusta que me abraces después de hacer el amor, que no te marches, dormirme con tu respiración en la nuca. Así resulta más fácil, aunque de cierto miedo. Con María todo funciona a golpes, es como un torrente descarriado que cada nuevo encuentro se desborda y desaparece, quedando tan solo en su turbado recuerdo alguna evidencia. Cada jueves una nueva tormenta de verano. Nada más. No hay señales de la batalla anterior cuando las armas entran otra vez en juego. Ni rencores aparentes. Ni agradecimientos residuales. Cada día es el primero y el último. Tal vez por eso se siente tan atraído, tan sorprendentemente adicto a su sudor, a las curvas generosas de su cuerpo, a su placer, a su miedo, a su domino.
Cuando aparca la moto y ve a Sofía al otro lado del cristal, saboreando un café con la misma dulzura con la que lo hace todo, como si no necesitara tan siquiera posar sus labios en la taza, decide olvidarse del resto. Con un manotazo aleja del cerebro el acostumbrado desconcierto y, sobre todo, el rostro empapado de María capturado en el televisor. Le da la impresión de que cada día que pasa Sofía está más guapa. Es como si su belleza fuera un idioma, y según pasa el tiempo va aprendiendo más palabras, más términos, más frases y haciendo que la belleza se le presente más clara. Hola, preciosa, siento haberte hecho esperar. Hay un cruce extraño de rostros, un beso en la mejilla, otro en los labios, tímido, eléctrico, fugaz. Y nervios, muchos nervios. Tiene cojones la cosa, a mi edad y poniéndome nervioso con una mujer, pero claro, que mujer, joder cada día está más guapa. Sofía, en cambio, está nerviosa por motivos nuevos. No tenía que haberle dado el beso, como el otro día, parece como si él no quisiera, parece mentira, yo la lanzada, de verdad es que no lo entiendo, ahora va a pensar que estoy desesperada, o que estoy loco por él, que claro, ¿para qué voy a engañarme?, eso es lo que me pasa, y como dice Cristina, tengo que asumirlo, ya, sí, pero él no tiene porqué saberlo, así que mantén la calma. Bueno, tenías algo importante que contarme. Le tiembla la voz, pero no reflexiona sobre ello. Bueno, sí, tengo una muy buena noticia. Ahora el corazón de Adrián empieza a latir con fuerza en sus sienes, un tam tam que precede al peligro. Que no lo diga, por favor, que no lo diga, que todo siga como está, que todo siga como está. Un breve silencio. Tum, tum en sus sienes. Han admitido a tu prima en el proyecto hombre, en la granja, para una rehabilitación en toda regla, y te aseguro que de allí han salido muchos perfectamente desintoxicados, nuevos. Menos mal...¿menos mal?, piensa. Porque se siente decepcionado, le hubiera incomodado la evidencia del amor, las palabras futuro, juntos, tú y yo, pero esa ausencia ha herido su orgullo, y ¿tal vez algo más?. ¿No me digas?. Tiene que bucear en lo más profundo de su yo mentiroso para encontrar la dosis de entusiasmo que parece apropiada. Me alegro mucho. Es una buena noticia ¿verdad?. Sofía le cogería la mano, le daría una abrazo, lo besaría con ternura. Pero permanece ahí, quieta, tan nerviosa como él, pero feliz, muy feliz de tenerlo tan cerca. No pierdas la cabeza, se dice, no la vuelvas a fastidiar, ya llegará todo, ya llegará. Adrián traga saliva, no entiende como ha podido creer que Sofía hablaría de amor. Pues eso tendremos que celebrarlo con una cena, con una cena y con una noche especial. Esas palabras, más de su estilo, y sobre todo imaginarse lo que para él sería una noche especial, lo serenan, digamos que ya tiene el control. Un zarpazo para volver a ser el mismo. Rutina. ¿Una noche especial?. A Sofía le tiembla el ojo, es apenas un tic tac imperceptible, pero que por dentro la sacude y la inquieta. No lo ve, no lo puede ver, maldito ojo, maldito ojo. Sí, creo que voy a invitarte a cenar al mejor restaurante de la ciudad, te lo mereces. ¿De verdad?. Sí, en serio. Le coge la mano y Sofía siente una descarga eléctrica que la recorre una y otra vez, desde la mano, hasta los pies, por el cerebro, el corazón y se instala en el estómago. Creo que te has portado muy bien conmigo, y con prima, sobre todo con mi prima, y sin conocernos. ¿No nos conocemos?, le gustaría decirle, pues yo llevo toda la vida esperándote. A Adrián le encanta estar así, no quiere tan siquiera asumirlo, pero ahora es el hombre más feliz del mundo, a las dos de la mañana, en una cafetería, con una mujer a la que esta noche, como otras tantas noches, no tendrá desnuda y jadeante bajo su cuerpo. Está hecho, sentencia, te invito a cenar, tú pon el día. ¿El día?. Sí, cuando quieras, menos los jueves. Dios, María, piensa como un relámpago en su rostro lleno de semen. Menos un jueves puedo cualquier día. Vale, no te preocupes, a mí me viene bien cualquiera mientras no tenga guardia. Perfecto. Sí, perfecto. Silencio. Tum, tum. No están incómodos, todavía está la mano de Adrián sobre la de Sofía, y las dos están serenas, felices del contacto. Perfecto, vuelve a decir Adrián. Sí, perfecto, sonríe Sofía.
Se volvieron a ver una tarde, cuando su prima salió del hospital. Estaba muy guapa de calle, nada ajustado ni espectacular, más bien discreto, como si quisiera esconder su belleza y, encima, le saliera mal. Hablaron con cordialidad. Ella estaba asustada, pero él no se dio cuenta. Para Sofía esa cita, disimulada con la necesidad de coordinar una plan de ayuda para Susana, era algo muy importante. Cristina, le confesó a su amiga, estoy muy nerviosa, voy a volver a ver al primo de Susana. ¿El macizo?, joder, mira que tienes suerte, si te gusta, olvida por una vez tus prejuicios, tus moralinas y toda esa mierda y lázate, por favor, seguro que el chico lo merece, no estarías así de nerviosa de no ser así. Le hubiera dicho que no, que ella no es de esas. Pero no pudo. Toda la noche estuvo dándole vueltas. Seguía en su memoria el turbador recuerdo de esa primera mañana que no tuvo el valor de confesar a nadie, ni tan siquiera al cura de toda la vida. Era demasiado íntimo, Dios debía entenderlo sin intermediarios. Además, no le parecía pecado, o peor, le daba rabia que un momento tan especial, tan lleno de sensaciones, tan maravilloso, fuera algo malo, una falta, una ofensa a nadie. No quiere pensar que su Dios, el que ha querido toda la vida, la condene a no poder gozar. ¿No te masturbas nunca?, le ha preguntado alguna vez Cristina, sorprendida, ansiosa por ver despertar los sentidos en ella. Pero Sofía jamás habla de eso. Tal vez ahora ya no tenga tanto miedo y, como dice su amiga, se lance. Intentaba hablar con Adrián, aquella tarde, de lo que había venido a comentar, pero entre palabra y palabra, entre frase y frase, una parte de su cerebro se descolgaba, como si el fragmento de una nave quedara suspendida en el espacio y no perdiera de vista las facciones masculinas de quien la escucha, los ojos claros, la barbilla poderosa y masculina, el cuello, la barba perfectamente olvidada. Esa parte del cerebro descolgada mandaba un mensaje claro, aquí cerebro, aquí cerebro llamando a tierra, este es el hombre más atractivo e interesante que te has encontrado nunca. Alarma, alarma, diría la parte no descolgada, la que permanecía fiel al cuerpo. Lo malo, o lo bueno, era que le fallaban las fuerzas. Sobre todo cuando se sinceraron. Porque Adrián lanzó el anzuelo, como siempre. Tal vez no estuviera enamorado de ésta mujer, pero no dejaba de ser una persona, femenina y atractiva susceptible de caer. No te voy a decir, comenzó el ligero asedio, que no me interese el futuro de mi prima, aunque crea que lo tiene más que escrito, pero hay más razones por las que he venido a comer contigo. ¿Los menús del V.I.P.S?, bromeó para sacudirse su nerviosismo, poco acostumbrada a ese tipo de juegos. Total, su relación con el sexo opuesto se limitaba, por un lado, a las constantes negativas a todo aquel que le propusiera algo, con mayor o menor sequedad en función del momento, y a la que mantuvo con el único novio en su casillero, el de toda la vida, el que le encantaba a su madre y a su padre. Sí, la verdad es que lo que realmente me apetecía era volver a verte. Gracias, le dijo con los ojos y una tímida sonrisa. ¿Sabes lo que nos ha pasado a Eduardo y a mí?, mi amigo, el que vino con la moto, pues que no nos acordábamos de tu nombre. Mintió, deliberadamente. Y hemos decidido llamarte la enfermera preciosa. Sofía estaba abrumada y encantada ¿por qué negarlo?. Fue una comida muy especial que le dejó muy clara una cosa. Cristina, le comentó por la noche, tómate esto con cautela, lo que te voy a decir, vamos, pero...estoy enamorada. Pareciera como si a su amiga le hubiera tocado la lotería. ¡Ya era hora!, ¡me cago en la leche!, ya era hora. Vale, vale. Estaban dando un espectáculo, pero encantadas. Adrián, a su modo, también salió confuso de aquella comida. Está como un tren. En este caso eran una terraza, la de siempre, un porro y su amigo los interlocutores. ¿Sabes lo preocupante?, te juro que en toda la comida no he pensado en follármela. Ay, que mi niño se enamora, que mi niño se enamora. Desde entonces han estado en contacto prácticamente todos los días, o una llamada, o una cita, o un correo electrónico. Ella, además de enamorada, se siente en desventaja, pues imagina a Adrián como un don Juan lleno de experiencia. Lo que no sabe es que todo esto, los mensajes al móvil, los textos cariñosos por e-mail, las citas para no tener sexo, hasta una película en versión original, son mayor novedad para él, porque chocan frontalmente con el concepto que de sí mismo tenía en relación con el sexo opuesto. Sofía, a fin de cuentas, lleva toda la vida esperándolo.
Así están, los dos, metidos en esta vorágine parecida al amor, cada uno a su modo, cada uno con sus miedos. No ha habido sexo, pero sí deseo contenido, lo que a los ojos de Eduardo es una prueba irrefutable de lo que le está pasando al corazón de su amigo. Solo un beso, la última vez, cuando la dejó en el taxi. Un beso tierno. Y fue ella quien lo abrazó y lanzó sus labios. Y en medio de todo este huracán de sensaciones está su doble vida, por llamarla de algún modo. Y María, sobre todo María. Es como si en una esquina de una especie de balanza se hubiera puesto Sofía, la serenidad, el futuro, la tranquilidad, y al otro María, sus desplantes, su despotismo, su cuerpo generoso, su dinero y la indudable atracción que ejerce sobre él. Con otra mujer, con o sin dinero, hubiera puesto tierra de por medio meses atrás. ¿El resultado?, equilibrio, entre esos dos polos tan opuestos hay un perfecto equilibrio, como si dos poderosas fuerzas tiraran cada una de un brazo y lo mantuvieran en el aire, sometido y tenso. En este juego de medias verdades María sería el demonio bueno, o el ángel malo. Quien bien te quiere te hará llorar, reza el dicho popular, y él con María ha decidido transformarlo quien bien te haga daño te hará gozar. Se siente especialmente viva sometiendo, e igualmente siendo sometida. Situaciones de riesgo, ser descubierta, o simplemente sentirse observada. Un jueves quedaron a la hora de siempre. Al entrar en casa había un hombre, más bien bajito, con poco pelo y aspecto de no haber gozado demasiado de la carne fuera de una parrilla. ¿Qué coño hace este tío aquí?, preguntó, muy ufano. No te pago para que hagas preguntas. Entra. Así es María. Tal vez me quiera poner celoso, con semejante personaje, por Dios. El hombre estaba nervioso, se le notaba en el pulso y en el sudor que hacía brillar su calva. Siéntate, mi vida. Lo trataba con cariño, algo sorprendente. Ven, le decía a él, imperativa y directa, como siempre. Se desnudó sin mediar palabra alguna. El hombre se acomodó y sonrió por primera vez. Miró a Adrián, que asistía estupefacto al espectáculo, y se bajó los pantalones. Era patético verlo ahí, expectante, con los ojos como platos, esperando, con los pantalones por los tobillos y los calzoncillos enormes y blancos por las rodillas. Tú también tienes que desnudarte. Adrián se lo pensó. Hasta entonces había accedido a todas sus excentricidades, por morbo y por dinero, pero entrar en ese juego era otra cosa. María recurrió al argumento de siempre. Habrá un premio especial para ti, tómate esta noche como horas extras. Tal vez me arrepienta, se dijo, justo antes de dejar su ropa sobre el sofá. María no se anduvo con rodeos, se arrodilló, sin dejar de mirar al hombre calvo, que había comenzado a masturbarse, y se metió la polla de Adrián en la boca gesticulando y gimiendo como si de una actriz del género se tratara. Mira como me gusta comerme esta polla. Pero se lo decía al calvo, que sudaba y sudaba mientras agitaba su poco agraciado miembro. Adrián no gozaba de la situación, lo superaba, su excitación no era la adecuada y su pene se resentía. María y el calvo, en cambio, seguían a lo suyo. ¿Ves como me la como?, me cabe entera, mira. Aprovechando la no plena erección intentaba llevarla entera a su boca. Se sentía ridículo, como un mono de feria. Además, María, en su afán de espectacularidad, no estaba haciendo las cosas bien. Por eso decidió tomar el control. Así que quieres ver como me follo a esta zorrita. El calvo sonrió entusiasmado y María se apartó, primero sorprendida, todavía con la polla en la boca y después encantada. No sólo él lo quiere. Se tumbó en el sofá y abrió las piernas, dejando una sobre la mesa baja y otra sobre el respaldo del propio sofá. Se acariciaba en espera del sexo de Adrián, que recuperado el control de la situación tampoco tenía tanta prisa, por fin su propia erección aumentó su seguridad. Mira, se la meto sin necesidad de tocarla. En una alarde, con las manos en la cintura, dirigió su polla hacia el sexo que esperaba, en una pose muy torera. Hubo un ligero contoneo de ambos y el tenaz roce de sus sexos hasta que se produjo el acoplamiento. María, muy en su papel, gemía efusivamente. Adrián no pensaba en ella. Era extraño, hasta divertido. Al sentirse observado por el hombre calvo que gemía igual que María, con descaro y exageración, no pensaba en el placer del sexo que penetraba, ni del cuerpo que se convulsionaba. Pensaba en la escena, en lo que ese espectador observaba. Por eso no se abrazó, como haría naturalmente, a María, ni la besó, ni se ciñió a su cuerpo buscando el roce. Se separó por completo, incluso saliéndose del sexo, para volver a entrar, una y otra vez, con cierta brusquedad. Así, el clítoris quedaba marginado, no había contacto, pero el cerebro de María, sorbido por el morbo, compensó con creces esa ausencia y estaba tan excitada como siempre, presa de su propio juego. Se agarraba a los antebrazos de Adrián, que se empeñados estos en la ardua tarea de mantener el equilibrio. Quizá a ella este movimiento, fuera del impulso psicológico del morbo, no la estimulara en exceso, pero a él, sorprendentemente, le estaba gustando mucho. Tanto que no tardó en sentir los primeros arrebatos del orgasmo. Normalmente trata de controlarse, de buscar el momento adecuado para descargar el placer, pero aquel día no, aquel día fue uno más, otro amante egoísta que solo piensa en su placer. Cuando creyó que iba a llegar el momento justo, cuando ya no aguantaba más, se desembarazó de María, al menos entre las piernas, y le ofreció su polla. Miró hacia arriba, al techo, y esperó, tal vez a empapar su rostro, como otras veces hizo con sus pechos, o su espalda, o tal vez, como comprobó al instante, María quería llenarse la boca con su leche. Apenas se movía. Él tampoco. La polla en la boca, y la lengua ligeramente juguetona bastó para que el semen se desparramara en la garganta, en la lengua, entre los dientes. Aguantó los empellones sin gesticular, manteniendo el líquido en la boca. Sonrío a Adrián y se puso en pie. Mientras se acercaba, el hombre calvo, que lo había presenciado todo a dos metros, también se corría. Dos gotas tristes, blancuzcas, se deslizaban por su mano, perezosas. Un gemido animal, y el silencio. María llegó hasta él, todavía con el semen en la boca, y le dio un beso. Todo el caldo de su boca pasó a la boca del calvo, que la saboreó, extrañado de su propia valentía. El beso fue largo, y Adrián se dejó caer, todavía erecto, en el sofá, sin fuerzas para hacer absolutamente nada, ni si quiera sorprenderse. El hombre, cuando se había tragado todo lo que ella le había regalado en el beso, se puso en pie apresurado. Parecía nervioso. Se subió los calzoncillos, los pantalones, buscó la cartera y le dio tres billetes a María. Gracias, ha sido genial. Es todo lo que Adrián y ella le escucharon decir. Toma, le dijo cuando volvió de despedir al aturdido, que había escapado como si no quisiera que su imagen se relacionara con semejante espectáculo. Parecía arrepentido. Esto es para ti, es tu paga extra. ¿Te ha pagado por esto?. Claro, ¿qué te creías?. No entiendo nada. En verdad no entendía nada, dinero era, precisamente, lo que María menos necesitaba, ¿qué significaba ese absurdo juego?. Pues es sencillo, estaba ojeando el periódico y vi el anuncio, se busca pareja a la que le guste ser observada mientras hace el amor, se asegura discreción. Y ahí lo tienes, este era el hombre del anuncio. Adrián hizo intención de ponerse en marcha, vestirse y salir lo antes posible. Una vez que el sexo termina, la proximidad de María se vuelve extrañamente incómoda. Eh, eh, eh, ¿dónde crees que vas?. Adrián esperó lo peor, una sorpresa de última hora. ¿Me has escuchado gritar?. No, la verdad es que no. Y se dio cuenta de cuan alejado había estado de sí mismo, del tipo atento y generoso que busca siempre correrse después que sus amantes. Pero estaba cansado. María no. ¿No pensarás que hoy has venido para eso, para correrte en mi boca mientras un tipejo se hace una triste paja?. No lo sé. Estaba harto de tanto misterio, de tanto juego. Nunca sé para lo que vengo. Parecía un niño pidiendo explicaciones. Bueno, pues te lo digo yo, has venido para que yo me corra, así de sencillo, no lo olvides, tu polla, le dio un toquecito cariñoso, tu cuerpo y todo lo demás, estáis hechos para hacerme gozar, ¿todavía no te has dado cuenta?. Esto no son más que juegos, continúo, juegos para que no nos aburramos, para darnos morbo, para que todo siga siendo fascinante. Pero tú solo debes vivir para follarme, esa es tu meta en la vida. Volvió a tumbarse María entonces y lo miró con ojos retadores. ¿Serás capaz de follarme otra vez?. Lo conocía muy bien, y eso a él le fastidiaba, sabía que con ese tipo de retos, el Adrián orgulloso de su sexualidad, iba a poner a trabajar a su polla al instante. La postura era muy parecida, ella recostada, él ligeramente de pie, a los pies del sillón. Pero el roce nada tenía que ver. Ya no había espectacularidad, ni imágenes para terceros. Los cuerpos se fusionaban al completo, los sexos nacían y morían el uno en el otro, en una baile donde siempre había contacto, donde los pasos se daban por dentro. María arqueaba su espalda, como siempre, ayudando a la pelvis de Adrián, que se afanaba una y otra vez en poner a prueba la resistencia del sofá. No iba a correrse otra vez, era una cuestión de orgullo profesional. Y eso era una ventaja para el desempeño de su papel, porque se concentró por completo en las necesidades de María, en las demandas de su cuerpo, en las plegarias de sus gemidos, que como un eficaz marcapasos le indicaban la velocidad de las embestidas. María tuvo un orgasmo especialmente discreto, tal vez para contrarrestar tanta bestialidad forzada de minutos atrás. Después pagó, religiosamente, porque lo de antes era un extra, le dijo con una sonrisa, y se fue a la ducha, como siempre, en silencio.
Así ocurre cada noche con María, una sorpresa, un miedo, una pérdida de control, un desconcierto. Hoy no podía ser de otro modo. Le sigue dando vueltas, aunque según avanza por la ciudad, surcando la autopista sobre el río a toda velocidad, la noche madrileña sola para él, piensa de vez en cuando en Sofía, la tierna Sofía, la dulce Sofía, y sonríe, olvidando el desconcierto. Son pensamientos fugaces que se cruzan, como trenes que circulan por vías diferentes, paralelas un instante, formando parte de una misma realidad reconocible, hasta que se disocian, una a la izquierda y otra a la derecha, y aun manteniendo el contacto visual se va evidenciando el paulatino alejamiento, que no es total, porque las vías vuelven a ponerse paralelas, y a repetirse una y otra vez esta situación. Así le ocurre mientras conduce la moto. Va en el tren del recuerdo cercano, el de la casa de María, pero de vez en cuando se acerca el de Sofía, que siempre parece tan sereno, y no sabe en qué pensar. Vence María, como casi siempre. El recuerdo sigue muy reciente. Hoy ha llegado a su casa puntual, no quiere malas caras y ningún juego rencoroso por el simple hecho de llegar tarde. Además, tenía una cita con la enfermera pasada la media noche, así que cuanto antes llegara, antes se iría. Sofía tiene algo importante que comentarle y quiere decírselo en persona. Le asusta, no debe ponerse en lo peor, pero tal vez aparezcan, piensa, entre ellos expresiones como amor, complicándolo todo y, conociéndose, tal vez estropeándolo de forma definitiva. María lo recibió desnuda. No es una novedad en sí misma, de no ser por un pequeño detalle. Ah, aquí está mi butanero favorito ¿viene con la bombona bien llena?, pasa, anda, pasa, que tienes una labia. Lo filmaba todo como una diminuta cámara digital. Vamos, pasa, no te quedes ahí. No hay día donde no ocurra algo, así que debería estar preparado para estas sorpresas, pero siempre lo pillan en fuera de juego. No sabía que fuéramos a filmar una película. Sí, se llama el butanero que las tenía a todas locas y que acabó con la más loca de todas. En ese momento dejó caer el brazo con la cámara y pudo ver su rostro, y sus ojos, y tuvo la misma sensación de miedo que algunas veces lo embargan, como si temiera que María perdiera el control. Pasa, anda, pasa. Solo lo hizo cuando la cámara estuvo otra vez sobre el ojo y los miedos se alejaron. En realidad, continuaba divertida, estoy haciendo un documental, creo que lo voy a titular las ventajas de tener al mejor amante del mundo, ¿qué te parece?. Que me halagas. La verdad es que no lograba sentirse a gusto. Ella lo notó. ¿Te molesta que te grabe?. ¿Perdona?. Era tan raro verla así, preguntando, esperando opinión, que su cerebro no fue capaz de traducir la escena. ¿Qué si te molesta lo dejo?. No, no, perdona, se apresuró a corregir, estoy un poco cansado, nada más. Muy bien, volvió al objetivo, en ese caso sigamos con el documental. Él estaba en medio del salón, de pie, y ella giraba a su alrededor sin dejar de filmar. Entonces está usted considerado el mejor amante del mundo. Era complicado responder, no solo por la pregunta, por la peculiaridad de quien la hacía, sino porque quien esto preguntaba estaba desnuda y grabando con una cámara. Pues, bueno, yo creo que son rumores. Entonces María se detuvo y giró la cámara hasta ser ella el objeto filmado. Tenemos con nosotros a su amante, a su única amante, porque el resto son juegos, lo dejó bien claro con el tono de voz, ¿qué opina de esos rumores que sitúan a Adrián como uno de los mejores amantes de la historia?, estoy convencida, se respondió a sí misma, de que de a esa frase tarde o temprano le quitará usted, a poco que sea sincera, las palabras uno de los, para dejar tan sólo el mejor. Volvió entonces a centrar el objetivo en él. Quizá deberíamos empezar por conocer cuales son esas cualidades, visualmente hablando, para poder iniciar un juicio serio. Se quedó en silencio, esperando. Que te desnudes, coño, soltó entre risas. Adrián le hizo caso, cada vez más tranquilo e implicado. Por eso se demoró y la ropa tardó en desaparecer de su cuerpo. Ahí lo tienen, se acercó más una vez que estaba desnudo, sobre todo a aquellas partes que considero dignas de un buen zoom. Un pectoral de deportista, cuidadosamente depilado. Pasaba la mano por la zona mencionada. Un cuello poderoso, el rostro de un dios griego, las espaldas de una nadador. El culo, dios mío, ese culo debería de estar protegido por el gobierno, como La dama de Elche, esto sí que debería ser patrimonio de la humanidad, y no las cuatro piedras para el agua de Segovia. No suele ser tan divertida, y mucho menos tan aduladora, así que Adrián pensó que sería cosa de la cámara, que en cierta medida la estaba transformando en otra María más cercana y menos violenta. Los pies también cuidados, continuó, y las piernas de quién ha cuidado su imagen con horas de pesas y carreras. Pero, señoras y señores, sobre todo señoras, que van a poder valorar con más objetividad de lo que hablo, la verdadera virtud de nuestro amigo, la verdadera arma que lo ha convertido en el ganador imbatido del concurso al mejor follador del año durante la última década, está aquí, justo donde ahora se centra mi cámara. Y se arrodilló para enfocar la polla, hasta ahora tranquila, crecida ya por el recién adquirido protagonismo. Miren señoras, que de esto entenderán y comprenderán, la maravilla que tengo entre las manos. No es solo su tamaño, que crecerá según la estimulemos hasta una dureza que puede parecer arrogancia, sino su sabor, su piel suave, y sobre todo, señoras, me entenderán en mi entusiasmo, este pedazo maravilloso de carne es tan tozudo y considerado que jamás se rendirá y escupirá antes de tiempo, permanecerá ahí, impertérrito, esperando su momento estelar. ¿No me creen?. Nada mejor que un caso práctico, ¿verdad?. Entonces, todavía de rodillas, con el pene en la mano, suavemente, como si fuera una ofrenda posada sobre sus dedos, le entregó la cámara. Él hizo intención de dejarla en la mesa. No, no, filma, quiero que lo grabes todo, que no pierdas el más mínimo detalle de lo que te haga. Como siempre accedió a sus peticiones, e intentó mantener la cámara más o menos estable mientras ella se ponía, no solo manos, sino boca y labios a la obra. Primero la humedeció con mucha calma, lo que le indicaba a Adrián que estaba ante algo nuevo, pues ella suele tratar este tema con bastante violencia, con cierta ansiedad, como si fuera un trámite apresurado, metiéndosela en la boca a toda velocidad. Hoy en cambio ha tenido mucha paciencia, como a él verdaderamente le gusta. Sin olvidar ningún punto, como los genitales, tan denostados en este tipo de juegos. María, así, parecía tenerlo todo realmente controlado. Con la mano izquierda mantenía toda la piel del pene en la base, dejando el prepucio, reluciente por sus lametazos, como un ariete de barco al sol. Con la mano derecha acariciaba suavemente la piel inferior de los genitales, estirando de ella, pellizcándola. Después, la boca, cansada de las alturas, sustituyó a la mano con esa piel, a la que mordisqueó y chupeteó como si necesitara de su sustancia para alimentarse. La mano izquierda nunca perdía el control, presionando la piel hacia abajo, con fuerza, levantando ligeramente esa presión y volviéndola a ejercer. Tal vez la cámara, que seguía en las temblorosas manos de Adrián, fuera incapaz de captar ese movimiento, pero él sí, él notaba esa presión, que iba y venía como las olas del mar. Cuando María, siempre sin prisas, se cansó de mordisquear los genitales, volvió al pene. Sacaba la lengua, tanto que sobrepasaba su propia barbilla, y después la deslizaba desde la base hasta el final. La mano izquierda, la que hasta entonces había mantenido el prepucio al aire, ahora se colocaba en la parte superior, para ejercer de contrapeso y la derecha volvía a los genitales. Una y otra vez, con lentitud, repetía el juego, la lengua que sale como una ofrenda, después se desliza y vuelve a su guarida, a su ermita, dejando en el camino un rastro húmedo de placer. La cámara le temblaba cada vez más en las manos y le costaba mantener el enfoque. Cada lametazo aumentaba los temblores, los jadeos y el placer. María entendió perfectamente que iba a llegar el orgasmo. Por eso se detuvo. Adrián estaba preparado para llenarlo todo y se sintió desconcertado. Ella le sonrió. Todavía no, le dijo en silencio, todavía no. Y volvieron los lametazos, más intensos, más profundos, pero igual de sosegados, uno tras otro. Volvió a predecir el orgasmo y volvió a detenerse, con una pericia que lo estaba dejando sin aliento, era como si ella tuviera un acceso especial a sus centros sensitivos. Repitió ese proceso varias veces hasta que consideró que había llegado el momento. Entonces desaparecieron los lametazos, y la lengua se concentró solo debajo del prepucio, justo donde la piel estaba más tensa, sometiendo al frenillo a un juego de presión que despertó la definitiva tormenta de sensaciones. Apenas se movía la lengua, presionaba, se ladeaba, sin más. Con la mano izquierda María abrazó de nuevo el pene por la base, para tirar de la piel con fuerza, dejando así el prepucio otra vez al viento, como si un arrogante misil a punto de ser disparado. No había más movimiento que el de las respiraciones y la lengua, hasta que Adrián sintió el orgasmo. Fue largo y seco, muy largo, eterno, y durante todo él fue incapaz de respirar, solo pudo hacerlo un instante después de terminar, justo cuando llegaba la eyaculación, que por la pericia y paciencia de María se había disociado del propio orgasmo. Fue un golpe intenso de semen que le cruzó el rostro de lado a lado, llegando hasta el pelo. Después un instante de calma mecido por las respiraciones y los gemidos. Tras esta ficticia serenidad otra dentellada blanca, y una tercera, que se quedó en el labio. Las últimas gotas, que María esperó con deleite, cayeron en la boca y ella las llevó con la lengua junto al resto. Estaba sonriente, y Adrián desconcertado, con el corazón botando como un potro desbocado en su pecho. Sigue filmando, sigue filmando, por favor, y ven, ven conmigo. Seguía la respiración entrecortada, le costaba andar y filmar a un tiempo, con esfuerzo intentaba no perder la estela de María, más bien la de sus nalgas, un culo especialmente hermoso al otro lado del objetivo. Fueron hasta el salón. María seguía con el rostro empapado de semen y cada vez que se cruzaban Adrián sentía la tentación de limpiarlo. Pero ella estaba feliz, así, impregnada de la victoria de otro orgasmo del que ya considera su hombre. Ahora dame la cámara y vete al sofá. María conectó un par de cables y por la televisión se vio su propia imagen, con el rostro todavía virgen de semen. Ahora, decía a la cámara inmóvil, llamará Adrián, que es el hombre más guapo y el mejor amante del mundo. Y suena el timbre, después la cámara que pasa a las manos de María y él, en la puerta, sorprendido. Ah, aquí está mi butanero favorito ¿viene con la bombona bien llena?...María entonces se acercó a él, lo recostó en el sofá, justo frente a la televisión. Se dio la vuelta, ofreciéndole la espalda y se colocó con una pierna a cada lado, justo sobre sus rodillas. Adrián se dejó caer un poco más para que su polla quedara así justo debajo del sexo. Tuvo que sujetarla desde la base, porque la erección no era lo suficientemente potente como para que entrara sin ayuda. El coño de María se iba acercando, sin prisa, ayudado por unas rodillas que se flexionaban. Era una postura incómoda. Él tenía que dejarse caer del todo y ella recostarse contra su pecho. Una vez logrado el objetivo, la polla de Adrián surcando las profundidades de María, se quedaron en silencio, viendo la grabación, ...hasta una dureza que puede parecer arrogancia, sino...Adrián esperaba, tal y como estaba apenas si podía ejercer fuerza sobre el cuerpo de ella. Tampoco era preciso, María no necesitaba de movimientos bruscos. Acaríciame con las dos manos, le dijo cuando inició un ligero vaivén. Humedeció, solícito, sus dedos y comenzó a surcar a ciegas el sexo cálido. Primero el clítoris, donde dejó de avanzadilla dos dedos bailando circularmente, y con la otra mano los labios que abrazaban su polla, asegurando así que, pese a la erección no plena, todo funcionara como tenía que funcionar. Mientras tanto, en la televisión, María jugueteaba entregada con el sexo erecto, el mismo que se afanaba por mantener el tipo dentro de su cuerpo. Llevaba todavía la eyaculación en su rostro, y esa sensación le resultaba excitante, como un juego del tiempo en la noria del sexo y el futuro, saber lo que va a ocurrir y tener al tiempo la evidencia reseca en su propia carne. Los movimientos eran lentos y poco pronunciados. Ella se elevaba ligeramente sobre los tobillos, él jugaba con los dedos y ayudaba a que el sexo volviera a entrar por completo. María no necesitaba más, no quería más, cualquier otra cosa la hubiera molestado, que él acariciara sus pechos, o cualquier otra parte de su cuerpo, o simplemente que desaparecieran los dedos del verdadero y único campo de batalla en esta noche. Su propia imagen hacia el resto, verse excitada, excitando, juguetona, experta, diosa, le gustaba mucho. Quería esforzarse, sentir el orgasmo justo cuando en la televisión el semen de Adrián se esparciera sobre su rostro, ese semen que todavía caldeaba sus mejillas. Y lo logró. Aceleró en el momento justo, cuando la cámara más zigzagueaba en las manos de Adrián, cuando más fuerte se escuchaba su respiración a través de los altavoces, y gimió, esta vez con discreción, cuando el semen era lanzado al tiempo dentro su coño y sobre su alter ego televisivo. En contra de lo que era costumbre hasta hoy, con el orgasmo no llegó la separación. Adrián permanecía expectante, esperaba su salida, el sonido de la ducha y el silencio como un hasta el jueves que viene más. Pero no, María siguió moviéndose, mientras en la pantalla todavía quedaba imagen por ver. Después, de golpe, casi de un salto, salió disparada hacia la televisión y dejó en pause su rostro, un primer plano con las dentelladas de semen. Miró a Adrián, que estaba como hipnotizado con la imagen, sonrió y entonces, sí, entonces repitió el ritual. Con el sonido de la ducha como fondo. Fue cuando Adrián, con la imagen de ese rostro clavada como una saeta en la retina, bajó al fin a la calle, a hacer rugir su yamaha.
Todavía ahora, más cerca de la cafetería donde ha quedado con Sofía, no lejos del hospital, intenta alejar esa imagen de su cabeza. No acaba de entender a María. Unas veces parece como si los hombres, en este caso él, no fueran más que la parte necesaria para mantener erecto un pene y activa una lengua, y otras, en cambio, parece condicionar su comportamiento a las supuestas necesidades y a los supuestos gustos masculinos. ¿A qué sino tanta afición a los orgasmos en cualquier parte del cuerpo?, tan masculinos, tan de película porno. Pareciera todo fachada, como si quisiera agradarlo a él, para lograr algo, porque tras cualquier gesto o acto intuye que siempre hay un segundo objetivo. Nada parece gratuito con ella. Y como apenas hablan, como no hay comunicación, no hay momento en el que poder poner sobre la mesa estas cuitas. Con Rocío, en cambio, con la que mantiene igualmente una relación basada en el sexo y el dinero, siempre hay una flujo constante de impresiones, no es un monólogo de empujones, lengüetazos y orgasmos. Me gusta mucho acariciar tu cosita. Así la llama, con buscado y morboso aire infantil. Me gusta que me abraces después de hacer el amor, que no te marches, dormirme con tu respiración en la nuca. Así resulta más fácil, aunque de cierto miedo. Con María todo funciona a golpes, es como un torrente descarriado que cada nuevo encuentro se desborda y desaparece, quedando tan solo en su turbado recuerdo alguna evidencia. Cada jueves una nueva tormenta de verano. Nada más. No hay señales de la batalla anterior cuando las armas entran otra vez en juego. Ni rencores aparentes. Ni agradecimientos residuales. Cada día es el primero y el último. Tal vez por eso se siente tan atraído, tan sorprendentemente adicto a su sudor, a las curvas generosas de su cuerpo, a su placer, a su miedo, a su domino.
Cuando aparca la moto y ve a Sofía al otro lado del cristal, saboreando un café con la misma dulzura con la que lo hace todo, como si no necesitara tan siquiera posar sus labios en la taza, decide olvidarse del resto. Con un manotazo aleja del cerebro el acostumbrado desconcierto y, sobre todo, el rostro empapado de María capturado en el televisor. Le da la impresión de que cada día que pasa Sofía está más guapa. Es como si su belleza fuera un idioma, y según pasa el tiempo va aprendiendo más palabras, más términos, más frases y haciendo que la belleza se le presente más clara. Hola, preciosa, siento haberte hecho esperar. Hay un cruce extraño de rostros, un beso en la mejilla, otro en los labios, tímido, eléctrico, fugaz. Y nervios, muchos nervios. Tiene cojones la cosa, a mi edad y poniéndome nervioso con una mujer, pero claro, que mujer, joder cada día está más guapa. Sofía, en cambio, está nerviosa por motivos nuevos. No tenía que haberle dado el beso, como el otro día, parece como si él no quisiera, parece mentira, yo la lanzada, de verdad es que no lo entiendo, ahora va a pensar que estoy desesperada, o que estoy loco por él, que claro, ¿para qué voy a engañarme?, eso es lo que me pasa, y como dice Cristina, tengo que asumirlo, ya, sí, pero él no tiene porqué saberlo, así que mantén la calma. Bueno, tenías algo importante que contarme. Le tiembla la voz, pero no reflexiona sobre ello. Bueno, sí, tengo una muy buena noticia. Ahora el corazón de Adrián empieza a latir con fuerza en sus sienes, un tam tam que precede al peligro. Que no lo diga, por favor, que no lo diga, que todo siga como está, que todo siga como está. Un breve silencio. Tum, tum en sus sienes. Han admitido a tu prima en el proyecto hombre, en la granja, para una rehabilitación en toda regla, y te aseguro que de allí han salido muchos perfectamente desintoxicados, nuevos. Menos mal...¿menos mal?, piensa. Porque se siente decepcionado, le hubiera incomodado la evidencia del amor, las palabras futuro, juntos, tú y yo, pero esa ausencia ha herido su orgullo, y ¿tal vez algo más?. ¿No me digas?. Tiene que bucear en lo más profundo de su yo mentiroso para encontrar la dosis de entusiasmo que parece apropiada. Me alegro mucho. Es una buena noticia ¿verdad?. Sofía le cogería la mano, le daría una abrazo, lo besaría con ternura. Pero permanece ahí, quieta, tan nerviosa como él, pero feliz, muy feliz de tenerlo tan cerca. No pierdas la cabeza, se dice, no la vuelvas a fastidiar, ya llegará todo, ya llegará. Adrián traga saliva, no entiende como ha podido creer que Sofía hablaría de amor. Pues eso tendremos que celebrarlo con una cena, con una cena y con una noche especial. Esas palabras, más de su estilo, y sobre todo imaginarse lo que para él sería una noche especial, lo serenan, digamos que ya tiene el control. Un zarpazo para volver a ser el mismo. Rutina. ¿Una noche especial?. A Sofía le tiembla el ojo, es apenas un tic tac imperceptible, pero que por dentro la sacude y la inquieta. No lo ve, no lo puede ver, maldito ojo, maldito ojo. Sí, creo que voy a invitarte a cenar al mejor restaurante de la ciudad, te lo mereces. ¿De verdad?. Sí, en serio. Le coge la mano y Sofía siente una descarga eléctrica que la recorre una y otra vez, desde la mano, hasta los pies, por el cerebro, el corazón y se instala en el estómago. Creo que te has portado muy bien conmigo, y con prima, sobre todo con mi prima, y sin conocernos. ¿No nos conocemos?, le gustaría decirle, pues yo llevo toda la vida esperándote. A Adrián le encanta estar así, no quiere tan siquiera asumirlo, pero ahora es el hombre más feliz del mundo, a las dos de la mañana, en una cafetería, con una mujer a la que esta noche, como otras tantas noches, no tendrá desnuda y jadeante bajo su cuerpo. Está hecho, sentencia, te invito a cenar, tú pon el día. ¿El día?. Sí, cuando quieras, menos los jueves. Dios, María, piensa como un relámpago en su rostro lleno de semen. Menos un jueves puedo cualquier día. Vale, no te preocupes, a mí me viene bien cualquiera mientras no tenga guardia. Perfecto. Sí, perfecto. Silencio. Tum, tum. No están incómodos, todavía está la mano de Adrián sobre la de Sofía, y las dos están serenas, felices del contacto. Perfecto, vuelve a decir Adrián. Sí, perfecto, sonríe Sofía.
20 de julio de 2007
LA IDEA DE RAJOY
La oposición ha lanzado, en labios de su máximo representante, una propuesta para que, en síntesis, la fuerza política más votada en las elecciones, independientemente de matiz alguno, sea aquella que tenga el poder. Es un globo sonda o Rajoy está más fuera de onda de lo que muchos imaginábamos. Lo digo porque no ha valorado ni diez segundos esta idea, ya que, sin entrar a matizar lo que supondrían de desprecio para el conjunto de las minorías que son, en esencia, una mayoría más en este país, se encontraría con un problema en el caso de que la fuerza más votada lograra un porcentaje realmente bajo. ¿Cómo sacaría sus leyes y sus decisiones si estas han de ser sometidas a votación?¿se le daría entonces, para evitar el vacío de poder, poder absoluto con lo que al final se lograría lo que tanto buscan evitar: la dictadura de las minorías?.
Y aun así me he congratulado de la idea, de lo que representa, de lo que supone. Después de años malmetiendo, azuzando sin sentido, buscando allá y acá dónde meter el dedo en la herida, a la oposición le ha dado por presentar propuestas. Me da igual si están dentro de la lógica pre-electoralista, al Cesar lo que es del Cesar. Es su trabajo y lo echábamos de menos. Y el gobierno ha perdido la oportunidad de demostrar su diferencia y su clase. Han criticado sin demasiado estilo una propuesta, que ya digo, me parece desafortunada pero que no lo es tanto para otras personas con las que he hablado y que son, como tú y como yo, ciudadanos con capacidad de decisión y raciocionio. Y lo ha hecho con argumentos que pertenecen más bien al rancio discurso de la derecha: es que es una ley desde el año tal. Pero vamos a ver, que manía con arrastrar la transición como si fuera un abuelo chocho y gruñón al que nadie se atreve a cuestionar. Las leyes se cambian porque los tiempos y las personas cambian. Pensaba que el miedo a los cambios era un vértigo de la derecha, pero al final el mal de las alturas afeta a babor y a estribor en la misma medida. Hay formas de criticar una propuesta y la del gobierno debería ser exigir a quien la propone los mecanismos necesarios para que el Congreso, que en el fondo (y solo en el fondo) somos todos, apruebe o desapruebe. Que el gobierno tache las iniciativas sin permitir que las valoren los ciudadanos mediante el voto de aquellos que sentaron en el Congreso desde la urnas, es un trabajo de la oposición. Gobiernen, que para eso les votamos.
Y eso que a mí las minorías en este país no me gusta demasiado. No me gustan porque son en esencia nacionalistas, localistas, partidistas (como todos, claro). Pero son lo que son y representan a los ciudadanos. Ciudadanos que tienen derechos porque cumplen con sus obligaciones y negarles la posibilidad de que exista una idea que les represente de forma activa es despreciar sus derechos. Es como si las decisiones de mi empresa las tomáramos por departamentos y decidieramos, por ejemplo, que el de mantenimiento, como es solo uno, el pobre, pues que no vote, que ya decidiremos por él. Es pura demagogia decir que quien decide es la minoría cuando se necesitan de sus votos para gobernar. ¿A qué tanto miedo a la obligación de dialogar y pactar?. Esto no es un partido de futbol o una carrera ciclista. A lo mejor la clave estaría en no pensar en ganadores y perdedores. Pacten, dialoguen, consensen. No olvidemos que una minoría en el congreso no tiene ni más ni menos porción de poder que la que los ciudadanos hemos decidido: votos a cambio de capacidad de decisión. Cada voto en el congreso tiene el mismo valor, un porcentaje exacto de decisión, ¿vamos a negarle ese derecho?¿ en base a qué?. Es un disparate, pero una idea, y de eso, en la oposición, no hay mucho, así que celebremos el hallazgo.
Y aun así me he congratulado de la idea, de lo que representa, de lo que supone. Después de años malmetiendo, azuzando sin sentido, buscando allá y acá dónde meter el dedo en la herida, a la oposición le ha dado por presentar propuestas. Me da igual si están dentro de la lógica pre-electoralista, al Cesar lo que es del Cesar. Es su trabajo y lo echábamos de menos. Y el gobierno ha perdido la oportunidad de demostrar su diferencia y su clase. Han criticado sin demasiado estilo una propuesta, que ya digo, me parece desafortunada pero que no lo es tanto para otras personas con las que he hablado y que son, como tú y como yo, ciudadanos con capacidad de decisión y raciocionio. Y lo ha hecho con argumentos que pertenecen más bien al rancio discurso de la derecha: es que es una ley desde el año tal. Pero vamos a ver, que manía con arrastrar la transición como si fuera un abuelo chocho y gruñón al que nadie se atreve a cuestionar. Las leyes se cambian porque los tiempos y las personas cambian. Pensaba que el miedo a los cambios era un vértigo de la derecha, pero al final el mal de las alturas afeta a babor y a estribor en la misma medida. Hay formas de criticar una propuesta y la del gobierno debería ser exigir a quien la propone los mecanismos necesarios para que el Congreso, que en el fondo (y solo en el fondo) somos todos, apruebe o desapruebe. Que el gobierno tache las iniciativas sin permitir que las valoren los ciudadanos mediante el voto de aquellos que sentaron en el Congreso desde la urnas, es un trabajo de la oposición. Gobiernen, que para eso les votamos.
Y eso que a mí las minorías en este país no me gusta demasiado. No me gustan porque son en esencia nacionalistas, localistas, partidistas (como todos, claro). Pero son lo que son y representan a los ciudadanos. Ciudadanos que tienen derechos porque cumplen con sus obligaciones y negarles la posibilidad de que exista una idea que les represente de forma activa es despreciar sus derechos. Es como si las decisiones de mi empresa las tomáramos por departamentos y decidieramos, por ejemplo, que el de mantenimiento, como es solo uno, el pobre, pues que no vote, que ya decidiremos por él. Es pura demagogia decir que quien decide es la minoría cuando se necesitan de sus votos para gobernar. ¿A qué tanto miedo a la obligación de dialogar y pactar?. Esto no es un partido de futbol o una carrera ciclista. A lo mejor la clave estaría en no pensar en ganadores y perdedores. Pacten, dialoguen, consensen. No olvidemos que una minoría en el congreso no tiene ni más ni menos porción de poder que la que los ciudadanos hemos decidido: votos a cambio de capacidad de decisión. Cada voto en el congreso tiene el mismo valor, un porcentaje exacto de decisión, ¿vamos a negarle ese derecho?¿ en base a qué?. Es un disparate, pero una idea, y de eso, en la oposición, no hay mucho, así que celebremos el hallazgo.
EL CULTURETA
Hoy el cultureta quiere recomendar a una persona. No solo es un artista multidisciplinar y un amigo, sino que es un creador en potencia cuyas posibilidades, nos da la impresión, están aun por descubri por el gran público. No así por el cultureta. Se trata de Gustavo, al que no podríamos definir ni como pintor, ni como músico, ni como diseñador, sino todo lo contrario. El caso es que el cultureta nos habla de él hoy concretamente porque ha lanzado al universo digital su página web personal, en la que pretende ofrecer una puerta de entrada a su fastuoso universo creativo. Os deja el link y la posibilidad de juzgar a vosotros mismos: http://www.gustavocorral.es/
19 de julio de 2007
ESOS FALLITOS DE LOS CURAS
Una pregunta, de entre estas profesiones elija usted la que crea que concentra un mayor número de pedófilos: fontaneros, albañiles y pintores. Ni idea ¿verdad?. Pero estoy seguro de que si cambiamos una de esas profesiones con algo de "maldad" (¿?) será más fácil decidirlo: fontaneros, alabañiles y curas. ¿Mejor?. Pues cambiemos otra, fontaneros, pintores y curas. ¿Sigues manteniendo tu opinión?. Es un juego demagógico, lo sé, pero bastante significativo.
Pero hoy no quiero hablar de la costumbre y el gusto de los clérigos por la carne joven (de ambos sexos, aquí sí que no discriminan). Hoy quiero hablar de dinero. De las donaciones que recibe la iglesia, del dinero que le dan sus fieles y de la dichosa casilla de la declaración de la renta. Tú, que eres creyente, que dejas en la cesta de tu iglesia, que decides que de tus impuestos una parte vaya a la Santa Madre Iglesia (que la parió) piensa que además de todas esas labores sociales que ahora no vamos a cuestionar (pero que tampoco se pasen, que ya se sabe, luego cierran el borromeo chiringuito), ese dinero que tan fielmente donas va a servir para tapar conciencias y voces. Me dirás que eso no ocurre en tu Iglesia, que ha ocurrido en EEUU, pero la labor de la Iglesia es universal por lo que su comportamiento también lo es.
El cardenal Richard Mahony, responasble de la fe de más de cuatro millones americanos católicos, ha firmado un pagaré de 660 millones de dólares (¡ millones !) para no llevar a juicio a una serie de curas que abusaron sistemáticamente de niños y niñas durante el ejercicio de su profesión. No solo no van a ir a juicio, sino que esos curas ejercen ahora mismo con toda tranquilidad e impunidad en otras parroquias o como coño quieran llamarlas. Si tu fueras creyente ¿te gustaría que ese cura fuera el responsable de la formación religiosa de tu hijo/a?, ¿dejarías que estuvieran en un cuarto cerrado hablando de Dios y la bondad?. Pues eso es lo que hace la Iglesia con tu dinero, tapar la boca a las víctimas y a la justicia y mirar para otro lado. Lo que hemos leído sobre este caso da ganas de quemar iglesias, y si me apuran, con algún que otro cura dentro. Cuenta Rita que fue violada primero por un cura, pero viendo este, como la canción de los elefantes, que no era bastante buscó a otro cura, dos curas violaban a una pobre niña que iba a la parroquia...así hasta siete. Quedó embarazada y la obligaron a irse a Filipinas a dejar a su bebé (claro, abortar es un crimen, me cago en la...).
Quizá me digas que en todos los cestos de manzanas hay una podrida. Bueno, cuesta creerlo cuando lo que te venden es la bondad del cesto, pero es que el responsable del mimbre en lugar de sacar la manzana la esconde en el fondo para que nadie se de cuenta. Eso es lo que me saca de mis casillas. Esa maldad asesina e hipócrita merece el mayor de los desprecios, y un desprecio activo, que arrincone a los culpables en lugar de estigmatizar a las víctimas. Y aun nos viene el representante del Papa a decirnos que la culpa la tiene la prensa, por darle demasiada importantcia a estos fallitos. ¿De verdad que no dan ganas de salir por ahí con la antorcha?.
Pero hoy no quiero hablar de la costumbre y el gusto de los clérigos por la carne joven (de ambos sexos, aquí sí que no discriminan). Hoy quiero hablar de dinero. De las donaciones que recibe la iglesia, del dinero que le dan sus fieles y de la dichosa casilla de la declaración de la renta. Tú, que eres creyente, que dejas en la cesta de tu iglesia, que decides que de tus impuestos una parte vaya a la Santa Madre Iglesia (que la parió) piensa que además de todas esas labores sociales que ahora no vamos a cuestionar (pero que tampoco se pasen, que ya se sabe, luego cierran el borromeo chiringuito), ese dinero que tan fielmente donas va a servir para tapar conciencias y voces. Me dirás que eso no ocurre en tu Iglesia, que ha ocurrido en EEUU, pero la labor de la Iglesia es universal por lo que su comportamiento también lo es.
El cardenal Richard Mahony, responasble de la fe de más de cuatro millones americanos católicos, ha firmado un pagaré de 660 millones de dólares (¡ millones !) para no llevar a juicio a una serie de curas que abusaron sistemáticamente de niños y niñas durante el ejercicio de su profesión. No solo no van a ir a juicio, sino que esos curas ejercen ahora mismo con toda tranquilidad e impunidad en otras parroquias o como coño quieran llamarlas. Si tu fueras creyente ¿te gustaría que ese cura fuera el responsable de la formación religiosa de tu hijo/a?, ¿dejarías que estuvieran en un cuarto cerrado hablando de Dios y la bondad?. Pues eso es lo que hace la Iglesia con tu dinero, tapar la boca a las víctimas y a la justicia y mirar para otro lado. Lo que hemos leído sobre este caso da ganas de quemar iglesias, y si me apuran, con algún que otro cura dentro. Cuenta Rita que fue violada primero por un cura, pero viendo este, como la canción de los elefantes, que no era bastante buscó a otro cura, dos curas violaban a una pobre niña que iba a la parroquia...así hasta siete. Quedó embarazada y la obligaron a irse a Filipinas a dejar a su bebé (claro, abortar es un crimen, me cago en la...).
Quizá me digas que en todos los cestos de manzanas hay una podrida. Bueno, cuesta creerlo cuando lo que te venden es la bondad del cesto, pero es que el responsable del mimbre en lugar de sacar la manzana la esconde en el fondo para que nadie se de cuenta. Eso es lo que me saca de mis casillas. Esa maldad asesina e hipócrita merece el mayor de los desprecios, y un desprecio activo, que arrincone a los culpables en lugar de estigmatizar a las víctimas. Y aun nos viene el representante del Papa a decirnos que la culpa la tiene la prensa, por darle demasiada importantcia a estos fallitos. ¿De verdad que no dan ganas de salir por ahí con la antorcha?.
EL EXTRANJERO
Hoy nuestro "íntimo" amigo carabanchelero nos ha regalado una poesía...
Lo ves?,lo llamamos futuro...
Vendo pensamientos oxidados
De un pasado ya olvidado
Tengo pensamientos del presente
Que prevén un futuro perforado
Padezco la agonía de vivir
En la ruleta del futuro impuesto
Quiero con esto decirte
Que mañana te dire.
Vendo pensamientos oxidados
De un pasado ya olvidado
Tengo pensamientos del presente
Que prevén un futuro perforado
Padezco la agonía de vivir
En la ruleta del futuro impuesto
Quiero con esto decirte
Que mañana te dire.
18 de julio de 2007
EL RASCADO
Hay momentos que por si mismos justifican la existencia. El beso que le das a tu hijo al irte a dormir, esa sonrisa, ese abrazo. Cada uno tiene su rincón del día a día que es como un pequeño bote salvavidas, y a él te aferras para que la marea de la rutina no te lleve mar adentro. Para mí uno de esos momentos es el sofá y la noche. Esa hora donde el cerebro queda aparcado de forma definitiva, y los malos humos y el estres encuentran una barrera infranqueable. Suele venir acompañado de alguna serie bajada de internet y de lo que nosotros llamamos el rascoteo. Puede que de puertas para fuera sea frío porque apenas hay conversación, pero en el silencio, através de la piel pueden los cuerpos hablar tanto como con las palabras. Ese despreciado acto de rascar es para mí toda una terapia. Tanto que si las circunstancias no acompañan y durante un par de días no tengo mi ración diaria, mi carácter y mi cuerpo lo notan. Es como el sexo, que además del buen rato aporta unos nutrientes al árbol de la felicidad que hacen que este crezca y crezca.
Tenemos diversas variantes de la acción de ser rascado. Porque sí, así es, soy yo el meloso que necesita, que demanda esos dedos en la piel. Pero el rascado por escelencia, el más terapeútico, es el de la cabeza. El cuero cabelludo recibe un estímulo tal que, sin saber la razón científica, si es que la hay y no se trata solo de una consecuencia más de la felicidad, jamás hay dolor de cabeza y se baja uno despacito hasta el sueño con un relax que solo una buena sesión de cuerpo a cuerpo puede regalarte. No hay mucho misterio en lo que cuento, solo dos personas que se quieren, dos cuerpos sobre un sofán, una cabeza sobre una cintura y unas manos que como pura y maravillosa rutina van de un lado al otro, ora suave, ora fuerte. Evidentemente el momento en sí mismo, la intimidad, la relación entre dos personas, es por si solo especial. Pero aquí lo que busco es destacar las maravillas del acto de ser rascado, con paciencia, con tiempo, como una terapia más. Otro día hablaremos de otras terapias de la intimidad que nos ayudan a que la hipoteca sea ,al menos durante unas horas, un triste recuerdo. ¿Nos cuentas la tuya?.
Tenemos diversas variantes de la acción de ser rascado. Porque sí, así es, soy yo el meloso que necesita, que demanda esos dedos en la piel. Pero el rascado por escelencia, el más terapeútico, es el de la cabeza. El cuero cabelludo recibe un estímulo tal que, sin saber la razón científica, si es que la hay y no se trata solo de una consecuencia más de la felicidad, jamás hay dolor de cabeza y se baja uno despacito hasta el sueño con un relax que solo una buena sesión de cuerpo a cuerpo puede regalarte. No hay mucho misterio en lo que cuento, solo dos personas que se quieren, dos cuerpos sobre un sofán, una cabeza sobre una cintura y unas manos que como pura y maravillosa rutina van de un lado al otro, ora suave, ora fuerte. Evidentemente el momento en sí mismo, la intimidad, la relación entre dos personas, es por si solo especial. Pero aquí lo que busco es destacar las maravillas del acto de ser rascado, con paciencia, con tiempo, como una terapia más. Otro día hablaremos de otras terapias de la intimidad que nos ayudan a que la hipoteca sea ,al menos durante unas horas, un triste recuerdo. ¿Nos cuentas la tuya?.
APAGA LA LUZ, ANDA
ADRIAN: ¿Qué planes tenemos para el fin de semana?
ADRIANA: Pues ninguno, ¿por?
ADRIAN: Nada, es que me apetecía pasar por la tienda a mirar el disco duro el sábado.
ADRIANA: Ah, vale, pero le dije a mi madre que nos pasaríamos a comer.
ADRIAN: Ajá, pues luego por la tarde podíamos ir a ver a Ramón.
ADRIANA: Chis, es que mi madre me dijo que había hablado con mi hermano, por por ver a los niños en el parque.
ADRIAN: Bueno, pues el domigo.
ADRIANA: Ahora que me acuerdo, el domingo me dijo Ana que nos fuéramos al Retiro, para que el peque vea los títeres, que no le llevamos nunca.
ADRIAN: ¿Y por la tarde?
ADRIANA: No, mira, por la tarde nada.
ADRIAN: Vale, pues por la tarde me iré a ver el partido con Sergio.
ADRIANA: ¿Qué partido?.
ADRIAN: Pues uno, ¿qué mas te da?
ADRIANA: No, es que le dije a Susi que le llevaríamos al niño, que lleva desde el invierno sin verlo.
ADRIAN: Ya, ya imagino, apaga la luz, anda, apaga la luz.
ADRIANA: Pues ninguno, ¿por?
ADRIAN: Nada, es que me apetecía pasar por la tienda a mirar el disco duro el sábado.
ADRIANA: Ah, vale, pero le dije a mi madre que nos pasaríamos a comer.
ADRIAN: Ajá, pues luego por la tarde podíamos ir a ver a Ramón.
ADRIANA: Chis, es que mi madre me dijo que había hablado con mi hermano, por por ver a los niños en el parque.
ADRIAN: Bueno, pues el domigo.
ADRIANA: Ahora que me acuerdo, el domingo me dijo Ana que nos fuéramos al Retiro, para que el peque vea los títeres, que no le llevamos nunca.
ADRIAN: ¿Y por la tarde?
ADRIANA: No, mira, por la tarde nada.
ADRIAN: Vale, pues por la tarde me iré a ver el partido con Sergio.
ADRIANA: ¿Qué partido?.
ADRIAN: Pues uno, ¿qué mas te da?
ADRIANA: No, es que le dije a Susi que le llevaríamos al niño, que lleva desde el invierno sin verlo.
ADRIAN: Ya, ya imagino, apaga la luz, anda, apaga la luz.
17 de julio de 2007
EL SUCESO GRACIOSO Y EL EGO FEMENINO
El sábado salimos a cenar. Esto de por sí, dada la vida que llevamos, merece un hueco en este blog. Después salimos a tomar una copa con unos amigos. Esto ya merece la portada de El País. Una copa en la Castellana y después a una discoterraza en Atocha, en la misma estación.
Muchas cosas que comentar sobre este espacio. Primero, los gorilas. Hace tiempo que dejamos la noche y uno tiende a pensar que lo que no ve, no existe. Pero estos dinosaurios de grandeza limitada siguen, vaya que si siguen. Son aves de egolatría nocturna. Tienen su coto y su cuota de poder y lo explotan con una sonrisa socarrona, como si se vengaran de las miserias de su día a día (entiéndase la luz). Me dirán que no es su culpa, que es la consecuencia de su trabajo, que les confiere la potestad de ponerte el cartelito de in o el de out. Sí, todo eso también.
Después están las mujeres. Sí, nos impactó muchísimo ver como iban vestidas. No es que no hubiéramos visto esos pantalones cortos, esos tacones de infarto, esos tops ajustados, esos escotes hasta el ombligo, esos pechos prisoneros de artilugio antigravedad. No, no, todo eso lo hemos visto antes, lo que no habíamos visto nunca era una concentración tan monotemática. Es evidente que es la consecuencia directa de pasar más tiempo en parques infantiles que en discotecas. Las madres no visten así cuando pasean a sus críos.
Después estaba la interrelación entre hombres y mujeres. Sería casualidad, muy probablemente, pero la dinámica era la siguiente: los grupos de hombres eran los que estaban fijos, apostados quizá en su lugar de caza, y eran ellas las que iban de un lugar a otro. No digo yo que no tuvieran un destino, pero daba la impresión de que se trataba de un baile de cortejo con un fin concreto. Cuando alguno consideraba que aquella pieza era suya, atacaba.
Eso ocurrió concretamente con mi pareja. Iba, todo hay que decirlo, de una belleza especial (sobre todo con el status imperante), muy al estilo Carrie Bradshaw (sexo en N.York). Surcábamos algún coto de caza, todo esto sin saberlo, caminando del baño hacia las terrazas, más tranquilas que las salas interiores. Yo iba delante y detrás mi novia y los dos amigos. En un momento dado me di cuenta de que me había quedado solo y me detuve. Esperé unos minutos y los vi llegar. Ellas dos muertas de risas, comentando la jugada y mi amigo desencajado, con un cabrero tremendo. Entonces me contaron lo sucedido, que como no vi, traslado lo más fielmente que puedo. Cuando cruzaba una zona concreta a mi novia un chicarrón guapetón, alto y a la última, le cogió la mano, suponemos que con intención de invitarla a bailar. Ella, en un acto reflejo se dio la vuelta sobre sí misma buscando salir del asedio, pero el muchacho, ni corto ni perezoso, la cogió de la cintura, al más puro estilo Adrian Brodie, y como si ella fuera la mismísima Halle Berry y aquella la ceremonia de los Oscars, se la acercó inclinándola ligéramente para besarla. Claro, mi amigo vio la escena, y aunque ocurrió todo con tremenda rapidez, se interpuso. Momento en el que nuestra amiga también intervino, para amortiguar el coche entre los dos varones, porque hasta entonces lo que había era disfrutado de la escena, de ver a su amiga apunto de ser besada por esa especie de Adonis desconocido. A mi me parece una táctica de ligue demasiado intimidatorio y arriesgada, claro, tal y como está el patio, pero tal vez tenga que ver con lo de la ropa de las mujeres, que ya no estamos en la onda.
El caso es que no deja de ser gracioso. Ellas no sintieron aquel momento como una intimidación, sino como un achuchón a su ego, como un subidón de autoestima. Tengo claro que las características físicas del litigante juegan a favor del ego, lo que no es justo, pero...Lo he comentado con otras amigas, porque soy muy dado a la anécdota oficinera del lunes (las echo de menos...) y la respuesta en todos los casos fue siempre la misma: la envidia y ¿dónde dices que está esa discoteca?.
En fin, que ya lo dice el título del libro, que unos somos de marte y otros de venus, pero el caso es que nunca llegaremos a entenderlas. Eso sí, al que no sea un tiarrón guapo y cachas no le recomiendo esa táctica de ligue, a no ser que sea aficionado a los deportes de riesgo. Y al "bailarín" desconocido y valiente, macho, por aquí eres un héroe...
Muchas cosas que comentar sobre este espacio. Primero, los gorilas. Hace tiempo que dejamos la noche y uno tiende a pensar que lo que no ve, no existe. Pero estos dinosaurios de grandeza limitada siguen, vaya que si siguen. Son aves de egolatría nocturna. Tienen su coto y su cuota de poder y lo explotan con una sonrisa socarrona, como si se vengaran de las miserias de su día a día (entiéndase la luz). Me dirán que no es su culpa, que es la consecuencia de su trabajo, que les confiere la potestad de ponerte el cartelito de in o el de out. Sí, todo eso también.
Después están las mujeres. Sí, nos impactó muchísimo ver como iban vestidas. No es que no hubiéramos visto esos pantalones cortos, esos tacones de infarto, esos tops ajustados, esos escotes hasta el ombligo, esos pechos prisoneros de artilugio antigravedad. No, no, todo eso lo hemos visto antes, lo que no habíamos visto nunca era una concentración tan monotemática. Es evidente que es la consecuencia directa de pasar más tiempo en parques infantiles que en discotecas. Las madres no visten así cuando pasean a sus críos.
Después estaba la interrelación entre hombres y mujeres. Sería casualidad, muy probablemente, pero la dinámica era la siguiente: los grupos de hombres eran los que estaban fijos, apostados quizá en su lugar de caza, y eran ellas las que iban de un lugar a otro. No digo yo que no tuvieran un destino, pero daba la impresión de que se trataba de un baile de cortejo con un fin concreto. Cuando alguno consideraba que aquella pieza era suya, atacaba.
Eso ocurrió concretamente con mi pareja. Iba, todo hay que decirlo, de una belleza especial (sobre todo con el status imperante), muy al estilo Carrie Bradshaw (sexo en N.York). Surcábamos algún coto de caza, todo esto sin saberlo, caminando del baño hacia las terrazas, más tranquilas que las salas interiores. Yo iba delante y detrás mi novia y los dos amigos. En un momento dado me di cuenta de que me había quedado solo y me detuve. Esperé unos minutos y los vi llegar. Ellas dos muertas de risas, comentando la jugada y mi amigo desencajado, con un cabrero tremendo. Entonces me contaron lo sucedido, que como no vi, traslado lo más fielmente que puedo. Cuando cruzaba una zona concreta a mi novia un chicarrón guapetón, alto y a la última, le cogió la mano, suponemos que con intención de invitarla a bailar. Ella, en un acto reflejo se dio la vuelta sobre sí misma buscando salir del asedio, pero el muchacho, ni corto ni perezoso, la cogió de la cintura, al más puro estilo Adrian Brodie, y como si ella fuera la mismísima Halle Berry y aquella la ceremonia de los Oscars, se la acercó inclinándola ligéramente para besarla. Claro, mi amigo vio la escena, y aunque ocurrió todo con tremenda rapidez, se interpuso. Momento en el que nuestra amiga también intervino, para amortiguar el coche entre los dos varones, porque hasta entonces lo que había era disfrutado de la escena, de ver a su amiga apunto de ser besada por esa especie de Adonis desconocido. A mi me parece una táctica de ligue demasiado intimidatorio y arriesgada, claro, tal y como está el patio, pero tal vez tenga que ver con lo de la ropa de las mujeres, que ya no estamos en la onda.
El caso es que no deja de ser gracioso. Ellas no sintieron aquel momento como una intimidación, sino como un achuchón a su ego, como un subidón de autoestima. Tengo claro que las características físicas del litigante juegan a favor del ego, lo que no es justo, pero...Lo he comentado con otras amigas, porque soy muy dado a la anécdota oficinera del lunes (las echo de menos...) y la respuesta en todos los casos fue siempre la misma: la envidia y ¿dónde dices que está esa discoteca?.
En fin, que ya lo dice el título del libro, que unos somos de marte y otros de venus, pero el caso es que nunca llegaremos a entenderlas. Eso sí, al que no sea un tiarrón guapo y cachas no le recomiendo esa táctica de ligue, a no ser que sea aficionado a los deportes de riesgo. Y al "bailarín" desconocido y valiente, macho, por aquí eres un héroe...
EL CANCIONERO
Esta semana ni cantante, ni autor. No puedo decir de quien esta canción pues yo he escuchado tan solo dos versiones: una de Mocedades, bastante simplona, y otra la que nuestro padre nos cantaba en los interminables viajes en el dyane 6. Nos ponía tremendamente tristes, y aun así le pedíamos que nos la cantara. Tardé años en saber su verdadero título, pues para mí siempre fue el nombre y el apellido de la amada: Mayte Chumía. Supe después que se trataba de Maytetxu Mía. Aquí os dejo la letra de tan simple que abruma:
Buscando hacer fortuna como emigrante se fue a otras tierras
y entre las mozas una quedó llorando por su querer,
vuélvete al caserío no llores más mujer
que dentro de unos años muy rico he de volvery si me esperas,
lo que tú quieras de mi conseguirás,
Maitetxu mía, Maitetxu mía calla y no llores más,
yo volveré a quererte con toda el alma Maitetxu mía,
y volveré a cantar sortxicos al pasar,
y volveré a decirte las mismas cosas que te decía,
por oro cruzo el mar y debes esperar,
luchó por el dinero y al verse rico volvió por ella,
saltó a tierra el primero porque soñaba con su querer,
ya llego al caserío, voy a volverla a ver,
no sale a recibirme, que es lo que pudo ser,
murió llorando y suspirando, mi amor en donde estás,
Maitetxu mía, Maitetxu mía, ya no he de verte más,
no volveré a quererte con toda el alma Maitetxu mía,
ni volveré a cantar sortxicos al pasar,
ni volveré a decirte las mismas cosas que te decía,
el oro conseguí pero el amor perdí,
Maitetxu mía, Maitetxu mía, muero al vivir sin ti.
16 de julio de 2007
¿TIPICAL ESPEIN?
Algunas mañanas (menos de las que quiero e infinidad menos de las que debiera) salgo a correr antes de trabajar, en un parque cercano a la oficina. Es un parque pequeño pero muy coqueto y bastante bien cuidado. Me cruzo con poca gente, es demasiado pronto, pero sobre todo me cruzo con un ejército no poco numeroso de jardineros. En verano suelo correr con el fresquito de los aspersores, que jalonan el camino. Normalmente es el aire el que desvía ligeramente su trayectoria y hace el cruce agradable, sobre todo para mí, que podré ducharme y cambiarme de ropa. El caso es que hoy uno de ellos se cruzaba en mi camino de froma directa, en lugar de apuntar hacia el cesped lo hacía hacia la calzada. He estado tentado de cambiarlo, pero he visto que un jardinero se acercaba en un pequeño tractor y he pensado quien soy yo para hacer su trabajo y, además, ¿quien me dice que lo iba a hacer bien?. No le he dicho nada porque era evidente, el chorro estaba encharcando la calle. Mientras seguía corriendo miraba para atrás, por simple curiosidad, y he visto como el tractor desviaba su camino y se acercaba al aspersor. He sonreído, ya está, lo arregla y nadie más se mojará. Pero seguía corriendo y tras de mi el ruido continuo del tractor. El jardinero, contra mi esperanza y mi lógica, no se desviaba para arreglar el aspersor, sino para pasar tras él y no mojarse. Ha seguido, tan tranquilo, cruzando el cesped para no mojarse y vuelta a la calzada. El agua seguía cayendo en la acera. Me he sentido frustrado e indignado. Sé que es una nimiedad frente a otras grandes catástrofes, pero es que me encuentro con este tipo de trabajadores a diario. No digo que la forma que tengo yo de verlo sea la buena, sobre todo porque nos pagan por hacer nuestro trabajo, no por hacer el de los demás, pero tengo cierto sentido colectivo del desempeño y si puedo solucionar un pequeño problema que no es de mi competencia lo hago. A ese jardinero, que problablemente era el responsable de rastrillos, de cortado, o estaba en el otro sector, espero que no le tocara esa tarea, pero seguro que tenía el tiempo y los conocimientos para haberlo solucionado con garantías. ¿Quince segundos?, era todo el tiempo que le pedía de su trabajo. Es la relatividad del tiempo laboral. Esta actitud frente al trabajo tiene su versión más radicalizada en el vuelva usted mañana o la otra ventanilla del maravilloso mundo del funcionariado. Pero que nadie se piense que en la empresa privada eso no ocurre, ocurre y con mucha frecuencia. Lo que no sé es si esto responde a lo que mis amigos del Combolinga cantaban y estamos ante un caso típical espein. Es una cuestión que lanzo a aquellos que hayan trabajado fuera de España.
LAS PREGUNTAS DEL PEQUE
Un padre recrimina a un niño que esté llamándole tonto. Le amenaza incluso con castigarlo sin bajar a jugar si vuelve a decirselo. Entonces el niño coge a uno de sus muñecos y le pregunta, oye, osito ¿tú crees que mi padre es tonto? y hace el movimiento necesario con la mano para que la respuesta del osito sea afirmativa con su cabeza.
GRACIAS, M.CARMEN.
14 de julio de 2007
PISTORIUS
A mi el nombre me suena familiar, pareciera un superhéroe, suena a bala, el tío que corre como las balas. Y no me falta razón, el juego toponímico es certero. A Pistorius le amputaron las piernas con once meses. Ahora, veinte años después, tiene unas prótesis que además de permitirle correr en tiempos de olimpiadas (a un segundo de entrar en los doscientos metros del mundial) le ha generado el rechazo de la IAAF, la federación internacional de atletismo. Y es que el deporte en general y el profesional de forma grotesca, son campos abonados a la discriminación. Se participa por edades, sexos y se festeja al primero denostando al perdedor. Es todo lo que la sociedad del bienestar busca eliminar (busca, eh, busca). En realidad tiene una lógica: el deporte es competición (incluso la montaña, donde el escalador lucha contra la lógica, la gravedad y las rocas) por lo tanto se trata de que alguien logre el objetivo a cambio de que el otro no lo consiga. Todo esto se disfraza de otros valores, que en el caso del deporte de base son realmente ciertos y nutritivos, como el esfuerzo común, la solidaridad etc, etc. Pero el deporte de élite es otra cosa, ahí es cuando el dinero y la discriminación juegan sus bazas como tahúeres expertos. La Federación no le permite competir al hombre bala porque según ellos, las prótesis le confieren una cierta ventaja. Yo lo que creo es que hay miedo de que los raritos se apunten a la normalidad. Me suena a un y ¿por qué?, pues, pues, por que no, y punto. Es probable que las prótesis le confieran una ventaja sobre sí mismo, y es que sin ellas tendría que arrastrarse y claro, ya no sería estético, además de que haría tiempos de preescolar. Pero ¿con el resto?¿van a convencerle a este tipo que ha tenido que luchar toda la vida por encontrar un hueco en la sociedad con sus prótesis que esos trozos de metal son mejores que las piernas?. Es alarmante y preocupante, ya lo estoy viendo, los mejores atletas del mundo, presos de la alta competición, se amputan las piernas para poder correr con la ventaja de Pistorius. Es ridículo, tan ridículo que los argumentos de la IAAF van a ser tan rocambolescos que dan ganas de no volver a ver una competición de atletismo. No le van a dejar, y si lo hacen será como una atracción de feria. Realmente no sé a qué tienen miedo, a que todos los amputados del mundo se afanen en encontrar prótesis que les permitan correr como los velocistas de alta competición. Y si así fuera ¿qué?, fuera del deporte saldríamos ganando, así que ánimo, Pistorius, los que tenemos dos piernas y jamás te ganaríamos una carrera estamos contigo, corre, corre como el viento, corre como una bala, hazlo por nosotros.
GIGOLO; Capítulo séptimo: la fiesta de Luz
Digamos que la vida de Adrián es una novela, y se titula Al final cayó. Porque aquí está, dos de la madrugada, en un local de moda con música agradable, rodeado de mujeres y hombres atractivos, espectacularmente atractivos. Actuaciones en vivo. Musculaturas escandalosas. Tipos que convierten en arte la rutina de desnudarse. Hembras que se abrazan a una barra para encender las pasiones. Ululando, como abejas en torno a la miel, señores y señoras cargados de deseo, dinero y años. Y él, detrás de una barra. No pienso acostarme con una vieja por dinero, le dijo a Luz esta mañana, cuando, por fin, después de más de un día de darle vueltas, decidió decir que sí. Tú solo ven, sonreía satisfecha al otro lado, diciéndose que buena soy, lo sabía. Tú ven y lo que veas y hagas dependerá de ti, las cosas no son como parecen, ya verás como no es un mercado. No lo ha hecho por el dinero, aunque ha sido todo un placer llamar a la pizzería, para decir, esto, Ramón, mira, que no puedo ir a trabajar. Hombre, no me jodas, que tenemos mucho curro. Ya, pero no puedo. ¿Estás enfermo?. No, no, que me refiero que no voy a ir a trabajar más, ni hoy, ni otro día. Eso no se puede hacer, ya necesitarás dinero, eres un impresentable...todo lo que le decía le producía un arqueo mayor de los labios, según iba subiendo el tono de la protesta más se reía. Que te den por donde amargan los pepinos, fue su forma de cortar con tanto asedio capitalista, que diría su amigo. Todo trabajador, le contó por la tarde, debería permitirse alguna vez en su vida un placer semejante, ni psiquiatra, ni psicoanalista, ni pamplinas de esas. A Eduardo le encanta ver, aunque sea de cuando en cuando, en la profundidad, algo del espíritu de su padre en Adrián. No reflexiona sobre las razones, se siente feliz porque abandona un trabajo explotador y mal pagado, punto. Intuye que hay algo más, e incluso sería capaz de hacer una hipótesis y no andar muy desencaminado, pero prefiere no hacerlo. ¿Quién soy yo para meterme en la vida de los demás?. Y Adrián tiene más motivos que los económicos para dejar un trabajo y, sobre todo, para estar esta noche aquí, tras esta barra, en esta fiesta. Cierto morbo, el misterio, el gusto por lo novedoso. En el fondo sigue siendo otro modo de adentrarse en un mundo que le interesa, el de la gente poderosa, con contactos. La moneda de cambio es otro cantar y está todavía por ver. Eso es lo que le seduce. Puede que incluso la idea de vivir de las mujeres sea en si misma parte del aliciente. En alguna borrachera dijo aquello de yo lo que quiero es vivir de las tías. Quien sabe si alguien en las alturas oyó ese deseo y se sintió generoso. Eso explicaría lo que le está ocurriendo mejor que la realidad, la que ha trazado una línea recta y abstracta a un tiempo entre el primer jueves que se corrió en el suelo de María y ahora, que sirve una copa a una mujer de unos cincuenta años. Tal vez sesenta bien cuidados, sentencia cuando deja caer los hielos. Eres nuevo, ¿verdad?. Es la frase que más ha escuchado hoy. En cambio, su compañero no lo es. Su compañero debe llevar mucho en este negocio, porque se desenvuelve con mucha soltura y solo en propinas se ha sacado más que él todo un mes con la dichosa moto. Eh, princesa, que guapa me vienes hoy, ¿un cocktelito especial de tu niño?. Todas sonríen, todas quieren la bebida especial, todas dejan algo sobre la barra, dinero, una tarjeta, una sonrisa, un beso. Ni siquiera ha salido de ahí, ni ha tenido que fingir, ni lamer, ni morder y ya ha ganado más dinero que muchos de los encorbatados que se las dan de triunfadores. Es dinero fácil, intentó explicarle Luz por teléfono. Es prostitución, replicaba él. Bueno, llámalo como quieras, pero eliges, y me da que las prostitutas carecen de ese privilegio. Ven, una vez, con eso bastará para que entiendas de que va y puedas valorar sí merece o no la pena. Era un argumento irrefutable. Ahora, si la tuviera enfrente, como tiene a la mujer entre los cincuenta y los sesenta, que permanece divertida con su timidez de primerizo, tendría que darle la razón. Sí, lo he visto todo en el camarero de la eterna sonrisa. Hay algo más que comercio de cuerpos, una especie de tráfico de cariño, de afecto, de halagos. Con esos ojos ¿cómo no te voy a poner una copa?, y toda la botella si me sonríes. Para eso no hace falta bajar a los fangos de la moral en busca de excusas. Esa es su forma de vivir, aunque hoy se encuentre atenazado por el debut, es su forma de tratar a las mujeres. A todas, ¿por qué no, Eduardo?. Joder, porque hay algunas que son muy feas y que ni con doce copas te las follarías. Ya, pero las haces felices, ¿te cuesta eso mucho?, una sonrisa y una frase bonita es una semilla si la mujer es hermosa y un regalo si la maceta no interesa. Si encima por ese trato uno recibe, además de cariño y otra sonrisa, una propina, ¿por qué no decir que el mundo es maravilloso?. Es verdad que en algunos momentos se ha sentido intimidado. Como cuando ha venido el presidente de esa constructora sobre cuyo plan de marketing realizó un trabajo en la facultad. Torear a las mujeres, marcar el ritmo con ellas, incluso con María, siempre le resultó fácil. Pero con los hombres es otra cosa. Primero tardó en entender el juego de sonrisas, las frases inquietantes. Así que vas mucho al gimnasio, y ¿te gustan las saunas?. Los silencios. Todo era incomprensible, no encajaba, no podía ser traducido por falta de códigos. Después, cuando lo vio bailotear con otro camarero, más adecuado a sus necesidades, dio forma a sus miedos. Si lo hubiera sabido antes tal vez le hubiera resultado más fácil afrontar la proximidad, o al contrario, le hubiera hecho poner tierra de por medio. Pero saber es poder. No te inquietes, son hombres muy respetuosos. Luz ha pasado un par de veces por la barra, para controlar su inversión, imagina Adrián. Los invitados de la fiesta están cortados por el mismo patrón, o el del bueno gusto conseguido con dinero, o el del mal gusto para despilfarrarlo. Ha reconocido a personalidades que ni por asomo imaginaba en una fiesta como esta. Pero el mundo de los negocios, y de la farándula, es muy gremial y se defienden los unos a los otros respetando secretos que acabarían con la carrera de cualquiera. Tal vez la clave esté en que todos tienen algo que ocultar. El caso es que en la fiesta hay desde reputados constructores, a periodistas de fama, escritores, algún que otro político. Parejas estables conocidas. Parejas igualmente conocidas pero que aparentan no ser tan estables, a juzgar por como uno mete billetes en los escotes y otra se relame con los culos de los camareros, o a la inversa. Y luego muchas personas anónimas, pero que por estar donde están sospechosas al menos de ser millonarias. Pocos cuerpos a la vista se entregan fuera de los que se ganan la vida con ello. Ocurre todo en pequeños habitáculos con cortinas de los que salen y entran personas constantemente. O en los servicios. A media noche bajó y estaban todos los urinarios ocupados. Los váteres igual, ninguno de ellos por la primaria razón para la que fueron creados, evidentemente. De uno salió una mujer, recomponiendo su figura, sonriente, con aire satisfecho, limpiando de sus labios restos blanquecinos. Tras ella un camarero, todavía con la bandeja en la mano. Nadie se extrañó, salvo él, por la edad de mujer, la del camarero y por saber que el dinero era el culpable de tanto deseo incontrolado. Le resultó ciertamente incómodo. Fuera de esos pequeños detalles, escenas donde las piezas no parecían encajar más que con el calzador del dinero, parecía una fiesta como otra cualquiera, una fiesta donde el apellido de casi todos era millones.
Sin embargo, no ha triunfado, al menos en lo que se supone que tenía que conseguir. Lo que saques con tus encantos, le aclaró Luz, es cosa tuya, yo te pagaré un mínimo que, digamos, cubre tus servicios de camarero, porque, recuerda, no soy una proxeneta, soy empresaria. Pero le falta experiencia, soltura para conseguir las propinas. Además, una visita inesperada ha terminado por minar sus nervios. No hará ni una hora apareció como un espectro, no porque no encajara con el entorno, más bien se difuminaba en él, sino porque en su cabeza no entraba su presencia. ¿Qué coño haces aquí?. María estaba sonriente, incluso radiante, pero la sorpresa no le permitió a él percibir que elegantemente vestida también resultaba atractiva. Vengo a tomarme una copa, ¿no puedo?. ¿Quién te ha dicho que estaba aquí?. ¿Es que eres el único camarero?, que me la sirva tu compañero, si no te apetece. A estas alturas Adrián ha perdido la fe en la inocencia de esta mujer. El enigma se resolvió casi al instante, llegó Luz y la saludó. Dos besos y un ¿cómo te va, María?, hace mucho que no hablo con tu hermano, disipó las dudas. Tranquilo, no le he dicho nada de nuestra relación. ¿Relación?, pensó, ¿por qué llama a lo nuestro relación?. En ese instante le pareció absurdo. A mí, continuó María, como podrás comprender, me parece estupendo que te ganes la vida con lo que sea, y no me refiero sólo a servir copas. Claro, faltaría menos, soy libre de ganarme mi jornal, ¿no te parece?. Estaba muy incómodo. De todos modos, sigues siendo mío. Con cada frase aumentaba su desconcierto. No importa que les llenes la boca a estas zorras ricachonas. Que manía tiene esta mujer con las corridas en la boca, pensó, intentado encontrar cualquier argumento que lo alejara de sus propios temores. Eres mío y ya está, te dejo que disfrutes, que folles, que te ganes la vida, pero los jueves, el verdadero Adrián saldrá a la luz en mi casa, donde tiene que hacerlo, tu corazón va a ser mío para siempre, eso es lo que importa, ellas te pagarán para que las folles, yo te pago para que seamos hombre y mujer como nadie lo fue antes. Vale, vale, zanjó el incómodo asunto, el jueves nos veremos. No había lugar a disputas, a decir, tal vez este jueves no pueda, por no poder, sin más, evadir así esa incómoda dinámica de responsabilidades. Le pareció más rentable dejarla marchar, que desapareciera, que lo dejara en paz en una noche tan extraña. Ahora, alejado el espectro incluso de los reflujos de la memoria, se siente más seguro. Solo hay algo que lo inquieta, que lo tiene alerta. Pero un estado de alerta familiar, agradable, que controla. El del cazador que se siente frente a la presa. Ahora es el Adrián de siempre. Una mujer, madura, pero que no ha superado la barrera de los cuarenta, delgada, con el rostro de quien se cuida mucho, ojos claros, pelo muy corto y muy bien peinado. El aire ausente. Le ha servido una par de copas, pero sin darse cuenta de que no se ha movido en toda la noche de esa esquina de la barra. Se miran sin preocupaciones. Ella no debe de ser, imagina, mujer de bajar la mirada, ni por timidez, ni por precaución. ¿Me traes otro?. Por su puesto, le dice, pensé que no volverías a pedírmelo. Se siente todavía más seguro con el ritual que rezuman los movimientos. Ella entregando el vaso vacío, él abriendo la botella, elevándola al cielo, dejando caer el líquido, ella limpiando los bordes. Adrián quema todas las naves, es casi una cuestión de orgullo. No deja que el dedo, todavía húmedo, se aleje de la copa y toma la mano con suavidad para lamer el néctar alcohólico con cariño y tensión. Ella se deja hacer. No puede evitar estremecerse con el tacto de los labios, la boca y el paladar que aprisionan su dedo. En el fondo llevaba esperando este momento toda la noche. Luz le habló de un muchacho nuevo, para convencerla, porque desde que muriera su marido no había vuelto a estar dispuesta a intercambiar nada con hombres más allá de la cortesía. Y es curioso, mientras estuvo vivo era una fija en estas fiestas, aunque en casi ninguna acabara pagando por gozar. Y no es que le falte el deseo, sino que le da mucha pereza todo lo que rodea a este juego, incluyendo lo que ahora mismo la tiene fascinada. Luz, que la conoce muy bien, bromea diciéndola que para ella lo emocionante era, en el fondo, la infidelidad, y que por eso ahora tiene tan poca gracia. En el juego de tensiones que mantiene con el desconocido camarero, es el momento de su respuesta. No demasiado directa, pero sí que deje claro que se abre a la posibilidad. Rescata el dedo y lo mete en el Martini. Lo lleva a su boca, con obscenidad, sacando la lengua, saboreándolo y después lo lleva de nuevo a la de Adrián. Se repite el juego, Adrián lo deja dentro, muy dentro, y lo absorbe como si quisiera deshacer su huella. En los cerebros ya han sonado las alarmas. Y el corazón responde, mucha sangre, mucha más sangre, en el caso de Adrián concentrada en un punto muy concreto de su fisonomía. La verdosa bebida parece haberse convertido en el hilo conductor del deseo, porque ella, la mujer extremadamente delgada, rocía su muñeca y espera que Adrián la limpie. Lo hace y el juego va creciendo en intensidad. Ella eleva la copa. Adrián la sigue con la mirada, donde ella vaya ahí acabará su boca. Se mantiene en el aire. Un segundo. Dos. Tres. Comprende el juego antes de que llegue el cuarto y pega la cabeza a la barra, justo debajo de la trayectoria, con la boca ligeramente abierta. Ella inclina la copa y el líquido golpea contra los labios. Adrián intenta recibirlo con la lengua, pero el pulso no es estable y el Martini empapa su boca, la barra, la mejilla. Se incorpora, pero no del todo, para que ella pueda limpiar lo que ha manchado. Empieza por la mejilla. Sin prisas. Coge la cabeza de Adrián con las dos manos y la inclina ligeramente. La postura no es especialmente cómoda, pero la lengua que se desliza desde la oreja hasta sus labios, desde el pelo hasta la barbilla con deliciosa lentitud, compensa cualquier esfuerzo. Después endereza el rostro y comienza a lamer los labios. Para ello utiliza también los suyos, no solo la lengua. Adrián intenta que la suya entre en el juego, pero a ella no le gusta, y se lo hace saber, retirándose un instante como diciendo, eh, ésta es mi parte. Y continúa lamiendo su boca. Cuando considera que está limpio lo suelta y se retira, expectante. Adrián entiende, le toca a él tomar la iniciativa. No tiene prisa, sin perder el horizonte de sus ojos, captura la copa y de ella, también con mucha calma, saca la aceituna para dejarla sobre su lengua. La saca, como si fuera el cuco de un reloj que en lugar de campanadas regalara suspiros, y espera a que se la robe. Ella se detiene y observa la estampa, ese cuerpo que adivina poderoso, esa boca abierta. Quizá pueda parecerle bochornoso, un intercambio innecesario de juegos subidos de tono, pero necesitaba precisamente esto, alguien que despertara el animal que lleva dentro. Pone las dos manos sobre la barra, se inclina sobre la punta de sus pies y abre la boca todo lo que puede, para abarcarlo todo, casi desde la nariz hasta la barbilla. Se queda a un milímetro de la piel de Adrián y éste nota su aliento cuidado y dulzón. Después, como si de una cazadora experta se tratara, alcanza a su presa y la devora con prontitud. Y no se aleja. Lo besa con desesperación, ahora el deseo ha roto todas las barreras y se aferra a él tanto que levita, la cintura sobre la barra, manchando los pantalones de los restos del Martini. No importa, porque siente los jadeos de Adrián, sus manos en la nuca, su lengua y el cosquilleo entre las piernas, esa ancestral sensación de desear estar desnuda, de poseer y ser poseída, de comer y ser comida, de vuelta a la vida. Es feliz, inmensamente feliz. Cuando se separan les cuesta recomponer la figura. A Adrián más, que ha perdido la pajarita en el juego. La tiene ella en la mano y la mece en el aire. Soez por última vez se la mete entre los pantalones, descaradamente y la deja dentro sus braguitas. Nota que está húmeda y eso la excita, mucho. Aunque al instante siente una especie de remordimiento, como si se hubiera excedido. Pero es una sensación pasajera. Toma, esto es para ti. Le entrega un billete de veinte euros. No, no te preocupes, las copas son gratis. ¿Quién te ha dicho que sean por las copas?. Ah, continúa la mujer, la pajarita es tuya, supongo que la necesitarás para otras noches, esta es mi dirección, le entrega una tarjeta, puedes venir a buscarla esta noche, a cualquier hora, te estaré esperando, puede que la pajarita siga en el mismo sitio cuando vengas. Adrián no dice nada, tan solo la observa y se fija en ella con detalle. Lleva una camiseta negra, sin mangas, con el cuello alto, muy ajustada, lo que evidencia que sus pechos son pequeños, pero imagina suaves y duros. Unos pantalones anchos, de color blanco, destacan la delgadez de su cuerpo, al igual que en su rostro lo hacían los pómulos ligeramente hundidos. Pero no es una delgadez enfermiza, sino saludable, como denota la marcada musculatura de sus brazos. Se contonea con soltura por la sala, la imagina sonriendo, dando las buenas noches a los pocos que todavía quedan serenos y a los que no, que permanecen tumbados y en aparente estado de inconsciente felicidad. Finalmente desaparece. Adrián sigue en el mismo sitio, todavía con la reminiscencia de los contactos en el cuerpo, la humedad en los labios, los músculos en tensión, incluyendo aquellos que se alojan entre las piernas. No tiene la menor duda de que irá. Ahora mismo no hay nada en el mundo que desee más. No piensa en el dinero, sino en lanzar a la mujer, que se llama Rocío, si la tarjeta no miente, sobre la cama y follarla con todas sus fuerzas, hasta que no puedan más. Está tan absorto que no se percata de que otra mujer, de unos cincuenta años, reclama su atención. Joven, joven, necesita más para recuperar a Adrián de su ensimismamiento. Me apetecería tomar algo, pero no sola, ¿cual de las dos cosas podemos solucionar?, o puede que todos mis problemas, ¿verdad?, para un hombre como tú será sencillo. Está muy borracha y Adrián lo nota. Creo que no debería beber más. No debería, no debería, repite ella con cierta dificultad, otro idiota que se las da de listo, pues toma, puto, tu dinero. Deja caer sobre la barra un par de billetes a los que Adrián no presta demasiada atención. La mujer intenta mantener la dignidad, pero está tan borracha que todo le sale al revés, dibujando una patética estampa de sí misma. Se da la vuelta, poniendo en peligro su verticalidad e intenta no tropezar para alejarse. No lo consigue y varias veces se trastabilla, contra otros invitados e incluso contra una columna, a la que mira como extrañada de haberla encontrado a su paso. Adrián no se siente ofendido, ha sentido más bien pena de ver a una mujer que pudiera ser su madre en semejante estado. Sobre la mesa están los billetes, los mira un instante y se dice, por qué no, en el fondo me los he ganado. Mira a su alrededor y considera que la fiesta está terminada. Quedan un par de mujeres tonteando sobre el escenario, intentando imitar, con poco acierto, los contoneos profesionales. Un hombre maduro soba a una camarera en un sofá. El hombre está muy excitado, pero la joven ni se molesta en fingir. Parece indiferente mientras lamen sus pechos, levantan la falda y hurgan en sus intimidades. Nada queda por hacer, así que sin tan siquiera cambiarse de ropa busca su moto y va camino de su cita, habrá que recuperar la pajarita, sonríe al rugir la moto.
La calle, le ha aclarado un taxista de muy mala gana, está no demasiado lejos, en una zona residencial bastante lujosa. Un lugar tranquilo donde no le cuesta imaginarse viviendo. Que le den por culo al barrio. Aceras tranquilas y amplias, arboladas, sin apenas coches, muy limpias. Algunos chalets, también edificios de cuatro o cinco alturas, todo con un aire de tremenda tranquilidad. Como si la prisa, tan propia de esta ciudad, se quedara a la entrada. Callejea un poco y encuentra el edificio. Una amplísima entrada con un enorme espacio de césped muy bien cuidado le da la bienvenida. Aparca y se da cuenta de que no se ha cambiado de ropa. Valora hacerlo ahora mismo, pero le pueden las ansias. Además, se ríe, tal vez a Rocío le guste que siga siendo su camarero. El portal es amplio y luminoso. Llama al timbre, acerca el rostro a la videocámara y espera a que le flanquee la entrada. En la portería hay un guarda de seguridad que ha estado atento a su presencia hasta que ha sonado el timbre, entonces ya no es su responsabilidad y vuelve a la lectura, con toda tranquilidad. Rocío vive en el último piso, un ático dúplex que, intuye Adrián, debe de valer una fortuna. Llama a la puerta consciente por primera vez de que está adquiriendo una tranquilidad especial en este tipo de situaciones. Cuando volvió a casa de María por primera vez estaba tremendamente nervioso y no era por la cita con una mujer, sino por el carácter de la misma. Eso es bueno y malo, piensa, ahora que no se siente inquieto. Lo que ocurre es que Rocío no le permite argumentar razones ni para un lado ni para otro. Sabía que vendrías. Está preciosa, porque el camisón que lleva, blanco a rayas horizontales color pastel, no destaca su delgadez, más bien todo lo contrario, la ciñe disimulándola. Se ha quitado buena parte del maquillaje y eso la hace más atractiva. Hola, princesa. Se acerca a ella para darle un largo beso. Todavía con la puerta abierta desliza su mano por la espalda, directa al culo. Rocío la detiene y deja pendiente la sorpresa, porque está desnuda, preparada para recibirlo en sentidos mucho más íntimos. Vienes de trabajar, quiero que te des una ducha, acabo de dármela yo, huele. Le ofrece el cuello para que se embriague con el aroma. Si, así quiero oler yo. Ven. Le coge de la mano. La casa habla del dinero de quien la habita y de su estilo para gastarlo. Todos los objetos rezuman exclusividad, diseño, armonía. El salón es amplio, con más de un ambiente. Una escalinata a la izquierda, abre paso al piso de arriba. El servicio al que le lleva Rocío está abajo y es amplio, con una gran bañera y un enorme cuadro surrealista a la derecha, además de un espejo enorme. Cuando comienza a desnudarse se da cuenta de que forma parte del juego y del trabajo. Con mucho cariño, algo desconcertante por ciertas reminiscencias maternas, Rocío va despojándolo de las ropas. Primero los zapatos, sentada en la taza del váter. Después los calcetines. Poco a poco, a medida que lo van desnudando, respira más entrecortadamente. La camisa es lo siguiente en abandonar su cuerpo. Rocío lo observa un instante, no se ha equivocado, el cuerpo de Adrián bien merece lo que está haciendo. Después caen los pantalones y los calzoncillos. Está desnudo, algo erecto y tal vez incómodo. Entra en la bañera y Rocío abre el grifo, se cerciora de la temperatura y comienza a mojarlo. El contacto con el agua le gusta, tanto que se relaja demasiado y está a punto de dormirse, de pie, en la ducha de una desconocida. Rocío se afana en su tarea y limpia a conciencia. Es una mujer obsesionada con esto, no le gustan las personas poco cuidadosas con su imagen y con su olor. No concibe el intercambio corporal si no hay de por medio una extremada limpieza. Por eso se empeña tanto, porque una vez dado este paso no quiere fallos, ni darle motivos a su cerebro para encontrar el camino a los remordimientos. Cuando considera que su parte ha terminado, lo deja solo y se pone frente al espejo. Adrián la observa con detenimiento. No parece una mujer feliz, no sonríe mucho y eso lo motiva especialmente, su recién nacida fibra de profesional le promete en silencio la mejor noche de sexo de su vida. Inspira ternura, sigue pensando mientras comprueba en su mediana erección que todo funciona. Sin secarse sale fuera y se pone detrás de ella, que se desmaquilla fingidamente distante. ¿Te parezco atractiva?. Se acerca, lentamente, la toma por la cintura y besa su cuello con ternura. Me pareces la mujer más hermosa que he visto en mi vida, tienes una carita preciosa y si aprendieras a sonreír y a dejarte llevar, lo serías mucho más. Llega la primera sonrisa, que descubre unos dientes tan blancos que deslumbran. Se quita la toalla y se ofrece a través del espejo desnudo. Acaricia su espalda, mientras ella se olvida de los trapos y potingues y apoya las manos en el lavabo. Desde abajo, con sosiego, permitiendo a las manos que se deleiten, la deja también desnuda. Empieza a besar su espalda. Lo hace con ternura, porque apenas la lengua entra en juego. Llega hasta el culo y comienza a besarlo con algo más de insistencia. Abre las carnes para poder introducir solo un poquito la lengua y espera la respuesta. Un leve gemido le indica que va acertando. Sus tetas son pequeñas, piensa, pero bien merecen unos besitos, ¿no?. Así que le da la vuelta y sin incorporarse besa su tripa. Está tremendamente delgada y adivina por la musculatura abdominal que trabajada en el gimnasio. Va ascendiendo por esas tabletas de chocolate blanco, hasta que llega a los pechos. Allí están las manos de Rocío, como si ocultaran un secreto. Se incorpora y la mira a los ojos. En silencio le está diciendo que todo es perfecto, que la desea, que su desnudez es la maravilla que los dos necesitan. Desde las muñecas le abre los brazos y ve los pechos. En verdad son pequeños. Y, no podían ser de otro modo, duros como piedras cuando los besa. Los pezones, en cambio, son tremendamente grandes, erectos también cuando los mordisquea. Rocío se deja llevar. Siempre estuvo acomplejada del tamaño de sus pechos, tanto que Luz estuvo a punto de convencerla para que se operara, pero no le sedujo la idea. No solo era miedo al quirófano, sino cierto orgullo. Son mis tetas, Luz, y tengo que aprender a vivir con ellas. Nunca lo entenderá, porque ella no quiso vivir con lo que la naturaleza le había otorgado y cree que ninguna decisión ha sido tan acertada en su vida. Ahora que un hombre como Adrián, que realmente sabe lo que hace, que está ahí para hacerla feliz, juguetea con sus pechos y siente todo el placer que una lengua puede darle a un pezón, piensa que el tamaño nunca determina el grado del goce, ni mucho menos. Se deja hacer. Podría acariciar el cuerpo que se entrega, pero no lo hace. Se siente bien así, siendo la mujer que recibe los juegos. Adrián se olvida de los pechos, después de haber dejado impregnado su olor en ellos, y desciende de nuevo. Rocío abre las piernas ofreciéndose. Pero se da cuenta de que la postura limita las posibilidades. Es muy excitante todo esto, piensa, pero ya soy mayor para hacerlo sobre un lavabo. Vamos arriba, a la habitación. Adrián se la hubiera follado ahí mismo, en ese instante, pero la idea de una cama que imagina enorme y la flexibilidad que presupone a Rocío, hacen que el receso multiplique el deseo. Sí, vamos a la habitación, quiero tenerte con tiempo. Suben en silencio, los dos desnudos, los dos excitados, los dos entregados. La habitación es enorme, y la cama tal y como la había imaginado, interminable, muy bajita, de cierto aire oriental. Rocío parece cohibida, se mueve con timidez, pese a que está en su casa y ella es, en el fondo, la que manda. Tal vez sea precisamente eso, piensa Adrián. Por eso decide tomar el control. La abraza con ternura. Está mujer necesita cariño, piensa cuando ella agradece el abrazo aferrándose fuertemente a su cuerpo y hundiendo el rostro en su pecho. Es como si llevara siglos sin recibir un abrazo sincero. Adrián tampoco quiere que la ternura sustituya al deseo, así que la besa en el cuello, dejando a la lengua la responsabilidad de mantener alerta los sentidos. Funciona a la perfección. La respiración sigue siendo entrecortada, entregada, sumisa. Las manos también se preocupan por mantener la temperatura, van arriba y abajo, por las nalgas, la espalda, los hombros, hasta el nacimiento del cabello, donde los dedos se convierten en un eficaz ejército de exploradores. Espera, sorprende Rocío, es como si las palabras no encajaran en un juego tan de sensaciones. No quiero tener que buscarlos después. Se acerca a una mesita y de un cajón saca media docena de preservativos que deja sobre la cama. Adrián aprovecha el distanciamiento para dejarla caer muy despacio. La observa. Otra vez las manos en el pecho, las piernas ligeramente entreabiertas. Quiere que ella se sienta observada. Sabe que está erecto. Mira, le dice, mira lo que me hace tu cuerpo. Rocío sonríe. Le gusta mucho Adrián, hacia tiempo que no se sentía tan plena. Hazme lo que quieras, mátame si hace falta, le diría. Pero se calla y espera. Él, si no estuviera invadido por esa especie de manto de ternura, se arrodillaría y le diría, te voy a comer el coño como nadie lo ha hecho antes, quiero que pienses en ello antes de que mi lengua te haga gritar, quiero que desees que te bese tanto como necesitas respirar para seguir viva. Lo piensa y tan sólo se arrodilla. Rocío cierra los ojos y su sexo se abre como una flor al tiempo que las piernas dejan sitio a Adrián. Como siempre se preocupa de humedecer su lengua y la desliza con mucha suavidad, muy, muy despacio. Le gusta el sabor, es limpio pero cargado de aromas especiales, de esos que solo esconden las delicias rojizas como ésta. Es como un jardín repleto de flores que lo impregna todo de un olor mezcla de todos que se mete hasta dentro del alma. Se fija en las reacciones de Rocío, pero también se deja llevar. Recuerda las cosas tan especiales que le están ocurriendo en los últimos meses, y también su relación con el sexo oral. Cada vez disfruto más comiéndome un buen coño, Edu. Ya, ya, claro. Su amigo no puede entenderlo, porque no ha gozado nunca en plenitud de estos juegos. Y ni plantearse, por su puesto, por muy limpio que tenga el pelo, hacérselo a una profesional. Sin embargo Adrián encuentra cada vez más excitante el sabor, el calor, las sensaciones del beso, las posibilidades del juego, la respuesta de la mujer que gime con locura cuando las cosas están bien hechas. Como ahora, que se toma si tiempo para ir quemando las naves. Rocío no es mujer de gemidos intensos, sin embargo hoy se ha sorprendido con algún que otro quejido. Es que lo que este chico me está haciendo me gusta mucho, muchísimo, le diría a cualquiera si tuviera que justificar esa pérdida de decoro. Le gusta que la trate con tanta ternura. Recuerda otros amantes que antes del tercer beso ya le habían metido un dedo y lamían el clítoris como si fuera un rasca y busca de una bolsa de patatas. Adrián es tierno, pero también acertado e incisivo, no se olvida de puntos que ella, por desidia, casi tenía olvidados. Le gustaría sentir un orgasmo así, por qué no, gemir como una zorra y llenar la boca de Adrián de sus flujos. Tal vez luego pagarle con la misma moneda tanta deferencia. Pero se va a dejar llevar, se va a dejar hacer, no siempre se tiene un maestro de ceremonias tan apuesto y sabio. Adrián sigue un tiempo con la lengua, los labios, lamiendo y mordiendo, con un dedo, luego dos como garfios sensitivos dentro de la cueva, buscando esa rugosidad que tiene la misteriosa virtud de arquear pelvis y doblegar voluntades. Alza la vista y ve los preservativos sobre la cama. Le apetece follar, le apetece abrir las piernas de Rocío casi hasta el dolor y meterse dentro. Con la mano izquierda mantiene el contacto con el sexo, para que con la orfandaz repentina no pierda el calor y el deseo de ser invadido. Con la derecha alcanza un preservativo, lo abre con los dientes y enfunda su polla con celeridad. Se acomoda frente a ella, de rodillas, forzando la postura para poder establecer una distancia adecuada entre sus sexos. Busca los ojos de Rocío. Quiere sentir el anhelo, esa mirada ansiosa y expectante. Coge su pene desde la base con una mano y con la punta roza los labios, doblegando las últimas trabas, los últimos retazos y se adentra. En esa postura no puede penetrarla del todo. Ella tiene las piernas muy abiertas y los pies apoyados en su cadera. Sabe que si entra bruscamente y del todo, sentiría demasiado dolor. Es una postura en la que no toda la polla entra en juego. Para eso están los dedos. Deja sobre el vientre la palma de la mano izquierda. Cuatro dedos extendidos y uno, el más gordo, reservado para el juego crucial. El clítoris ya está húmedo y el dedo se pasea circularmente. Rocío se sorprende de tener tantos puntos a los que atender y se olvida de todo con un suspiro largo. No se mueven mucho, no hace falta, el pene dentro, la mano fuera, la cintura que se levanta ligeramente, con eso basta. No cambia el ritmo. Tal vez la cadera de Rocío demanda más velocidad, pero él se niega, sigue constante en su profundidad y en las caricias. Rocío gime y habla. Sí, por favor, sigue así, así, despacio, más despacio, ah, síííííí...esto último ha sido más un grito que un adverbio. Más gemidos, la espalda, las manos que se aferran a las sábanas, el cuello que se ladea, las mejillas encendidas, y un lo acabo de sentir, la dejan derrotada sobre la cama. Sabe que Adrián no se ha corrido, pero no puede hacer nada. Él disfruta de verla ahí, sudorosa, la piel perlada por el placer. Espera, intenta decir, espera, ahora me moveré para ti. Vale, pero hazlo sobre mí, quiero que seas mi amazona. Se tumba y en un instante, con repentina agilidad, Rocío se sube sobre su polla, abrazándola con su sexo todavía caliente. ¿Así te gusta?, le pregunta, y Adrián contesta con un gemido. Se mueve despacio, devolviéndole la moneda, ahora sí. Pero él tiene más fuerza, más voluntad y la eleva en el aire con movimientos desesperados de cadera. Hasta que se corre. Tres dentelladas salvajes que le obligan a cerrar los ojos. Rocío se abraza a él con ternura, dejándose caer suavemente, como si estuviera respetando el orgasmo y no quisiera entrometerse. Se siente feliz, con una absurda necesidad de sonreír. También tiene la tentación de decirle que lo quiere. Es igualmente absurdo, se acaban de conocer, le va a pagar por lo que ha ocurrido entre sus cuerpos, pero siente deseos de abrazarlo, de hacerle ver que está feliz. Se controla, una mujer de mi edad y mi posición, se dice, no puede cometer estas locuras, bastante es pagar para que te follen, por Dios, ¿qué me ocurre?, no suelo decir estas cosas. Es el olor de este cuerpo. Permanecen en silencio. Adrián está algo incómodo, el preservativo, la erección que desciende, ella, que no deja de ser una clienta, pensamiento éste que aparece y desaparece, entre la bruma de sensaciones. El preservativo, le dice al fin como un susurro. Ah, es verdad. Con la misma agilidad con la que se puso sobre él, se desembaraza del ensamblaje, le quita el preservativo, hace con él un nudo y lo tira en el lateral de la cama. Apenas ha tenido Adrián tiempo de darse cuenta, por eso sigue ahí, boca arriba. Rocío observa su cuerpo. Le gusta lo que ve. Se tumba de lado, invadida por una repentina sensación de desamparo. Es como si a un niño le prestasen un juguete, durante toda la tarde jugara con él y se olvidara de que no es suyo. Rocío acaba de darse cuenta de que el juguete no le pertenece, es un préstamo, un alquiler. Adrián mal interpreta el gesto y se pone en pie, sigiloso, como siempre, en busca de su ropa. No te marches por favor, piensa primero. No te marches, sin más, dice después. Adrián la mira, siente ternura, como toda la noche. No te marches. Se acerca, quiere darle un beso, un simple beso, y salir todo lo rápido que pueda. Cuando se inclina Rocío lo mira directamente a los ojos. Quédate abrazado a mí. Quiere hacerlo, siente necesidad. No se plantea las consecuencias, lo que eso pueda significar y se abraza a ella. Le gusta la calidez del contacto, la sensación de estar junto a un cuerpo familiar. Rocío suspira. También está feliz. Ahora sí. Las respiraciones cada vez son más profundas. Ella se duerme. Adrián piensa en María, extrañamente en ella, en Sofía, la enfermera. Sonríe, vuelve a pensar en Sofía, se abraza con fuerza y sin darse cuenta se queda completamente dormido.
Cuando se despierta ya no está el cuerpo al que ha permanecido abrazado hasta la madrugada. Se siente confuso. Mierda, esto no me tendría que estar pasando a mí. Sonríe con ironía mientras el día despunta por la ventana, raspando el horizonte de la ciudad. Es muy extraño, suele ser al contrario, él imaginando a su amante eventual despertando solitaria. Pero todavía es más confuso porque no está en su casa. Hace memoria y gracias a que no hubo drogas ni alcohol se sitúa de inmediato. Estoy en casa de Rocío, la ricachona deportista que me follé ayer. Es una mujer confiada, piensa, soy un tío al que no conoce de nada y me deja solo en su casa, bueno, puede que no lo esté. Se lava un poco, se viste y con cierta curiosidad, deleitándose con los detalles de buen gusto, confirma que está solo. Revisa lo que se tiene que llevar y ve en la puerta un sobre, con una cinta roja, pegado a la altura de la mirilla. Para ti, pone, sin más. Cae en la cuenta de que Rocío no sabe su nombre. Joder, me siento como cualquiera de mis amantes, que cosa más rara, ¿esto es lo que les ocurre?, pues tampoco es tan malo, tiene su gracia. Alcanza el sobre y en el interior hay trescientos euros. La puta madre que me parió. Le ha salido del alma. Ya había olvidado que se trataba de trabajo, había gozado tanto que se habían disipado de su memoria las razones de su encuentro, la fiesta, la escena de la barra. Pero aun tratándose de trabajo, le parece excesivo, maravillosamente excesivo. Los problemas de la no tarificación previa de los servicios, sonríe. Ha tenido tres clientas, de momento, cuatro si cuenta a la borracha de la barra, y todas ellas se han comportado con generosidad, tal vez este mundo, piensa mientras guarda los billetes en la cartera, funcione así, no hay acuerdo previo porque se sabe que los dos van a terminar contentos. En el sobre también hay una tarjeta, la misma que le dejó en la barra y detrás una escueta nota: ¿nos volveremos a ver?. Le gusta la letra, pausada, de caligrafía perfecta, sin altibajos. Sonríe. Me gusta esta mujer, me gusta mucho. Le gustaría, desconcertado por ese deseo, haber sabido más de su vida, si hay un hombre, por ejemplo. Echa un vistazo y ve una par de fotos de un tipo adusto, con aire de militar simpático, varias abrazando a personalidades, con el Rey, por ejemplo, presidiendo la entrada al salón. Sí, hay un hombre, se cerciora. Esa evidencia lo vuelve a incomodar. Tal vez esté de vuelta, tal vez debería largarme ya. Se le ocurre una última idea, un último guiño. Busca en el listado de su móvil el teléfono, siempre útil, de una floristería que hace entregas a domicilio. Hola, sí, verán, quería mandar un ramo de flores, voltea la tarjeta para corroborar la dirección. ¿Texto?, no, no ponga nada...ah, sí, perdone, ponga esto, simplemente ponga claro que sí, sí, solo eso, claro que sí y un teléfono. Detalla su número de móvil. Gracias a usted. Cuelga y se mete la tarjeta en el bolsillo, corroborando su propia felicidad. Cuando cierra la puerta no puede evitar silbar. Una de los Beatles, que hacía años que no había escuchado. Que curiosa es la memoria, canturrea metiendo la frase en la melodía de Yesterday, y baja las escaleras, de tres en tres, de cuatro en cuatro.
Sin embargo, no ha triunfado, al menos en lo que se supone que tenía que conseguir. Lo que saques con tus encantos, le aclaró Luz, es cosa tuya, yo te pagaré un mínimo que, digamos, cubre tus servicios de camarero, porque, recuerda, no soy una proxeneta, soy empresaria. Pero le falta experiencia, soltura para conseguir las propinas. Además, una visita inesperada ha terminado por minar sus nervios. No hará ni una hora apareció como un espectro, no porque no encajara con el entorno, más bien se difuminaba en él, sino porque en su cabeza no entraba su presencia. ¿Qué coño haces aquí?. María estaba sonriente, incluso radiante, pero la sorpresa no le permitió a él percibir que elegantemente vestida también resultaba atractiva. Vengo a tomarme una copa, ¿no puedo?. ¿Quién te ha dicho que estaba aquí?. ¿Es que eres el único camarero?, que me la sirva tu compañero, si no te apetece. A estas alturas Adrián ha perdido la fe en la inocencia de esta mujer. El enigma se resolvió casi al instante, llegó Luz y la saludó. Dos besos y un ¿cómo te va, María?, hace mucho que no hablo con tu hermano, disipó las dudas. Tranquilo, no le he dicho nada de nuestra relación. ¿Relación?, pensó, ¿por qué llama a lo nuestro relación?. En ese instante le pareció absurdo. A mí, continuó María, como podrás comprender, me parece estupendo que te ganes la vida con lo que sea, y no me refiero sólo a servir copas. Claro, faltaría menos, soy libre de ganarme mi jornal, ¿no te parece?. Estaba muy incómodo. De todos modos, sigues siendo mío. Con cada frase aumentaba su desconcierto. No importa que les llenes la boca a estas zorras ricachonas. Que manía tiene esta mujer con las corridas en la boca, pensó, intentado encontrar cualquier argumento que lo alejara de sus propios temores. Eres mío y ya está, te dejo que disfrutes, que folles, que te ganes la vida, pero los jueves, el verdadero Adrián saldrá a la luz en mi casa, donde tiene que hacerlo, tu corazón va a ser mío para siempre, eso es lo que importa, ellas te pagarán para que las folles, yo te pago para que seamos hombre y mujer como nadie lo fue antes. Vale, vale, zanjó el incómodo asunto, el jueves nos veremos. No había lugar a disputas, a decir, tal vez este jueves no pueda, por no poder, sin más, evadir así esa incómoda dinámica de responsabilidades. Le pareció más rentable dejarla marchar, que desapareciera, que lo dejara en paz en una noche tan extraña. Ahora, alejado el espectro incluso de los reflujos de la memoria, se siente más seguro. Solo hay algo que lo inquieta, que lo tiene alerta. Pero un estado de alerta familiar, agradable, que controla. El del cazador que se siente frente a la presa. Ahora es el Adrián de siempre. Una mujer, madura, pero que no ha superado la barrera de los cuarenta, delgada, con el rostro de quien se cuida mucho, ojos claros, pelo muy corto y muy bien peinado. El aire ausente. Le ha servido una par de copas, pero sin darse cuenta de que no se ha movido en toda la noche de esa esquina de la barra. Se miran sin preocupaciones. Ella no debe de ser, imagina, mujer de bajar la mirada, ni por timidez, ni por precaución. ¿Me traes otro?. Por su puesto, le dice, pensé que no volverías a pedírmelo. Se siente todavía más seguro con el ritual que rezuman los movimientos. Ella entregando el vaso vacío, él abriendo la botella, elevándola al cielo, dejando caer el líquido, ella limpiando los bordes. Adrián quema todas las naves, es casi una cuestión de orgullo. No deja que el dedo, todavía húmedo, se aleje de la copa y toma la mano con suavidad para lamer el néctar alcohólico con cariño y tensión. Ella se deja hacer. No puede evitar estremecerse con el tacto de los labios, la boca y el paladar que aprisionan su dedo. En el fondo llevaba esperando este momento toda la noche. Luz le habló de un muchacho nuevo, para convencerla, porque desde que muriera su marido no había vuelto a estar dispuesta a intercambiar nada con hombres más allá de la cortesía. Y es curioso, mientras estuvo vivo era una fija en estas fiestas, aunque en casi ninguna acabara pagando por gozar. Y no es que le falte el deseo, sino que le da mucha pereza todo lo que rodea a este juego, incluyendo lo que ahora mismo la tiene fascinada. Luz, que la conoce muy bien, bromea diciéndola que para ella lo emocionante era, en el fondo, la infidelidad, y que por eso ahora tiene tan poca gracia. En el juego de tensiones que mantiene con el desconocido camarero, es el momento de su respuesta. No demasiado directa, pero sí que deje claro que se abre a la posibilidad. Rescata el dedo y lo mete en el Martini. Lo lleva a su boca, con obscenidad, sacando la lengua, saboreándolo y después lo lleva de nuevo a la de Adrián. Se repite el juego, Adrián lo deja dentro, muy dentro, y lo absorbe como si quisiera deshacer su huella. En los cerebros ya han sonado las alarmas. Y el corazón responde, mucha sangre, mucha más sangre, en el caso de Adrián concentrada en un punto muy concreto de su fisonomía. La verdosa bebida parece haberse convertido en el hilo conductor del deseo, porque ella, la mujer extremadamente delgada, rocía su muñeca y espera que Adrián la limpie. Lo hace y el juego va creciendo en intensidad. Ella eleva la copa. Adrián la sigue con la mirada, donde ella vaya ahí acabará su boca. Se mantiene en el aire. Un segundo. Dos. Tres. Comprende el juego antes de que llegue el cuarto y pega la cabeza a la barra, justo debajo de la trayectoria, con la boca ligeramente abierta. Ella inclina la copa y el líquido golpea contra los labios. Adrián intenta recibirlo con la lengua, pero el pulso no es estable y el Martini empapa su boca, la barra, la mejilla. Se incorpora, pero no del todo, para que ella pueda limpiar lo que ha manchado. Empieza por la mejilla. Sin prisas. Coge la cabeza de Adrián con las dos manos y la inclina ligeramente. La postura no es especialmente cómoda, pero la lengua que se desliza desde la oreja hasta sus labios, desde el pelo hasta la barbilla con deliciosa lentitud, compensa cualquier esfuerzo. Después endereza el rostro y comienza a lamer los labios. Para ello utiliza también los suyos, no solo la lengua. Adrián intenta que la suya entre en el juego, pero a ella no le gusta, y se lo hace saber, retirándose un instante como diciendo, eh, ésta es mi parte. Y continúa lamiendo su boca. Cuando considera que está limpio lo suelta y se retira, expectante. Adrián entiende, le toca a él tomar la iniciativa. No tiene prisa, sin perder el horizonte de sus ojos, captura la copa y de ella, también con mucha calma, saca la aceituna para dejarla sobre su lengua. La saca, como si fuera el cuco de un reloj que en lugar de campanadas regalara suspiros, y espera a que se la robe. Ella se detiene y observa la estampa, ese cuerpo que adivina poderoso, esa boca abierta. Quizá pueda parecerle bochornoso, un intercambio innecesario de juegos subidos de tono, pero necesitaba precisamente esto, alguien que despertara el animal que lleva dentro. Pone las dos manos sobre la barra, se inclina sobre la punta de sus pies y abre la boca todo lo que puede, para abarcarlo todo, casi desde la nariz hasta la barbilla. Se queda a un milímetro de la piel de Adrián y éste nota su aliento cuidado y dulzón. Después, como si de una cazadora experta se tratara, alcanza a su presa y la devora con prontitud. Y no se aleja. Lo besa con desesperación, ahora el deseo ha roto todas las barreras y se aferra a él tanto que levita, la cintura sobre la barra, manchando los pantalones de los restos del Martini. No importa, porque siente los jadeos de Adrián, sus manos en la nuca, su lengua y el cosquilleo entre las piernas, esa ancestral sensación de desear estar desnuda, de poseer y ser poseída, de comer y ser comida, de vuelta a la vida. Es feliz, inmensamente feliz. Cuando se separan les cuesta recomponer la figura. A Adrián más, que ha perdido la pajarita en el juego. La tiene ella en la mano y la mece en el aire. Soez por última vez se la mete entre los pantalones, descaradamente y la deja dentro sus braguitas. Nota que está húmeda y eso la excita, mucho. Aunque al instante siente una especie de remordimiento, como si se hubiera excedido. Pero es una sensación pasajera. Toma, esto es para ti. Le entrega un billete de veinte euros. No, no te preocupes, las copas son gratis. ¿Quién te ha dicho que sean por las copas?. Ah, continúa la mujer, la pajarita es tuya, supongo que la necesitarás para otras noches, esta es mi dirección, le entrega una tarjeta, puedes venir a buscarla esta noche, a cualquier hora, te estaré esperando, puede que la pajarita siga en el mismo sitio cuando vengas. Adrián no dice nada, tan solo la observa y se fija en ella con detalle. Lleva una camiseta negra, sin mangas, con el cuello alto, muy ajustada, lo que evidencia que sus pechos son pequeños, pero imagina suaves y duros. Unos pantalones anchos, de color blanco, destacan la delgadez de su cuerpo, al igual que en su rostro lo hacían los pómulos ligeramente hundidos. Pero no es una delgadez enfermiza, sino saludable, como denota la marcada musculatura de sus brazos. Se contonea con soltura por la sala, la imagina sonriendo, dando las buenas noches a los pocos que todavía quedan serenos y a los que no, que permanecen tumbados y en aparente estado de inconsciente felicidad. Finalmente desaparece. Adrián sigue en el mismo sitio, todavía con la reminiscencia de los contactos en el cuerpo, la humedad en los labios, los músculos en tensión, incluyendo aquellos que se alojan entre las piernas. No tiene la menor duda de que irá. Ahora mismo no hay nada en el mundo que desee más. No piensa en el dinero, sino en lanzar a la mujer, que se llama Rocío, si la tarjeta no miente, sobre la cama y follarla con todas sus fuerzas, hasta que no puedan más. Está tan absorto que no se percata de que otra mujer, de unos cincuenta años, reclama su atención. Joven, joven, necesita más para recuperar a Adrián de su ensimismamiento. Me apetecería tomar algo, pero no sola, ¿cual de las dos cosas podemos solucionar?, o puede que todos mis problemas, ¿verdad?, para un hombre como tú será sencillo. Está muy borracha y Adrián lo nota. Creo que no debería beber más. No debería, no debería, repite ella con cierta dificultad, otro idiota que se las da de listo, pues toma, puto, tu dinero. Deja caer sobre la barra un par de billetes a los que Adrián no presta demasiada atención. La mujer intenta mantener la dignidad, pero está tan borracha que todo le sale al revés, dibujando una patética estampa de sí misma. Se da la vuelta, poniendo en peligro su verticalidad e intenta no tropezar para alejarse. No lo consigue y varias veces se trastabilla, contra otros invitados e incluso contra una columna, a la que mira como extrañada de haberla encontrado a su paso. Adrián no se siente ofendido, ha sentido más bien pena de ver a una mujer que pudiera ser su madre en semejante estado. Sobre la mesa están los billetes, los mira un instante y se dice, por qué no, en el fondo me los he ganado. Mira a su alrededor y considera que la fiesta está terminada. Quedan un par de mujeres tonteando sobre el escenario, intentando imitar, con poco acierto, los contoneos profesionales. Un hombre maduro soba a una camarera en un sofá. El hombre está muy excitado, pero la joven ni se molesta en fingir. Parece indiferente mientras lamen sus pechos, levantan la falda y hurgan en sus intimidades. Nada queda por hacer, así que sin tan siquiera cambiarse de ropa busca su moto y va camino de su cita, habrá que recuperar la pajarita, sonríe al rugir la moto.
La calle, le ha aclarado un taxista de muy mala gana, está no demasiado lejos, en una zona residencial bastante lujosa. Un lugar tranquilo donde no le cuesta imaginarse viviendo. Que le den por culo al barrio. Aceras tranquilas y amplias, arboladas, sin apenas coches, muy limpias. Algunos chalets, también edificios de cuatro o cinco alturas, todo con un aire de tremenda tranquilidad. Como si la prisa, tan propia de esta ciudad, se quedara a la entrada. Callejea un poco y encuentra el edificio. Una amplísima entrada con un enorme espacio de césped muy bien cuidado le da la bienvenida. Aparca y se da cuenta de que no se ha cambiado de ropa. Valora hacerlo ahora mismo, pero le pueden las ansias. Además, se ríe, tal vez a Rocío le guste que siga siendo su camarero. El portal es amplio y luminoso. Llama al timbre, acerca el rostro a la videocámara y espera a que le flanquee la entrada. En la portería hay un guarda de seguridad que ha estado atento a su presencia hasta que ha sonado el timbre, entonces ya no es su responsabilidad y vuelve a la lectura, con toda tranquilidad. Rocío vive en el último piso, un ático dúplex que, intuye Adrián, debe de valer una fortuna. Llama a la puerta consciente por primera vez de que está adquiriendo una tranquilidad especial en este tipo de situaciones. Cuando volvió a casa de María por primera vez estaba tremendamente nervioso y no era por la cita con una mujer, sino por el carácter de la misma. Eso es bueno y malo, piensa, ahora que no se siente inquieto. Lo que ocurre es que Rocío no le permite argumentar razones ni para un lado ni para otro. Sabía que vendrías. Está preciosa, porque el camisón que lleva, blanco a rayas horizontales color pastel, no destaca su delgadez, más bien todo lo contrario, la ciñe disimulándola. Se ha quitado buena parte del maquillaje y eso la hace más atractiva. Hola, princesa. Se acerca a ella para darle un largo beso. Todavía con la puerta abierta desliza su mano por la espalda, directa al culo. Rocío la detiene y deja pendiente la sorpresa, porque está desnuda, preparada para recibirlo en sentidos mucho más íntimos. Vienes de trabajar, quiero que te des una ducha, acabo de dármela yo, huele. Le ofrece el cuello para que se embriague con el aroma. Si, así quiero oler yo. Ven. Le coge de la mano. La casa habla del dinero de quien la habita y de su estilo para gastarlo. Todos los objetos rezuman exclusividad, diseño, armonía. El salón es amplio, con más de un ambiente. Una escalinata a la izquierda, abre paso al piso de arriba. El servicio al que le lleva Rocío está abajo y es amplio, con una gran bañera y un enorme cuadro surrealista a la derecha, además de un espejo enorme. Cuando comienza a desnudarse se da cuenta de que forma parte del juego y del trabajo. Con mucho cariño, algo desconcertante por ciertas reminiscencias maternas, Rocío va despojándolo de las ropas. Primero los zapatos, sentada en la taza del váter. Después los calcetines. Poco a poco, a medida que lo van desnudando, respira más entrecortadamente. La camisa es lo siguiente en abandonar su cuerpo. Rocío lo observa un instante, no se ha equivocado, el cuerpo de Adrián bien merece lo que está haciendo. Después caen los pantalones y los calzoncillos. Está desnudo, algo erecto y tal vez incómodo. Entra en la bañera y Rocío abre el grifo, se cerciora de la temperatura y comienza a mojarlo. El contacto con el agua le gusta, tanto que se relaja demasiado y está a punto de dormirse, de pie, en la ducha de una desconocida. Rocío se afana en su tarea y limpia a conciencia. Es una mujer obsesionada con esto, no le gustan las personas poco cuidadosas con su imagen y con su olor. No concibe el intercambio corporal si no hay de por medio una extremada limpieza. Por eso se empeña tanto, porque una vez dado este paso no quiere fallos, ni darle motivos a su cerebro para encontrar el camino a los remordimientos. Cuando considera que su parte ha terminado, lo deja solo y se pone frente al espejo. Adrián la observa con detenimiento. No parece una mujer feliz, no sonríe mucho y eso lo motiva especialmente, su recién nacida fibra de profesional le promete en silencio la mejor noche de sexo de su vida. Inspira ternura, sigue pensando mientras comprueba en su mediana erección que todo funciona. Sin secarse sale fuera y se pone detrás de ella, que se desmaquilla fingidamente distante. ¿Te parezco atractiva?. Se acerca, lentamente, la toma por la cintura y besa su cuello con ternura. Me pareces la mujer más hermosa que he visto en mi vida, tienes una carita preciosa y si aprendieras a sonreír y a dejarte llevar, lo serías mucho más. Llega la primera sonrisa, que descubre unos dientes tan blancos que deslumbran. Se quita la toalla y se ofrece a través del espejo desnudo. Acaricia su espalda, mientras ella se olvida de los trapos y potingues y apoya las manos en el lavabo. Desde abajo, con sosiego, permitiendo a las manos que se deleiten, la deja también desnuda. Empieza a besar su espalda. Lo hace con ternura, porque apenas la lengua entra en juego. Llega hasta el culo y comienza a besarlo con algo más de insistencia. Abre las carnes para poder introducir solo un poquito la lengua y espera la respuesta. Un leve gemido le indica que va acertando. Sus tetas son pequeñas, piensa, pero bien merecen unos besitos, ¿no?. Así que le da la vuelta y sin incorporarse besa su tripa. Está tremendamente delgada y adivina por la musculatura abdominal que trabajada en el gimnasio. Va ascendiendo por esas tabletas de chocolate blanco, hasta que llega a los pechos. Allí están las manos de Rocío, como si ocultaran un secreto. Se incorpora y la mira a los ojos. En silencio le está diciendo que todo es perfecto, que la desea, que su desnudez es la maravilla que los dos necesitan. Desde las muñecas le abre los brazos y ve los pechos. En verdad son pequeños. Y, no podían ser de otro modo, duros como piedras cuando los besa. Los pezones, en cambio, son tremendamente grandes, erectos también cuando los mordisquea. Rocío se deja llevar. Siempre estuvo acomplejada del tamaño de sus pechos, tanto que Luz estuvo a punto de convencerla para que se operara, pero no le sedujo la idea. No solo era miedo al quirófano, sino cierto orgullo. Son mis tetas, Luz, y tengo que aprender a vivir con ellas. Nunca lo entenderá, porque ella no quiso vivir con lo que la naturaleza le había otorgado y cree que ninguna decisión ha sido tan acertada en su vida. Ahora que un hombre como Adrián, que realmente sabe lo que hace, que está ahí para hacerla feliz, juguetea con sus pechos y siente todo el placer que una lengua puede darle a un pezón, piensa que el tamaño nunca determina el grado del goce, ni mucho menos. Se deja hacer. Podría acariciar el cuerpo que se entrega, pero no lo hace. Se siente bien así, siendo la mujer que recibe los juegos. Adrián se olvida de los pechos, después de haber dejado impregnado su olor en ellos, y desciende de nuevo. Rocío abre las piernas ofreciéndose. Pero se da cuenta de que la postura limita las posibilidades. Es muy excitante todo esto, piensa, pero ya soy mayor para hacerlo sobre un lavabo. Vamos arriba, a la habitación. Adrián se la hubiera follado ahí mismo, en ese instante, pero la idea de una cama que imagina enorme y la flexibilidad que presupone a Rocío, hacen que el receso multiplique el deseo. Sí, vamos a la habitación, quiero tenerte con tiempo. Suben en silencio, los dos desnudos, los dos excitados, los dos entregados. La habitación es enorme, y la cama tal y como la había imaginado, interminable, muy bajita, de cierto aire oriental. Rocío parece cohibida, se mueve con timidez, pese a que está en su casa y ella es, en el fondo, la que manda. Tal vez sea precisamente eso, piensa Adrián. Por eso decide tomar el control. La abraza con ternura. Está mujer necesita cariño, piensa cuando ella agradece el abrazo aferrándose fuertemente a su cuerpo y hundiendo el rostro en su pecho. Es como si llevara siglos sin recibir un abrazo sincero. Adrián tampoco quiere que la ternura sustituya al deseo, así que la besa en el cuello, dejando a la lengua la responsabilidad de mantener alerta los sentidos. Funciona a la perfección. La respiración sigue siendo entrecortada, entregada, sumisa. Las manos también se preocupan por mantener la temperatura, van arriba y abajo, por las nalgas, la espalda, los hombros, hasta el nacimiento del cabello, donde los dedos se convierten en un eficaz ejército de exploradores. Espera, sorprende Rocío, es como si las palabras no encajaran en un juego tan de sensaciones. No quiero tener que buscarlos después. Se acerca a una mesita y de un cajón saca media docena de preservativos que deja sobre la cama. Adrián aprovecha el distanciamiento para dejarla caer muy despacio. La observa. Otra vez las manos en el pecho, las piernas ligeramente entreabiertas. Quiere que ella se sienta observada. Sabe que está erecto. Mira, le dice, mira lo que me hace tu cuerpo. Rocío sonríe. Le gusta mucho Adrián, hacia tiempo que no se sentía tan plena. Hazme lo que quieras, mátame si hace falta, le diría. Pero se calla y espera. Él, si no estuviera invadido por esa especie de manto de ternura, se arrodillaría y le diría, te voy a comer el coño como nadie lo ha hecho antes, quiero que pienses en ello antes de que mi lengua te haga gritar, quiero que desees que te bese tanto como necesitas respirar para seguir viva. Lo piensa y tan sólo se arrodilla. Rocío cierra los ojos y su sexo se abre como una flor al tiempo que las piernas dejan sitio a Adrián. Como siempre se preocupa de humedecer su lengua y la desliza con mucha suavidad, muy, muy despacio. Le gusta el sabor, es limpio pero cargado de aromas especiales, de esos que solo esconden las delicias rojizas como ésta. Es como un jardín repleto de flores que lo impregna todo de un olor mezcla de todos que se mete hasta dentro del alma. Se fija en las reacciones de Rocío, pero también se deja llevar. Recuerda las cosas tan especiales que le están ocurriendo en los últimos meses, y también su relación con el sexo oral. Cada vez disfruto más comiéndome un buen coño, Edu. Ya, ya, claro. Su amigo no puede entenderlo, porque no ha gozado nunca en plenitud de estos juegos. Y ni plantearse, por su puesto, por muy limpio que tenga el pelo, hacérselo a una profesional. Sin embargo Adrián encuentra cada vez más excitante el sabor, el calor, las sensaciones del beso, las posibilidades del juego, la respuesta de la mujer que gime con locura cuando las cosas están bien hechas. Como ahora, que se toma si tiempo para ir quemando las naves. Rocío no es mujer de gemidos intensos, sin embargo hoy se ha sorprendido con algún que otro quejido. Es que lo que este chico me está haciendo me gusta mucho, muchísimo, le diría a cualquiera si tuviera que justificar esa pérdida de decoro. Le gusta que la trate con tanta ternura. Recuerda otros amantes que antes del tercer beso ya le habían metido un dedo y lamían el clítoris como si fuera un rasca y busca de una bolsa de patatas. Adrián es tierno, pero también acertado e incisivo, no se olvida de puntos que ella, por desidia, casi tenía olvidados. Le gustaría sentir un orgasmo así, por qué no, gemir como una zorra y llenar la boca de Adrián de sus flujos. Tal vez luego pagarle con la misma moneda tanta deferencia. Pero se va a dejar llevar, se va a dejar hacer, no siempre se tiene un maestro de ceremonias tan apuesto y sabio. Adrián sigue un tiempo con la lengua, los labios, lamiendo y mordiendo, con un dedo, luego dos como garfios sensitivos dentro de la cueva, buscando esa rugosidad que tiene la misteriosa virtud de arquear pelvis y doblegar voluntades. Alza la vista y ve los preservativos sobre la cama. Le apetece follar, le apetece abrir las piernas de Rocío casi hasta el dolor y meterse dentro. Con la mano izquierda mantiene el contacto con el sexo, para que con la orfandaz repentina no pierda el calor y el deseo de ser invadido. Con la derecha alcanza un preservativo, lo abre con los dientes y enfunda su polla con celeridad. Se acomoda frente a ella, de rodillas, forzando la postura para poder establecer una distancia adecuada entre sus sexos. Busca los ojos de Rocío. Quiere sentir el anhelo, esa mirada ansiosa y expectante. Coge su pene desde la base con una mano y con la punta roza los labios, doblegando las últimas trabas, los últimos retazos y se adentra. En esa postura no puede penetrarla del todo. Ella tiene las piernas muy abiertas y los pies apoyados en su cadera. Sabe que si entra bruscamente y del todo, sentiría demasiado dolor. Es una postura en la que no toda la polla entra en juego. Para eso están los dedos. Deja sobre el vientre la palma de la mano izquierda. Cuatro dedos extendidos y uno, el más gordo, reservado para el juego crucial. El clítoris ya está húmedo y el dedo se pasea circularmente. Rocío se sorprende de tener tantos puntos a los que atender y se olvida de todo con un suspiro largo. No se mueven mucho, no hace falta, el pene dentro, la mano fuera, la cintura que se levanta ligeramente, con eso basta. No cambia el ritmo. Tal vez la cadera de Rocío demanda más velocidad, pero él se niega, sigue constante en su profundidad y en las caricias. Rocío gime y habla. Sí, por favor, sigue así, así, despacio, más despacio, ah, síííííí...esto último ha sido más un grito que un adverbio. Más gemidos, la espalda, las manos que se aferran a las sábanas, el cuello que se ladea, las mejillas encendidas, y un lo acabo de sentir, la dejan derrotada sobre la cama. Sabe que Adrián no se ha corrido, pero no puede hacer nada. Él disfruta de verla ahí, sudorosa, la piel perlada por el placer. Espera, intenta decir, espera, ahora me moveré para ti. Vale, pero hazlo sobre mí, quiero que seas mi amazona. Se tumba y en un instante, con repentina agilidad, Rocío se sube sobre su polla, abrazándola con su sexo todavía caliente. ¿Así te gusta?, le pregunta, y Adrián contesta con un gemido. Se mueve despacio, devolviéndole la moneda, ahora sí. Pero él tiene más fuerza, más voluntad y la eleva en el aire con movimientos desesperados de cadera. Hasta que se corre. Tres dentelladas salvajes que le obligan a cerrar los ojos. Rocío se abraza a él con ternura, dejándose caer suavemente, como si estuviera respetando el orgasmo y no quisiera entrometerse. Se siente feliz, con una absurda necesidad de sonreír. También tiene la tentación de decirle que lo quiere. Es igualmente absurdo, se acaban de conocer, le va a pagar por lo que ha ocurrido entre sus cuerpos, pero siente deseos de abrazarlo, de hacerle ver que está feliz. Se controla, una mujer de mi edad y mi posición, se dice, no puede cometer estas locuras, bastante es pagar para que te follen, por Dios, ¿qué me ocurre?, no suelo decir estas cosas. Es el olor de este cuerpo. Permanecen en silencio. Adrián está algo incómodo, el preservativo, la erección que desciende, ella, que no deja de ser una clienta, pensamiento éste que aparece y desaparece, entre la bruma de sensaciones. El preservativo, le dice al fin como un susurro. Ah, es verdad. Con la misma agilidad con la que se puso sobre él, se desembaraza del ensamblaje, le quita el preservativo, hace con él un nudo y lo tira en el lateral de la cama. Apenas ha tenido Adrián tiempo de darse cuenta, por eso sigue ahí, boca arriba. Rocío observa su cuerpo. Le gusta lo que ve. Se tumba de lado, invadida por una repentina sensación de desamparo. Es como si a un niño le prestasen un juguete, durante toda la tarde jugara con él y se olvidara de que no es suyo. Rocío acaba de darse cuenta de que el juguete no le pertenece, es un préstamo, un alquiler. Adrián mal interpreta el gesto y se pone en pie, sigiloso, como siempre, en busca de su ropa. No te marches por favor, piensa primero. No te marches, sin más, dice después. Adrián la mira, siente ternura, como toda la noche. No te marches. Se acerca, quiere darle un beso, un simple beso, y salir todo lo rápido que pueda. Cuando se inclina Rocío lo mira directamente a los ojos. Quédate abrazado a mí. Quiere hacerlo, siente necesidad. No se plantea las consecuencias, lo que eso pueda significar y se abraza a ella. Le gusta la calidez del contacto, la sensación de estar junto a un cuerpo familiar. Rocío suspira. También está feliz. Ahora sí. Las respiraciones cada vez son más profundas. Ella se duerme. Adrián piensa en María, extrañamente en ella, en Sofía, la enfermera. Sonríe, vuelve a pensar en Sofía, se abraza con fuerza y sin darse cuenta se queda completamente dormido.
Cuando se despierta ya no está el cuerpo al que ha permanecido abrazado hasta la madrugada. Se siente confuso. Mierda, esto no me tendría que estar pasando a mí. Sonríe con ironía mientras el día despunta por la ventana, raspando el horizonte de la ciudad. Es muy extraño, suele ser al contrario, él imaginando a su amante eventual despertando solitaria. Pero todavía es más confuso porque no está en su casa. Hace memoria y gracias a que no hubo drogas ni alcohol se sitúa de inmediato. Estoy en casa de Rocío, la ricachona deportista que me follé ayer. Es una mujer confiada, piensa, soy un tío al que no conoce de nada y me deja solo en su casa, bueno, puede que no lo esté. Se lava un poco, se viste y con cierta curiosidad, deleitándose con los detalles de buen gusto, confirma que está solo. Revisa lo que se tiene que llevar y ve en la puerta un sobre, con una cinta roja, pegado a la altura de la mirilla. Para ti, pone, sin más. Cae en la cuenta de que Rocío no sabe su nombre. Joder, me siento como cualquiera de mis amantes, que cosa más rara, ¿esto es lo que les ocurre?, pues tampoco es tan malo, tiene su gracia. Alcanza el sobre y en el interior hay trescientos euros. La puta madre que me parió. Le ha salido del alma. Ya había olvidado que se trataba de trabajo, había gozado tanto que se habían disipado de su memoria las razones de su encuentro, la fiesta, la escena de la barra. Pero aun tratándose de trabajo, le parece excesivo, maravillosamente excesivo. Los problemas de la no tarificación previa de los servicios, sonríe. Ha tenido tres clientas, de momento, cuatro si cuenta a la borracha de la barra, y todas ellas se han comportado con generosidad, tal vez este mundo, piensa mientras guarda los billetes en la cartera, funcione así, no hay acuerdo previo porque se sabe que los dos van a terminar contentos. En el sobre también hay una tarjeta, la misma que le dejó en la barra y detrás una escueta nota: ¿nos volveremos a ver?. Le gusta la letra, pausada, de caligrafía perfecta, sin altibajos. Sonríe. Me gusta esta mujer, me gusta mucho. Le gustaría, desconcertado por ese deseo, haber sabido más de su vida, si hay un hombre, por ejemplo. Echa un vistazo y ve una par de fotos de un tipo adusto, con aire de militar simpático, varias abrazando a personalidades, con el Rey, por ejemplo, presidiendo la entrada al salón. Sí, hay un hombre, se cerciora. Esa evidencia lo vuelve a incomodar. Tal vez esté de vuelta, tal vez debería largarme ya. Se le ocurre una última idea, un último guiño. Busca en el listado de su móvil el teléfono, siempre útil, de una floristería que hace entregas a domicilio. Hola, sí, verán, quería mandar un ramo de flores, voltea la tarjeta para corroborar la dirección. ¿Texto?, no, no ponga nada...ah, sí, perdone, ponga esto, simplemente ponga claro que sí, sí, solo eso, claro que sí y un teléfono. Detalla su número de móvil. Gracias a usted. Cuelga y se mete la tarjeta en el bolsillo, corroborando su propia felicidad. Cuando cierra la puerta no puede evitar silbar. Una de los Beatles, que hacía años que no había escuchado. Que curiosa es la memoria, canturrea metiendo la frase en la melodía de Yesterday, y baja las escaleras, de tres en tres, de cuatro en cuatro.
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